Quan encara resonen els resultats del debat (creixement de la valoració de Pedro Solbes com a polític, enfonsament de la imatge de triomfador de Manuel Pizarro), he recordat un article de’n Xavier Sala i Martín
publicat a La Vanguardia abans de la cel·lebració de l’encontre
televisiu. Perque avui molts són els que, sota la cortina de xifres i
refutacions que va desplegar el ministre d’economia, segueixen pensant
que -malgrat tot-, la marxa econòmica d’aquest país va a pitjor. Que el
candidat número 2 del PP per Madrid no sabés lligar la seva
argumentació, traçar un discurs coherent i posar en dificultats a
l’expert socialista no vol dir, necessàriament, que el panorama més
inmediat sigui de color rosa. Per tant, em sembla oportú adjuntar el
breu anàlisi del economista, doctorat per Harvard i catedràtic
d’economia a Columbia.
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LOS MÚSICOS DEL TITANIC. ¿Sabían
que para hervir una rana lo que hay que hacer es ponerla en agua fría y
calentarla lentamente?. Se ve que si uno la pone directamente en agua
hirviendo, la rana salta escaldada, mientras que sila mete en agua fría
y la temperatura sube poco a poco, su cuerpo se acostumbra al calor y
acaba muriendo cocida. Que España está perdiendo competitividad
económica es cada día más obvio. Lo que no es tan evidente es que la
causa sea la misma que la de… la rana!. Países como Finlandia o Suecia
hicieron profundas reformas económicas en los años noventa, justo
después de sufrir recesiones catastróficas. Esas crisis escaldaron
tanto a las autoridades de la época que saltaron como la rana ante el
agua hirviendo y realizaron unas costosas reformas que les ha hecho
ganar competitividad a medio plazo. Mientras tanto, España disfrutaba
de un crecimiento que lleva ya 13 años ininterrumpidos y que ha hecho
que las autoridades presuman y se dediquen a ir por el mundo dando
arrogantes lecciones de cómo se hacen las cosas. El problema es que el
crecimiento español se ha basado casi exclusivamente en dos sectores de
limitado recorrido: el turismo y la construcción. El turismo podía
seguir tirando al menos hasta que masificación y los desastres
medioambientales hicieran mella. El boum de la construcción, sin
embargo, no podía continuar ya que se basaba en el aumento continuado
de precios que hacía que una gran masa de ciudadanos quisiera ser
propietaria de viviendas para hacerse rico. Ese deseo de comprar
(facilitado en parte por unos bancos que daban hipotecas baratas y
larguísimas), retroalimentaba los precios y las ganas de comprar,
creando un círculo vicioso -que algunos llaman burbuja inmobiliaria- en
el que la construcción creó millones de puestos de trabajo, riqueza y
un crecimiento económico espectacular.La felicidad era tan grande que
nadie se daba cuenta de que, para la rana, la temperatura estaba
subiendo y que, para España, la competitividad se iba deteriorando.
Pero la autocomplacencia hacía que nadie se preocupara de implementar
las dolorosas reformas que hubieran permitido pasar a producir bienes
alternativos cuando el boum inmobiliairio llegara a su fin: la calidad
de los estudiantes -y futuros trabajadores- empeoraba objetivamente,
las empresas que querían ampliar actividades e innovar encontraban
entornos cada vez más regulados y hostiles, la investigación perdía
calidad y rumbo, el marco institucional era cada vez más opresivo y la
mentalidad general era cada día más funcionarial y menos emprendedora
entre otras cosas. Pero, en lugar de reformar, España seguía basando su
crecimiento en el ladrillo, hasta el punto que entre el 15% y el 19%
del PIB español dependía de la construcción (en comparación, en Estados
Unidos esa proporción no llegaba al 5%). Eso creó una dependencia tan
grande que ponía en peligro las bases del crecimiento si algún día
llegaba la crisis al sector.Y, naturalmente, la crisis llegó
al sector. Y, lógicamente, España no estaba preparada porque la rana ya
estava hervida: las familias americanas “subprime” dejaron de pagar su
hipoteca, las viviendas bajaron de precio, los consumidores se
empobrecieron, los bancos dejaron de prestar y se precipitó la
recesión. Claro que todo eso sucedía en Estados Unidos… o al menos eso
proclamaban nerviosamente esperanzados el presidente Zapatero y el
ministro Solbes. El problema es que luego llegaron los dramáticos datos
del mes de enero: la inflación más alta de los últimos 12 años, la
producción industrial se derrumbó en 2,4 puntos (la mayor caída de los
últimos 6 años), el índice PMI empresarial sufrió el descenso más
brusco de la historia al pasar de 51 a 42, el paro sufrió el mayor
aumento desde que se construyen estadísticas, las reservas de vivienda
bajaron en un 60% (lo que obligará a reducir todavía más la
construcción en los próximos meses), el déficit exterior llegó a 10%
del PIB, el stock de divisas cayó hasta 13.000 millones y sólo permite
comprar el equivalente de 12 días de importaciones, la confianza de los
consumidores se desmoronó de 72,3 a 70,9 y la bolsa sufrió dos
desplomes históricos en una semana.¿Y qué hicieron los líderes
españoles ante todo esto?. Pues, de hecho… nada!. Se limitaron a
proclamar que el superávit fiscal representaba un gran seguro para el
país y que todo iba la mar de bien. Pero en economía, la actitud del
gobierno es importante, aunque sólo sea para no generar desconfianza.
Si uno dice que no pasa nada pero los números indican lo contrario, uno
da la impresión de que está perdido, o que no entiende que existe un
problema, o que no sabe solucionarlo… o, simplemente, que está rezando
para que la crisis no explote hasta después de las elecciones, a ver si
le salva la campana. Sea como fuera, esa actitud pasiva e
interesadamente optimista provoca una desconfianza que no hace más que
empeorar la situación.El 21 de Enero, día de catástrofe
bursátil en España, me llamaron de RAC1 para que opinase sobre el tema.
Uno de los cómicos del programa, al ver la pasividad de Zapatero y
Solbes mientras las bolsas se hundían, los comparó con los músicos del
Titanic que tocaban el violín, ajenos al hundimiento del
transatlántico, para calmar los ánimos, ignorados por una gente que
veía como las grietas se abrían y el agua se colaba por todas partes.
No es que yo abogue por la intervención cada vez que cae la bolsa, pero
la analogía era perfecta: en materia económica, las autoridades
españolas están actuando como los músicos del Titanic.Xavier Sala i Martín
17/02/2008
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[ Publicat a www.jordipique.net el 24 de febrer ]
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