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jordimartifont

1 de desembre de 2019
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#llibrenegre Juny de 1887, Eudald Canibell, article a “Acracia”

Juny de 1887, Eudald Canibell, article a Acracia

Preocupaciones y problemas (Bosquejos para un libro) I
Ni las preocupaciones a que vamos a referirnos son las comunes de la sociedad en que vivimos, ni los problemas serán cosa nueva para los lectores de Acracia. Partimos del antiguo principio conócete a ti mismo, por cuyo motivo no nos vamos a ocupar de problemas y preocupaciones en general, pues no faltan éstas y aquéllas entre los creyentes de las ideas del porvenir al igual que entre los fanáticos adoradores de las ideas del pasado, bien que el género de las modernas sea distinto del de las antiguas.
Ocuparse de estas últimas en concepto de los enamorados del ayer, es cosa por demás delicada, que puede afectar a la continuación de la manera de ser actual, pues se corre el peligro de desvanecer la ilusión de cuantos conservan aún la fe, o escandalizar a los que aparentan vivir con ella, si con el escalpelo de la razón o de la crítica se analizan las ideas del pasado, origen de la organización social presente.

No tal sucede con lo sustentado a partir de los principios establecidos por la clase obrera, que andando los tiempos han de abrir en las páginas de la Historia un nuevo período, una nueva era de Libertad, Ciencia y Justicia. El análisis de las ideas socialistas modernas, lejos de dañar, lejos de ser atentatorio a la seriedad y crecimiento de las mismas, viene a representar en el terreno especulativo lo que para las piedras preciosas representa el trabajo del diamantista: cuanto más se pulimentan tanto más aumenta su brillo y se acrecienta su valor. La luz y el pulimento no las perjudica, las embellece; otro tanto acontece con las ideas que tienen razón de ser porque representan una aspiración en la que está interesada gran parte de la Humanidad.

Por tales motivos no tememos, al escribir estas líneas, abordar cuestiones que, si pueden hallar entre las filas socialistas partidarios y adversarios, no ocasionarán discordia ni división alguna, porque las diferencias de opinión que puedan evidenciar no afectarán al fondo de los principios, ni aun tampoco a la forma de la organización, cosas ambas que, no obstante, creemos pueden someterse siempre a discusión. Sólo sentimos que por nuestra condición de proletario no nos sea posible acceder al tema que nos sirve de título el tiempo necesario para darle la extensión de un libro.

En las cuestiones suscitadas por la prensa, el folleto y la propaganda oral socialista, no siempre ha presidido un criterio suficientemente científico, como se ha pretendido. Nuestro abolengo comunista por una parte y de otra una pretendida lógica nos han hecho afirmar y negar a veces en cuestiones secundarias y a veces en algo trascendental, que a dominar nuestros enemigos el fondo de la doctrina socialista y sus relaciones con los progresos teórico-prácticos de la ciencia, no siempre habríamos salido airosos en las polémicas y controversias.

Y es que por lo regular nos ciega una lógica aparente y argüimos a partir de ella sin reparar que no estamos al corriente de los conocimientos, por falta de tiempo y ocasión, que desconocemos mucho bueno que en el terreno de la especulación científica ponen de manifiesto como resultado de una sagaz observación los hombres dedicados al estudio.

Fiados en aquella lógica y sin tener presente que el principio federativo informa nuestro credo, olvidándonos muchas veces que dentro de aquél subsisten armónicamente la variedad y la unidad, cuantos pujos de unitarismo absorbente, reñido con la idea de libertad y no muy en armonía con el principio federativo hemos observado! así en el terreno de la organización como en el de las teorías o propaganda.

La manera como tratamos la idea de patria o el amor patrio es buena prueba de ello.

La generosidad de nuestros ideales, al proclamar la solidaridad humana, nos ha hecho odiosas las fronteras creadas no tanto por la naturaleza como por la funesta al par que ridícula diplomacia.

Y los sentimientos, obrando antes que el raciocinio, se han empeñado en unificar el mundo, en maldecir la idea de patria, y como consecuencia se ha renegado de la diversidad de lenguas y se pretende ver en el hombre un ser cosmopolita más bien que habitante de España o Francia, de Italia o Alemania, etc.

¿Por qué? Porque aquellos ideales generosos están en pugna con los hechos de nuestros días y los consignados en la historia do tantas atrocidades constan, la mayor parte de cuyos hechos han tenido por origen un desviado amor patrio, amor patrio desviado por los tiranos empeñados en aumentar su patrimonio a costa de las vidas de sus iguales convertidos en vasallos por la fuerza y el saber juntos, puestos al servicio del más astuto.

Porque la diversidad de lenguas ha parecido venía a coadyuvar a la obra de los tiranos determinando separaciones entre los seres de una misma especie y a dificultar sus relaciones.

Y en nombre de los sentimientos fraternales que a la humanidad animan, los socialistas, atentos a la expansión de la lógica, por trivial que resulte, antes de estudiar la cuestión, analizándola desde el punto de vista científico o racional, hemos lanzado anatemas sin cuento, aspirando a una unificación irritante, reñida con el principio federativo de que partimos y aun con la ciencia, según la manera como nos expresamos.

¿Afecta a los principios ácrata-colectivistas la idea de patria? ¿Está en pugna con el principio federativo? No.

Según antes hemos apuntado, la idea de patria, en la acepción dada al concepto, según los hechos contados por la historia de todos los pueblos, está sí en pugna con la humanidad por causas pasajeras, como son la tiranía y el salvajismo; mas donde ambas desaparezcan, como sin duda desaparecerán mucho antes del planteamiento de nuestras ideas, no ha de oponerse en nada al curso de la civilización y el progreso ni a las ideas emanadas de ellos. Entonces quedará reducido todo a una simple cuestión de derecho que el sentido común resolverá en la práctica. Subsistiendo el territorio de las actuales naciones con las denominaciones presentes u otras, -que esto nada importa-, y estableciendo el principio federativo, las palabras frontera, límite, etc. tendrán valor puramente geográfico y más allá de ellas no habrá enemigos nuestros si no nos empeñamos en verlos, como en la agrupación de ciudades y pueblos, la división por distritos, barrios y calles no constituye un peligro para la tranquilidad y buena armonía del conjunto. Y la denominación de francés, español, alemán, turco, europeo o americano, no será óbice para que los hombres se respeten y amen, según ya vemos normalmente; que en las familias los hermanos tienen nombres diferentes para diferenciarse y para expresarse con claridad al tratar de los mismos en tercera persona.

Que los hombres amen preferentemente al lugar donde nacieron o donde viven, sobre ser cosa muy natural, nada vemos en ello que se oponga a la marcha progresiva de la humanidad. Cante un poeta las excelencias del pueblo o comarca en que vio la luz o en que mora, cante otro las de la suya respectiva y otros mil que les limiten; si al fin y al cabo el canto de uno ha servido de emulación al otro, y cada cual ha procurado sobrepujar a su antecesor, el resultado obtenido será altamente beneficioso para la bella literatura, recreo para el entendimiento y ornato de la humanidad.

El hombre, al amar el lugar en que nace o en que vive con preferencia a los demás lugares, no comete ningún absurdo, como tampoco lo comete antes de ser padre no sintiendo amor por los hijos que más tarde engendrará. Se ama o se odia a aquello que se conoce, no lo que desconocemos.

No ha de oponerse el socialismo al curso natural de las pasiones nobles; es más, no puede oponerse si no quiere destruir por su propia base su doctrina esencialmente racional. Tenemos al amor patrio por sentimiento natural, y entendemos que educándolo puede servir a la causa de la humanidad del propio modo que bastardeando ha sido útil a cuantos endiosados tiranuelos han tratado de satisfacer su ambición y sed de grandeza, aprovechando la ignorancia de otras edades.

Pero es cuestión harto compleja ésta, para tratarla en un artículo; abarca muchos puntos de vista, y hay que deslindar bastante para ponerla en claro, por lo opuesta que le es la corriente. Contra la patria han declamado nuestros amigos y nuestros adversarios también. En favor del cosmopolitismo, de la fraternidad universal ha sucedido otro tanto. Mucho conocemos escritos en ambos sentidos, expresión de sentimientos hijos de impresiones momentáneas o mal digeridas, que han influido no poco en el ánimo del común de los hombres, en lo que va de siglo; pero en cambio poco, casi nada conocemos, donde se estudie este punto, asaz interesante pero tenido en poca estima.

Tengo para mí, que si hoy puede haber divergencia entre los socialistas por lo que respecta al concepto del amor patrio, débese a la poca atención que este tema ha merecido de los hombres pensadores. Pues, según queda indicado, no somos los socialistas únicamente los que no vemos claro en este asunto, que otro tanto sucede a los hombres de la escuela conservadora, Castelar inclusive.

Este, al igual que todas las figuras destacadas de la clase opresora, ha declamado admirablemente contra el amor patrio de aldea, hallando bellas frases para denigrarlo y hacerlo odioso, mientras por otra parte ha cantado en prosa magistral y grandilocuente el amor patrio nacional. En lo cual vemos tan solo puro convencionalismo, ausencia de seriedad y aún de lógica.

En cambio los socialistas, llevados un poco del espíritu de contradicción y en gran parte por el sentimentalismo, no vemos en el amor patrio otra cosa que una pasión de gran fuerza, de explosión vehemente, puesta las más de las veces al servicio de malas causas; vemos además la poca consistencia que la conceden sus mismos explotadores arreglando las fronteras o límites de una nación, haciendo cambiar de patria a pueblos, ciudades y comarcas, por obra de la diplomacia, con igual facilidad que un huésped cambia de domicilio. Pues abundan las comarcas como Alsacia y Lorena puestas en el caso de haber de tener amor patrio por Alemania y antes del año 1870 el fuego de su patriotismo habían de consagrarlo a Francia; como Niza formaba no ha mucho parte de la patria italiana, y hoy los sentimientos patrióticos de sus habitantes han de ser por Francia; del mismo modo que un día una porción de pueblos y ciudades comprendida desde Nimes y Montpeller al Pirineo, sacrificáronse en aras de su patriotismo catalán, defendiéndose heroicamente contra los franceses, entonces sus enemigos, y hoy sus compatriotas.

No es éste el único contrasentido por el cual venimos en conocimiento de la poca base concedida por la gente del ayer al sentimiento patrio. Si estiman que el hombre ha de moverse por el amor a la patria-nación ¿por qué maldicen y califican de ruin amor de campanario al amor del patrio hogar?

Tales contrasentidos y los sacrificios inhumanos tan estérilmente consumados en nombre del patriotismo, han sido causa de que los socialistas, afanosos de originalidad, declaremos sin cesar desde la Revolución francesa hasta el presente contra la expresión de este sentimiento, que a despecho de nuestro raciocinio bulle en ocasiones por el sistema nervioso, como irritado de no haber merecido el justo concepto todavía, siendo una de las pasiones que más juego han dado a la humanidad desde su cuna a nuestros días.

El amor patrio es sentimiento natural como resultado de afecciones espontáneas. La lengua propia, las costumbres locales, la manera de sentir, las condiciones físicas del lugar en que el individuo nació o se ha criado, etc., forman un conjunto homogéneo en que se interesan y desarrollan nuestros sentidos, y cuanto discrepa de aquel conjunto nos gusta menos o más, según los casos y las condiciones individuales. Aquella homogeneidad a cuyo calor nos hemos formado hombres, tiene siempre gran influencia sobre nuestro ser, y nos gusta, amamos aquel todo y sin darnos cuenta sentimos amor a la patria en su forma natural, espontánea y bella. Y de este dulce e inofensivo amor a la pasión violenta que tantas guerras ha alimentado la diferencia es corta, justificada quizás muchas veces. Ante la invasión de un territorio, verificada por una soldadesca desenfrenada, comprendemos y nos explicamos la brutal defensa de los campesinos y aún de los ciudadanos, porque el individuo a la vez siente hollada su dignidad de hombre y ve perjudicados inconsideradamente sus intereses y afecciones queridas. El amor que suavemente nos atrae a una mujer, suele trastocarse de idilio en drama horrible, cuando un tercero rompe la serena tranquilidad de aquel amor. Y consideramos como ser indigno, miserable y rastrero al que a toda costa, en tales casos, no pone su dignidad a la debida altura. Fases del amor son éstas como aquéllas y han de merecer igual consideración unas y otras.

El sentimiento de patria es superior a las teorías y frases bellas de todos los oradores que pretendan negarlo y sólo tengan adjetivos laudatorios para la patria humana. Elocuentes en alto grado son los hechos observados sobre el particular. La nostalgia que sentimos fuera del país, aún los más despreocupados; la muerte sufrida por algunos salvajes traídos a Europa en diferentes ocasiones, cuya causa no ha sido otra que vivir lejos del hogar do nacieron, habiendo mejorado de condiciones y viviendo, aunque en país civilizado, entre algunos de sus iguales, respetándoseles sus hábitos y preocupaciones; el sentimiento de cariño que sentimos en país extranjero al dar con un compatriota a quien antes no conocíamos y de quien seguramente no habríamos hecho caso en nuestro propio país, aún habiéndonos visto en una misma casa: estos y muchísimos otros hechos, así de índole común como casos concretos, cuya explicación es un problema sin solución si se niega el amor patrio como inherente a nuestros sentidos, son hechos dignos de estudio que a buen seguro nos llevarán a estas conclusiones:

«Se ha abusado del sentimiento patriótico en todos tiempos, habiéndose bastardeado de continuo, pero es sentimiento natural, tal vez en nosotros viciado por la herencia, y es preciso educarlo para que pasión tan noble beneficie a la humanidad del propio modo que la ha castigado. Tal vez pueda ser el conductor que, variado de rumbo, nos encamine a la fraternidad universal, por la emulación patriótica de sentimientos bellos.»
Acracia. Revista Sociológica, any II, número 18, juny de 1887, Barcelona, pàgines 238-239.

Canibell a Acràcia i la pàtria
Primer de dos articles que Eudald Canibell (1858-1928) publicà a la revista Acracia, el primer gran intent de l’anarquisme català de crear una publicació teòrica anarquista i al nom de la qual es deu la paraula «acràcia» com a sinònim d’«anarquia». La publicació, concebuda com un setmanari, sortí de 1886 a 1888 i en van ser directors Farga Pellicer i Anselmo Lorenzo. Canibell era un bon exemple de barreja entre el món de l’anarquisme, en què participà a partir de la seva militància com a impressor i sindicalista en diverses organitzacions obreres, a les quals va aportar també els seus textos teòrics, i el món del catalanisme. Escrigué a La Asociación, òrgan de l’Associació d’Obrers Tipogràfics i entrà a la redacció de La Tramontana quan Llunas emmalaltí, el 1890. Destacat maçó, amb el simbòlic Bakounine, aquell mateix any va ser nomenat director de la Biblioteca Arús gràcies a la seva amistat amb Valentí Almirall. Alhora, Canibell participà el 1880 en el Primer Congrés Catalanista, organitzat pel mateix Almirall, i fou redactor de La Bandera Catalana (1875), L’Escut de Catalunya (1878-1879), el Diari Català (1879.1881), La Il·lustració Catalana (1880-1894) i L’Avenç (1881-1884 i 1889-1893). Abandonada la seva militància com a dirigent sindical, va desenvolupar tasques lligades amb els seus oficis de tipògraf i dibuixant. En el seu article defensa el concepte de «pàtria» i el seu possible aprofitament des de les files «socialistes» (en aquell moment i als Països Catalans aquesta paraula, igual que «internacionalistes», equivalia a dir «anarquistes»). Amb una visió àmplia, defensava que es fes compatible el concepte de pàtria amb el cosmopolitisme, ja que de cap de les maneres no contradeia l’ideal federalista anarquista d’aquell moment.
(Vicente, 2017: 65-72)

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