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jordimartifont

7 de gener de 2020
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#llibrenegre Març de 1896, Pere Coromines, article a ‘Ciencia Social’, “Psicología del amor patrio”

Març de 1896, Pere Coromines, article a Ciencia Social

Psicología del amor patrio
I

En vano los hombres dominados por el misoneísmo lanzan al cielo sus clamores obsedantes, en vano intentan detener la marcha de la razón juntando las manos con gesto suplicante mostrando el desconsuelo de su faz desolada; la crítica implacable en el paroxismo de la destrucción tritura los prejuicios santificados por lal historia, huella con planta impia el sagrario de las más viejas tradiciones, y en este derrumbamiento de la sociedad actual y en el orden de las ideas, un día se hunde la propiedad, otro día mueren la autoridad y la ley, hoy le ha llegado su vez a la patria (1).

En el orden de las ideas la patria ha muerto; pero en la vida real, como el cadáver del Cid en la leyenda, riñe batallas cabalgando rígidamente en los cerebros de sus fanaticos. Y a los ojos de las inteligencias redimidas por el estudio, la patria va adquiriendo el aspecto de un fetiche repugnante. En la infancia de la civilización sacrifica el hombre víctimas humanas a sus fetiches y en el vaho de la sangre vertida en los altares y en los campos de batalla se le figura ver subir al cielo el ardiente testimonio de su amor a la patria y a la divinidad. Ya no se sacrifican víctimas a Dios, pero todavía en Madagascar, Egipto, Cuba y Abisinia son el oprobio de nuestro fin de siglo. Y si en los tiempos venideros algún historiador indiscreto sorprende la admiración que sentimos por nuestra cultura los hombres del siglo XIX, se reirá, sin duda, de una civilización que se cree libre y humanitaria, y vive embrutecida a los pies de grosero fetiche al que dedica de cuanto en cuanto grandes hecatombes humanas.

Sobre no ir directamente encaminado mi trabajo a negar la existencia de un concepto natural de la patria, encuentro casi hecha esta parte de mi estudio en diversos autores, por lo cual seré muy conciso en ella. Más abajo demostraré que no es posible una patria natural; por ahora me limitaré a inquirir si las patrias de hoy se fundan en algún criterio cuyas raíces arranquen de la esencia misma de la sociedad humana.

Este criterio no es el de la comunidad de lengua, dado que en Suiza y en Austria se hablan tres lenguas bien distintas; en varias naciones se habla en castellano y apenas si se encontraría una sola patria en que no se hablaran varios dialectos (2). Tampoco puede ser el lugar en que se ha nacido, pues además de ser una idea muy vaga, sólo pueden comprenderse en ella el pueblo o quizás aldea en que se vino al mundo (3). Es indudable que el ambiente físico no ha presidido la formación de las actuales patrias, como nos lo demuestran Rusia, Francia, Alemania, China, Estados Unidos y tantas otras naciones donde existe gran variedad de clima. Si se hubiera atendido el criterio histórico no sería possible patria alguna ya que la historia nos da cuenta de los incesantes cambios sufridos por los límites de las naciones a través del tiempo (4).
Tampoco se han tenido presentes la fronteras naturales, como nos lo prueba la unión de Irlanda y Inglaterra y de Italia con Sicilia separadas por el mar, el hecho de que los grandes ríos como el Nilo, el Volga, el Don y el Misisipi y algunas grandes cordilleras como la de los Andes en el Norte de América y los Urales no formen los límites de diversos estados (5). Las razas se han confundido demasiado en nuestros pueblos para que puedan dar lugar a un concepto tan preciso com el de patria y aunque así no fuera encontraríamos a las grandes razas latina, germana, eslava y semita fraccionadas en varias nacionalidades (6). Tocante a los conceptos de civilización y costumbes, si se toman en un sentido amplio los vemos uniformes en gran parte de Europa y América, y si los tomamos en sentido restricto los encontramos distintos en cada comarca (7).

Quedan la comunidad de intereses y la sujeción a una misma autoridad. Aquel que con dolor haya contemplado el espectáculo frecuente de los hermanos disputándose la herencia de sus padres, el que recuerde las manifestaciones contradictorias que suscita en un pueblo todo tratado de comercio, vendrá sin duda, a la consecuencia de que en una sociedad fundada en la lucha por la vida el interés será siempre personal y en una sociedad solidaria el interés no subsistirá. En realidad, el único concepto posible es el que se funda en la sujeción a una autoridad común; però fijaos en que es éste un concepto demasiado voluble, pues a consecuencia de un tratado de paz se puede variar de patria en un solo día, y, en todo caso, no será un concepto permanente ni simpático, bastante a producir afectos poderosos en el corazón humano, si ha de morir el mismo día en que sea derrocada toda autoridad y si sólo es uno de los lotes en que, como dice Chaughi, se han repartido la tierra los gobiernos.

II
Veamos ahora la cuestión desde el punto de vista de la psicología de los afectos. La vida del hombre es una sucesión de momentos agradables unos, dolorosos otros, e indiferentes los más. Del tiempo en que dormimos sin soñar no queda en nuestro cerebro memoria alguna, pero cada uno de los momentos agradables o dolorosos deja en nosotros una huella que llamaré, para darle nombre, un estrato afectivo. Los momentos de terrible angustia que pasa el náufrago luchando con las olas amarrado febrilmente a una tabla, la emoción intensa del amante en el momento primero de gozar a la mujer de sus amores dejan en el cerebro de uno y otro estratos afectivos tan profundos que persistirán durante toda la vida. A tales estratos, que, como se comprende, pueden ser de diferentes especies, tenues o profundos, agradables o desagradables, vagos o determinados según la naturaleza del momento afectivo que recuerdan, van indisolublemente asociados la idea del lugar en que experimentamos la emoción, y la de la persona que compartió con nosotros el peligro del naufragio o el placer del goce sexual, de tal modo que la vista o el mero recuerdo del lugar o de la persona despierta en nosotros una emoción más débil, pero análoga, aunque modificada por los estratos sucesivos. (El amante engañado quizá llegue a olvidar el primer momento afectivo).

También va asociada a éste la idea de las cosas y por esto no es de extrañar que rompa en sollozos la madre que al revolver las ropas de un baúl encuentra la blusita de su pobre hijo muerto (8).

Los afectos de la sangre, a mi entender, no existen. Reunid todos los estratos correspondientes a los momentos de emoción ternísima que compartísteis con vuestra madre y habréis penetrado el secreto insondable de vuestro mutuo amor. El haber compartido con personas, en quienes se halló reunida una misma cualidad, emociones cuyo recuerdo os produzca ira o placer hará que en lo sucesivo os inspiren odio o simpatía aquellos en quienes encontréis dicha cualidad. Cito la simpatía como ejemplo, de un estrato vago, como hubiera podido citar el sexo con el que nos explicaríamos la potencia del amor sexual.

Nace el hombre y apenas en su cerebro virgen se graba el recuerdo de sus primeras emociones asocia a ellas las mil incidencias de la tierra natal. Los estratos afectivos se irán superponiendo lentamente y al mismo tiempo se fortalecerá el vínculo de amor que le une al teatro de su vida; y si cuando ya formado el hombre los azares de la suerte le arrastran a lejanos países llevará con él la impresión viva de aquel rincón del mundo que forma parte de su ser, de aquellos lugares cuya silueta, al dibujarse en el horizonte, cuando vuelva, evocarán en él todo un mundo de emociones indefinibles, mezcla del bienestar producido por el recuerdo de los momentos venturosos y el agridulce de las tristezas pasadas. Lo mismo sucede con el lenguaje asociado a todas las emociones humanas. El catalán piensa, siente y quiere en catalán; a nadie se le ocurrirá sin duda hacer el amor en lengua extranjera. Y así la lengua originaria dando forma a todos los productos de nuestro cerebro forma parte integrante de nuestro yo, como os lo dirán todos los poetas, como os lo expresarán mejor todavía los que han experimentado la impresión que os une instantáneamente con fuerte amistad al hombre que en apartadas tierras os habla el mismo lenguaje que vosotros. Finalmente, el hombre vive en un ambiente social y físico constituido por una comunidad, siquiera algo vaga, de costumbres, ideas, sentimientos; ambiente en que la familia y la amistad hunden sus profundas raíces; ambiente constituido por la comunidad de las emociones y necesidades que producen las calamidades y bienandanzas sociales, y la vida en un mismo clima y en un mismo medio topográfico, y este ambiente social y físico es el molde en que vació el hombre todos sus estratos afectivos. De este modo se forman a mi entender diversos afectos que por su paralelismo natural se sintetizan en el sentimiento que con alguna impropiedad puede llamarse amor patrio.

(…)
El amor patrio, tal como lo concibo, debe, a pesar de esto, subsistir mientras la vida social no se transforme, mientras las lenguas y el ambiente social no se universalicen y en tanto el hombre viva como ahora generalmente aferrado a la tierra que le vio nacer. Debe conservarse porque sería inútil oponernos a él y porque siendo producto de causas naturales es preferible a todo prejuicio que le pudiéramos oponer.

Se me dirá que, escudados en este afecto, los autoritarios llevan millares de hombres a la matanza; se me dirá que es preferible derrocar este sentimiento egoísta y substituirlo por el amor a la humanidad. Y yo les diré que no es este un defecto del amor patrio, sino de la sociedad en que vivimos, fundada en la lucha por la existencia. Un sentimiento no puede ser egoísta si no puede limitarse. Por lo demás, los que me oponen el amor humanitario no caen en la cuenta de que proponen un sentimiento egoísta también, pues excluyen de él a los animales parecidos al hombre, egoísmo que a su vez rechaza la religión budista.

No, el defecto no está en el amor patrio, sino en la sociedad cruel que aprovecha para mantener a los hombres en lucha encarnizada. La moral es retributiva y enseña al hombre a hacer el bien por la esperanza de un premio y por el temor al castigo; la justicia glorifica el triunfo brutal del fuerte contra el débil; en la familia actual vese la fortaleza formada por los padres y los hijos para defenderse contra toda la sociedad; el trabajo y la riqueza crean enemistades sangrientas entre los pueblos, entre las familias y entre los individuos, y todo en la organización presente es motivo de combate, y así no es de extrañar que como primer argumento contra la innovación se ponga el egoísmo del individuo. ¿Ilusos! Constituid una sociedad solidaria, como se propone hacerlo el comunismo, y estas mismas instituciones, sentimientos e ideas de que he hablado serán el sostén más firme de la solidaridad humana.

He aquí la síntesis: la patria no existe, pero hay un amor patrio. Y aunque procurando modificarlo a medida que los adelantos sociales lo permitan, hemos de conservarlo como todos los sentimientos nobles y elevados. En nuestros tiempos ha hecho fortuna la teoría de las ideas fuerza, pero como sostienen Ribot y tantos otros, la idea no es una fuerza hasta que se convierte en sentimiento. Los hombres que llegaron a concebir la verdad de la idea sin sentirla, son como los eunucos que pueden producir en la mujer placer sexual sin fecundarla. La idea sólo es una fuerza cuando ha sido fecundada por el sentimiento.

Notas
(1) Verdad es que el socialismo internacionalista negó la patria. Pero los patriotas pudieron atrincherarse tras el concepto de autoridad que dieron los socialistas. En todos los tiempos ha habido protestas aisladas. Hoy la protesta surge en todas partes. René Chaughi, Phl. Jamin, Miguel de Unamuno, A. Hamon, Urbain Gohier, y muchos otros han publicado en el espacio de tres meses notables trabajos negando la patria burguesa en periódicos, revistas, folletos y libros.
(2) Véanse para más datos Las nacionalidades, por Pi i Margall, páginas 14 y 15, Madrid, 1877, y un artículo publicado por Chaughi en el número 37 de Les Temps Nouveaux.
(3) Hamon: Patrie et internationalisme, pág. 9, París, 1896.
(4) Pi i Margall, obra citada, pág. 21 a 52.
(5) Pi i Margall, obra citada, pág. 16 y 17.
(6) Pi i Margall, obra citada, pág. 53 a 57, i Chaughi, artículo citado.
(7) Hamon, obra citada, pág. 9 i 10.
(8) Estas ideas serán desarrolladas en una obra sobre la Psicología de los afectos.
Ciencia Social, any II, número 6, març de 1896, Barcelona, pàgines 170 a 175.

Pere Coromines, Foc Nou i Ciencia Social
El 1895, el jove Pere Coromines (1870-1939) entrà en contacte amb la gent de L’Avenç, al capdavant del qual es trobaven, en aquell moment, Massó i Torrents i Casas-Carbó. Allí va conèixer Joan Maragall (amb qui establí una llarga i intensa amistat), Alexandre Cortada, Jaume Brossa, Pompeu Fabra, Pérez Jorba, Ignasi Iglésies i altres. L’Avenç intentava allunyar la literatura catalana dels referents medievals que el jocfloralisme havia convertit en única possibilitat, alhora que la dotava de referents internacionals europeus que li possibilitessin un diàleg de tu a tu amb els corrents més avançats de la creació cultural.

El 1896, a partir d’aquests coneixences i d’altres, sorgeix la colla del Foc Nou, que reuneix les individualitats més radicalitzades del voltant de L’Avenç, com Jaume Brossa, Celestí Galcerán, Josep Roca i Cupull, Bernat Rodríguez Serra, Ramon Sempau, Ignasi Iglésias i Pere Coromines. Sembla ser que la Colla es creà en una trobada a les escales dels Josepets d’un grup de vint-i-cinc o trenta anarquistes d’acció en què un delegat del grup Benevento parlà d’un projecte de revista científica destinada a sectors socials cultes. Aquest grup es dedicà, sobretot, a organitzar l’estrena d’obres teatrals innovadores, sobretot Ibsen i altres autors del nord d’Europa, i a la intel·lectualització de les propostes àcrates a partir de la creació de la revista Ciencia Social, on publicaren ells mateixos al costat d’Unamuno, Anselmo Lorenzo, Hamon, Reclus, Kropotkin, Pelloutier o Pompeu Gener. Aquesta experiència rebé l’estocada de mort amb la repressió que seguirà a l’atemptat de Canvis Nous, amb el procés de Montjuïc, que suposà la detenció de Coromines i l’exili posterior. En el pròleg a La mort de Joan Apòstol, el mateix Coromines, ho recordà el 1926: «Nosaltres havíem encomanat als llibertaris l’amor a la llengua catalana, i coincidíem amb ells en el menyspreu de tota actuació política. No oblidis, amic lector, que d’això fa trenta anys. Els nostres treballs eren publicats en els llocs preferents de les seves revistes, i un refinament espiritual sosllevava els homes nous de la família obrera. Els puntals de la societat no varen saber veure les promeses de pau fecunda que germinaven sota aquell primer esplet d’escardots i romegueres.»

L’article que reproduïm, publicat a Ciencia Social, és una interessant reivindicació del que ell anomena «amor patrio», que «debe, a pesar de esto, subsistir mientras la vida social no se transforme, mientras las lenguas y el ambiente social no se universalicen y en tanto el hombre viva como ahora generalmente aferrado a la tierra que le vio nacer. Debe conservarse porque sería inútil oponernos a él y porque siendo producto de causas naturales es preferible a todo prejuicio que le pudiéramos oponer.» De fet, aquest és un tema destacat dels debats que la publicació anarquista va obrir durant el temps que va sortir al carrer, la qual cosa deixa ben clar que aquest «pensament únic» anarquista fossilitzat al llarg dels anys i establert en repeticions de dogmes intocables sobre aquest tema no era l’únic en el moment en què bona part de les idees centrals de l’anarquisme van arribar a casa nostra, ja que aquestes es debatien i no totes s’acceptaven de la mateixa manera.
(Coromines, 1972: 521-522; Duarte, 1988)

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