(Aquest text és el publicat al primer volum del “Llibre Negre”. En aquests moments, estic en plena investigació sobre el catalanisme de Joan Montseny i hi ha molt més tema del que aquí explico i anomeno. Caldrà, potser, un altre volum o ves a saber)
2 de febrer de 1910, Joan Montseny, article al periòdic Foment
Carta abierta sobre la cuestión catalana
Sres. Redactores del Foment,
Muy Sres. Mío y amigos: Desde que vi publicada mi anterior carta en las columnas de Foment, formé el propósito de enviar-les otra, verdaderamente dedicada a la publicidad y escrita con la intención de que fuera leída lo mismo por los catalanistas, dando a la palabra catalanismo un sentido de pueblo fuerte que quiere emanciparse de las políticas de muerte que imperan en Madrid y que representan, no sólo los gobernantes de la Monarquía, sino los radicales de unidad y de acción patriotera y guerrera, que por catalanes que, no habiendo vivido en Madrid estudiado las funestas consecuencias que para las regiones y para los individuos, que es lo principal, tiene la política centralista de unos hombres que no se preocupan más que de colocar amigos en la chupera nacional, anteponen la palabra república y radicalismo a los procedimientos y medios parar practicarlos, creyendo que con llamarse radicales y revolucionarios están cumplido el programa de su ciudadanía.
Yo no combato a Lerroux por ser madrileño ni por ser andaluz. Yo combato a Lerroux, en primer lugar, porque he vivido a su lado, cuando era redactor de El Progreso, y conozco sus defectos personales, y en segundo término, porque Lerroux, con su radicalismo de palabra, no es más que la extensión de Moret, menos personal, por supuesto, pero igualmente limitado de acción reformista y educativa, e igualmente incapaz de sentir, con amor y voluntad fuerte, los anhelos y las necesidades de los pueblos que consideren que hay más que las palabras democracia, república y radicalismo; que hay miseria e ignorancia donde, con buen deseo, podría haber abundancia e ilustración.
Porque es preciso tener en cuenta un sin fin de cosas para ser buen ciudadano. República, en España, representa un paso más en el camino de las libertades; pero no lo representa en Inglaterra, país monárquico y cuyos liberales dan quince y raya a todos los radicales de las repúblicas en esto de las reformas sociales, siendo posible en Inglaterra programas políticos que, por lo avanzados, no lo serían, ni lo han sido en la misma Francia, gobernada por los radicales socialistas y por los socialistas que cuarenta años ha fueron ametrallados por los republicanos.
Y es que las formas de gobierno influyen en menos, en la vida liberal de los pueblos, que el estado de ilustración de los mismos pueblos, estado de ilustración que no es equivalente, como alguien pudiera creer, a la forma de gobierno.
Yo he dicho, y ahora repito, que unas ideas buenas en hombres malos o defectuosos, resultan malas o defectuosas las ideas, y que unas ideas malas, en hombres buenos, las ideas resultan buenas. Con esta concepción de la vida, hace tiempo que no divido a las personas en radicales y reaccionarias, sino en individuos que se portan bien y en otros que se portan mal; porque con los hombres que se portan bien, las ideas que ellos sustentan, sean ellas cuales fueran, habrían de resultar buenas y al revés, con hombres que se porten mal, las ideas que ellos sustentaren, sean ellas cuales fueren, resultarían malas siempre. De ello proviene el que, las ideas monárquicas en hombres cual Lloyd Gerorge sean mejores y más radicales que las republicanas en hombres cual Porfirio Díaz, por no citar a ningún republicano español y podría citar a muchos.
Así, pues, el concepto radical de la política, no está en la frase ni en la doctrina; está en el acto, en el hecho político. De ahí que yo estime y lo digo sinceramente, más radical a Cambó que a Lerroux, porque personalmente, y no he tratado a Cambó, le considero mejor que a Lerroux. En fin, yo creo a Lerroux capaz de arengar al pueblo en sentido mucho más avanzado y mucho más revolucionario que Cambó, pero en el terreno de los hechos supongo más reformador a Cambó que a Lerroux.
Pónganse todos los liberales castellanos en el gobierno de Madrid y todos los conservadores catalanes en el gobierno de Barcelona, y tened la seguridad absoluta de que el pueblo, el verdadero pueblo, sacará más ventajas de los conservadores de Barcelona que de los radicales de Madrid, aunque saquen menos programas y menos palabras.
Es natural. Suponed a los liberales de Madrid cobrando del presupuesto o viviendo de la renta de su papel o de sus bienes; y suponed a los conservadores de Barcelona, emprendedores, trabajadores, obreros en medio de sus capitales y convenios y convendréis conmigo, que el pueblo ha de tener más beneficios de un capital que vive, que labora, que se multiplica, que de un capital que yace muerto en las arcas o en la tierra.
Por eso yo vería con profundo disgusto toda aproximación de la izquierda catalana a la política de Lerroux, y vería, también con profundo pesar, toda separación de la izquierda catalana de su derecha, entendiendo por derecha catalana a los regionalistas. El primer caso parecería como una adulación a la victoria; el segundo como si se abandonase al derrotado. Y ello no puede hacer un pueblo fuerte ni un partido que de fuerte se estime. Ello parecería una maniobra electoral más digna de los políticos de Madrid que de los puritanos catalanes.
Sospecho que estas mis palabras me alejan de la diputación que he solicitado en la única forma digna que se me ocurrió, pero quien no dijera la verdad, aun contra su conveniencia, diputado que fuese, claudicaría como los demás y carecería de voluntad suficiente para sobreponerse al ambiente de inmoralidad que domina en la política española.
No basta, no debe bastar llamarse radical; es preciso serlo. La mayoría de los radicales de España quieren la separación de la Iglesia y el Estado, pero esperan que sea el Estado el que se emancipe de la Iglesia. ¡Que pocos se emancipan de la Iglesia por la acción individual, esto es, por el hecho! Por medio de programas, ¡muy radicales! Por medio de la vida, ¡que pocos lo son!
Es como si, viéndose uno lleno de parásitos, llamara al inspector de higiene para que los matase, en lugar de ser él quien lo hiciese. Es la diferencia que va de la política práctica, positiva a la política de ideas. La política de ideas no requiere más que oradores y escritores; y la política de actos de la vida requiere mucho más, requiere voluntad y abnegación para la lucha contra los intereses y las preocupaciones.
Y como esta carta es ya demasiado larga, si tengo tiempo, les escribiré otra pronto, amigos redactores y director de Foment.
Salud y fuerza para propagar la unión catalana contra todos los defensores y representantes de la política madrileña, inmoral, chupóptera y parlanchina.
(Montseny, 1981: 57-61)
28 de gener de 1912, Joan Montseny, article a Foment
III El caràcter català i la seva política
La virtualitat d’un poble es manifesta en el que treballa, en el que pensa i en el que pretén. A treballador, cap avantatja a Catalunya, a pensador, pocs, perquè Alemanya, que és la nació que dona més filòsofs, no és un poble de pensadors, i a pretendre, com a aspiració col·lectiva i individual, només dues nacions, Noruega i Finlàndia, se li poden comparar, perquè una i altra no es componen de masses sinó d’homes que estan trucant a les portes de la individualitat.
Catalunya, col·lectivament, pretén ésser lliure per al foment de les seves energies, que agrupa en dos grans nuclis, a saber: educació i treball. Individualment pretenen, els catalans, ésser un cada u i ésser-ho en el taller i en l’estudi.
I això que escrit queda, no està dit a fum de palla, sinó que respon a una realitat. Cada obrer català és un artista i cada artista, a Catalunya, és una personalitat: no hi ha escoles, perquè no hi ha deixebles ni mestres. Madrid, per exemple, careix d’artesans; no té més que peons. Així com, en nostre país, un fuster i un mestre de cases comencen i acaben una obra, a Madrid es necessiten vàries especialitats de treballadors per a acabar-la, i així tots resulten obrers incomplets i l’obra que surt de les seves mans no és precisament d’art.
I aquesta inferioritat de l’obrer castellà amb relació a l’obrer català, existeix en tota professió i art, menys en el de la paraula, però si aquests articles tinguessin caràcter més minuciós i científic, jo demostraria que la superioritat de la paraula és una inferioritat moral, perquè l’abundància de vocables sols serveix per a excusar el compliment del dever o per a reduir el dever a la paraula.
Fins en el comerç de Madrid i en el de Barcelona, representants de dos pobles distints, se nota diferència. Així, com el principal per al comerciant català és vendre molt, el principal per al comerciant madrileny és vendre car. La ganancia, per al primer, està en girar el més possible; per al segon està en vendre al més alt que pugui. D’aquí es dedueixen, no sols dos sistemes de comerç, sinó dos sistemes de producció. Catalunya produeix més, perquè ven més i ven més perquè es contenta en guanyar menos. Els resultats de guanyar menos per a produir més, són guanyar més, perquè molts pocs sumen més que un sol molt.
Sobre aquest particular del caràcter català, que estimo del més complet que existeix en individualitats, vaig encara més lluny. Quan veig a Gabriel Alomar tirar en cara a Catalunya la seva falta d’art i la seva sobra de materialisme, penso que l’ànima de l’Alomar no ha entrat en l’ànima de Catalunya. Tan artista com Catalunya pot haver-hi un altre poble; més, cap. A Catalunya fins els pagesos són artistes. Només cal veure les seves terres. Els llaurats, la col·locació de vinyes i d’arbrat, el mateix tallat de les hortes, obeeixen a una idea estètica; a una visió harmònica de son terrer, visió natural, car ningú li ha educat, i visió de raça, car que ja és històrica. En quant a l’art pròpiament dit, ¿on se celebren més exposicions que a Barcelona, en relació amb el nombre dels seus habitants? I tot l’art que s’exhibeix a Barcelona és català, mentre que el que s’exposa a Roma o a París és internacional.
Es jutja a Catalunya per les grans riqueses que ha acumulat l’industrialisme i sens parar-me en averiguar l’art que pot haver-hi en aquest mateix industrialisme, que n’hi ha i el seu foment ho demostra, jo he de preguntar, als que no veuen idealismes a Catalunya, si hi ha poble més idealista que el nostre. Per idealistes, utòpics s’anomena a la majoria dels seus obrers, i potser per idealistes, els obrers catalans no comprenen el raro socialisme d’Alomar. La major part de les vagues de Catalunya han obeït, més que a la fi material del benefici, al fi ideal de l’apoy mutu i de la dignitat, i fins, algunes vegades, a un fi ideal de doctrina que està molt lluny, i que, avui per avui, no produeix als obrers més que disgustos i amargures.
Però l’article avança i encara no he parlat de política com son títol resa.
Sense dos principis, bases, causes i veritats no serà res la política catalana, i amb aquells dos principis o veritats, serà una política moderna i model, com a manifestació de la seva ànima. Fer política per a elegir diputats i regidors, és reduir la política a una expressió insignificant. El de menos, en la política catalana, deu ésser i serà, la lluita electoral, sobretot, aqueixa lluita electoral que es contenta amb vèncer a l’adversari i esperar altres eleccions per a vèncer-lo de nou. El demés en la política catalana, o millor, catalanista, ha d’ésser i serà, l’acció social, acció de cultura i de pau, bases fonamentals de la llibertat i del dret.
Jo invito els meus lectors a pensar sobre els beneficis o millores que els hi ha produït la lluita política, reduïda a l’elecció de regidors i de diputats, com no sigui la satisfacció d’haver vençut! Deixar que els diputats, a Madrid, ens arreglin els desarreglos de la nació i que els regidors arreglin el que en el poble està per arreglar, és crear una classe d’arregladors que no arreglen res. L’acció de l’elector o, millor, la del ciutadà, no sols deu continuar paral·lela a l’acció de l’elegit, sinó que deu avançar per assenyalar-li el camí que ha de seguir. Al costat de la lluita electoral, i com a complement d’ella, deu anar l’acció de l’individu, en les societats, per a que el propulsor de tot acte públic i social, sigui sempre el ciutadà i, en conjunt, la ciutat. Així com ara, per una corrupció i per un abandono de delegacions, la suprema autoritat i el suprem prestigi de la circumscripció, és el diputat, i el suprem prestigi i la suprema autoritat d’un poble, és el regidor, en la nova política catalana, el suprem prestigi deu ésser i serà la ciutat. És a dir, la ciutat que mana i vigila, i la ciutat que aprova i destitueix.
I si algun dia tingués jo influència en la política catalana i fos Catalunya mestressa de si mateixa, hauria de procurar, que, en tot moment, el regidor i el diputat i els seus equivalents en l’avenir, poguessin ésser rellevats dels seus càrrecs per la majoria que els nomenà quan el districte o la circumscripció cregués que no complien son deber. Sols així pot ésser la ciutat el suprem prestigi i la suprema justícia.
Però aquestes són coses per a (ser) tractades amb més amplitud i altre dia.
(Montseny, 1981: 25-28)
Joan Montseny, la intel·lectualitat àcrata i catalanista
Joan Montseny (1864-1942) i Teresa Mañé (1865-1939), pare i mare de Frederica Montseny, crearen una de les eines més potents de construcció d’ideologia de l’anarquisme a l’Estat espanyol durant la primera meitat del segle XX, La Revista Blanca. Els historiadors Dolors Marín i Salvador Palomar qualificarem de «laboratori d’idees» aquella publicació que tingué diverses etapes, inclogué el bo i millor de la intel·lectualitat anarquista i d’esquerres de l’Estat i demostrà una veritable obertura de mires en tots els aspectes en el temps que sortí al carrer. En la seva darrera etapa, de 1923 a 1936, La Revista Blanca centra la seva línia editorial en mantenir la puresa anarquista allunyada, tant com era possible, del sindicalisme, que veien com a pactista i no revolucionari. Algunes de les obres de Joan Montseny, que signava amb el pseudònim de Federico Urales, que el situen com un dels intel·lectuals llibertaris més destacats del segle XX als Països Catalans són La anarquía al alcance de todos (1928), Los municipios libres (1932), l’autobiografia en tres volums Mi vida (1932), La evolución de la filosofía en España (1934) i diverses novel·les i novel·letes incloses a les col·leccions «La Novela Ideal» (de 1925 a 1937) i «La Novela Libre» (de 1929 a 1937), creades per ell; de forma especial, per la popularitat que va arribar a tenir, Sembrando flores.
Montseny es mostrà sovint defensor dels drets nacionals de Catalunya, sobretot de l’accés a l’autogovern, i sovint obre les pàgines de La Revista Blanca a autors per tal que escriguin sobre el tema. Ell mateix, l’any 1910, publicà en el periòdic Foment, portaveu del Foment Nacionalista Republicà de Reus, un total de nou articles sobre la qüestió nacional catalana. Aquests nou articles més la Carta abierta sobre la cuestión catalana van ser recollits en un volum l’any 1981 amb el títol Per Catalunya, en edició de Fina Masdeu i amb una introducció de Pere Anguera. El primer dels nou articles, Una carta, va ser publicat l’11 de gener de 1910 a Foment i hi atacava els lerrouxistes alhora que lloava la Solidaritat Catalana. Pere Anguera explicava en la seva introducció al llibre que «El 2 de febrer de 1910 publicava al mateix diari la «Carta abierta sobre la cuestión catalana» on afirma que la paraula catalanisme té ‘un sentido de pueblo fuerte que quiere emanciparse de la política de muerte y de inmoralidad que impera en Madrid’, insistint després en els seus atacs contra Lerroux a qui considera en el nivell de les realitzacions pràctiques menys progressista que Cambó, acabant per demanar el manteniment d’actuació de la dreta i l’esquerra nacionalista per a poder fer rutllar el país.» L’historiador reusenc afegia que «Montseny presenta en els seus escrits una imatge utòpica i idíl·lica de la societat catalana, obrers que en realitat són artesans plens d’imaginació i personalitat, pagesos conscients i amb gust per a l’estructuració de les labors del camp i burgesos honrats, d’aquí que proposi en la confiança sense límits en el conjunt de la societat una mena de retorn a al societat assembleària, en la qual els ciutadans podrien actuar com a jutges dels seus governants i desposseir-los dels càrrecs si no complien com pertocava.» Durant els anys 30, Montseny tornà a tractar el tema català en diversos números de La Revista Blanca i es mostrà crític amb la proclamació de la República catalana.
(Montseny, 1981; Montseny, 1968; Montseny, 2015; Pradas, 2011; Valle-Inclán, 2008)
Us ha agradat aquest article? Compartiu-lo!