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[No escrivim èglogues] · [Bloc intermitent]

3 de febrer de 2015
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Rastres de Dixan: una de por

Imagen 92

I una d’insomni per a no dormir. Sota el risc latent d’islamofòbia. Avui, avui mateix, quan el PPSOE segella una nova croada antiterrorista, val la pena recordar com va acabar la darrera, entre 2004 i 2009. Com de malament, cal afegir. Aquesta és una crònica crítica i alternativa, necessàriament llarga com llargues van ser les mentides, escrita la primavera de 2009 i a quatre mans amb l’Albert Martínez, sobre fantasmes i dimonis, clavegueres d’estats i serveis secrets amb confidents, consellers d’Interior progressistes jugant a la ‘guerra preventiva’, costelles trencades, confusió planificada, arquitectura de la por i construcció d’enemics interiors. El detall del Cas Raval, que encara resta a la memòria i retina col·lectiva com l’intent del gihadisme salafista d’atemptar a Barcelona. Què en va quedar de tot plegat? Un autèntic desastre, un esquema kafkià i un nyap per tots costats de quan Guantànamo va aterrar al carrer Hospital. És, només, un dels capítols del llibre “Rastres de Dixan” (disponible aquí en pdf), d’autoria col·lectiva i que s’endinsava i alertava dels efectes perversos post 11S i 11M.

De la violència fonamentalista –”gihadisme feixista” en deia ell– escrivia fa ben poc Alba Rico encertadament: “no n’espero sinó fanatisme, violència i mort”. I de la resposta dels Estats? Aquest text burxa precisament en aquest dilema. Per això és una de por. I d’insomni. Tipus Rashomon de Kurosawa. A la ciutat dels prodigis que Barcelona ja no és. Al Raval-Guantànamo. Fa ben poc…

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Kafka, Le Carré y Corachán en el Guantánamo del Raval
per Albert Martínez y David Fernàndez
[periodistas de @La_Directa]

No conozco esa ley ―dijo K.
Pues peor para usted ―dijo el vigilante.
Sólo existe en sus cabezas ―dijo K.
Ya sentirá sus efectos.
Franz Kafka, El Proceso (1925)

«48 horas de terror continuado». Así abría Els Matins de TV3 de Josep Cuní una mañana de enero de 2008, a propósito de la detención de 14 vecinos del Raval. El 24 de enero, Jordi Corachán, desde El Periódico, había abierto la veda del alarmismo. A toda portada titulaba con un enorme y destacado 19-E, cuya pretensión obvia era ubicar Barcelona en la estela de los dramáticos atentados del 11-S en Nueva York, del 11-M en Madrid y del 7-J en Londres. Esa portada, revisitada hoy, marcará sin duda uno de los peores episodios en los anales de la indecencia periodística en Cataluña y el Estado español.

Ese ruido inmediato, con un impacto social más que evidente, fue el único punto álgido informativo de una noticia nunca demostrada y que, a día de hoy, se revela espuria e inconsistente. Al menos si juzgamos como prueba diáfana que los policías que investigaron ―hoy destituidos―, los periodistas que informaron ―hoy en silencio abrumador― y el juez que instruyó la causa judicial no disponen todavía de prueba alguna que la acredite. Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Qué sucedió en determinadas redacciones en aquellos días? ¿Dónde se fraguó e infló un globo que todavía es percibido como real por la sociedad? ¿Dónde nace la implosión de una noticia de semejante gravedad y envergadura que, al instante siguiente, empezó a desvanecerse con hasta tres versiones oficiales en apenas 48 horas, antes de entrar en fase de letargo silencioso y apagón informativo?

En los cajones del olvido y de la terquedad informativa, y a pesar de la irresponsabilidad periodística de no mover un dedo para deshacer el entuerto (más todavía, si consideramos que hay vecinos del Raval todavía encarcelados), un análisis del papel de los media revela su contribución inestimable a la antología del disparate y a la instauración de un denso silencio. Y por el contrario, revela también el descubrimiento paulatino, pieza a pieza, del rompecabezas, de una trama propia de una novela de Le Carré, donde triangulan la concurrencia de tres servicios de inteligencia, las directrices del propio Departamento de Estado de los EE. UU. y las divagaciones contradictorias de un confidente policial bautizado como F1.

Un día de alboroto y después tiempo de silencios
Un año y tres meses después, queda claro que seguimos en un estado vegetativo de desinformación pura, donde se ha invertido la carga de la prueba y son los vecinos del Raval quienes tienen que demostrar su inocencia, y no la policía quien debe demostrar sus acusaciones. Del Estado de Derecho al aplastante Derecho del Estado, vía Audiencia Nacional y griterío mediático. A la vista de la evolución del caso, queda claro también que aquellos «profesionales de la información» que explotaron el filón de «Al Qaeda en Barcelona» no han cumplido con su cacareada función social. No han informado más sobre los pormenores del caso ―lo cual es una perfeccionada, sutil y silenciosa forma de desinformación y control social―, contribuyendo a consolidar un nuevo episodio de impunidad informativa. A día de hoy, sale gratis afirmar, a sabiendas de que no es cierto, que el 19-E iba a ser un atentado de las dimensiones del 11-M en Madrid. Ése es el drama. Ante la gravedad de lo publicado, ¿no es lícito e imprescindible que ese ente llamado «opinión pública» tenga acceso a una información contrastada y rigurosa sobre la posibilidad de que Al Qaeda atentara en el metro de Barcelona? ¿Debemos seguir creyendo ciegamente, sin pruebas y como acto de fe, en el 19-E como amenaza? ¿Nos merecemos esa perversión bushiana de «te lo crees o no», conmigo o contra mí? ¿Qué piensan Jordi Corachán y sus fuentes «bien informadas» de la inteligencia policial y militar al respecto? ¿Cabe exigir responsabilidades por azuzar el miedo de forma tan soez?

Ese drama continúa. Porque sostener entonces que era verdad sin apenas pruebas es tan grave como negarse hoy a reconocer ―con pruebas sólidas― que era mentira. En esa dualidad queremos profundizar, como miembros de un semanario de los movimientos sociales ―la Directa― que, sin apenas recursos, leyó la prensa extranjera, habló con los implicados, contactó con los medios de Islamabad y, justo es reconocerlo, no hizo ningún gran reportaje de investigación.

Simplemente hizo lo que se espera de cualquier periodista: contrastar las informaciones. Profundizarlas. Contextualizarlas. Eso agrava más, si cabe, el rol de los otros medios que alimentaron el miedo y contribuyeron a la degradación de la profesión periodística. Aparentemente, no sugiere demasiado esfuerzo leer The Guardian para enterarse de que los «suicidas huidos del Raval eran hombres del presidente Musharraf» o escuchar a los responsables antiterroristas de Portugal, Bélgica o el Reino Unido ―afirmando que no implementarían ninguna «alerta antiterrorista» porque se trataba de «meras especulaciones»― para poner en cuarentena, como mínimo, las informaciones que afirmaron taxativamente que el atentado era inminente.

En plena era de la información, sobra señalar, como apunte previo, que la sociedad contemporánea se define sobremanera por el alud continuo de noticias. Por unos medios que conforman ―con su enorme capacidad de seducción, manufacturación y manipulación― la realidad publicada. La construcción y confusión mediática de la detenciones del Raval son, en este sentido, paradigmáticas. Los intereses políticos, la prisa por el galón informativo, la obsesión por marcarse la medalla del scoop (exclusiva) o la primacía única y acrítica de las fuentes policiales conlleva casi siempre el sacrificio de casi toda la deontología profesional: veracidad, contraste, rigor.

Entonces, de todo lo dicho a medias, publicado a pelo y gritado a ciegas, de todas las ráfagas disparadas aquellos días, ¿qué ha quedado? En primera instancia, que duda cabe, queda todavía la prisión provisional bajo los rigores de la dispersión penitenciaria antiterrorista de 10 vecinos del Raval y el sufrimiento añadido para sus familias. En segundo término, queda un periodismo cuanto menos irresponsable socialmente e incapaz de asumir y resarcir sus errores. En tercer lugar, y ahí radica el quid, se constata sin paliativos el estado de excepción encubierto que sufren determinados sectores de nuestra sociedad en la enloquecida lógica antiterrorista impulsada por Bush con la «guerra preventiva contra el terror». Ésa es la otra historia que queda: la de nuestros nuevos vecinos (algunos arraigados en Cataluña hace 30 años) que se han convertido en los nuevos infrahombres: nadies sin nada, desprovistos de derechos y susceptibles de ser erradicados de nuestra sociedad. Cavilaciones históricas y paradojas concentracionarias, en el universo nazi ―como recuerda el filósofo Giorgio Agamben― ese sin rostro desprovisto de cualquier atisbo de humanidad y susceptible de ser exterminado recibía el nombre de musulmán (1).

Han quedado más cosas, por supuesto: que el sumario judicial es endeble, preventivo y carente de pruebas materiales. Que Scotland Yard no se lo cree. O que los responsables de la operación policial del Centro Nacional de Inteligencia fueron destituidos cuatro meses después de las detenciones. Incluso que el mismo delegado del Gobierno de Rodríguez Zapatero en Cataluña, Joan Rangel, reconoció en noviembre de 2008 a una delegación de senadores pakistaníes, preocupados por la suerte de sus conciudadanos, su plena convicción de la inocencia de los imputados. O que Josep Maria Fuster Fabra, el mismísimo abogado de la acusación popular (la ACVOT, Associació Catalana de Víctimes del Terrorisme) afirme en privado que tiene la sensación de «que no hay nada». O que el propio ministro de Interior, Pérez Rubalcaba, le reconozca a un periodista de El País, este mes de marzo y al abordar el fenómeno yihadista en Barcelona, que ha habido errores. ¿Cabría esperar más unanimidad de «los otros» para constatar el daño, repararlo y decretar la libertad de los encarcelados? En nuestra experiencia, no hemos encontrado antes tamaña acumulación de reconocimientos expresos de «los otros» de que «algo falla».

La ceremonia de la confusión: antecedentes constantes 
Desgraciadamente, esta excepción ―el Raval― es la norma. No es la primera vez que, en el ámbito del llamado islamismo fundamentalista, se producen esta serie de noticias infladas que decaen a la mañana siguiente, con acumuladas denuncias de abusos ―en la aplicación de la peor legislación excepcional en el Estado español― que han derivado en encarcelamientos reiterados, los cuales, en no pocos casos, se han saldado con libertades sin cargos,  exoneraciones o absoluciones. Las estadísticas en este sentido son algo más que elocuentes y preocupantes. En febrero de 2006, de los 211 detenidos, 104 estaban encarcelados. A junio de 2007 los datos habían derivado a peor: de 327 detenidos, 153 habían quedado en libertad sin cargos y sólo el 10% de 174 imputados (18 personas) tenían sentencia firme. En síntesis: el 46% de los detenidos de forma preventiva quedaban liberados tras las primeras 72 horas y únicamente el 5% del total tenía sentencia firme. ¿Error aislado o dislate continuado?

De esa dinámica, demasiado repleta de telarañas de sensacionalismos, teletipos en el umbral de la estupidez («el detenido veía Al Jazeera» o «se ha encontrado un Corán») y construcciones semánticas que no aguantarían la mínima prueba de ser sometidas a contradicción, han quedado episodios remarcables de distorsión y estigmatización de la comunidad árabe y musulmana. Por ejemplo cuando en mayo de 2007, en TV3, Josep Cuní insistía en que «esto es Barcelona y no Casablanca», después de que sus intrépidas cámaras descubrieran en L’Hospitalet una pintada donde se leía «Ben Laden viva». Justo cuando el partido más votado en Cataluña impulsaba su campaña electoral bajo el lema «A Catalunya no hi cap tothom» (en Cataluña no cabe todo el mundo). Sin comentarios. Para saber de qué hablamos, fijémonos en los sesgos de algunos antecedentes simbólicos:

• La Operación Dixan, que sirvió como excusa interior de José María Aznar para apoyar la guerra ilegal contra Irak. Una guerra ―¿hay que recordarlo?― fraguada en una mentira reconocida públicamente: que no había armas de destrucción masiva. La detención de 23 personas se concretó finalmente en febrero de 2007 con 5 condenas por pertenencia a una organización terrorista argelina que no iba a actuar en el Estado español sino, según la sentencia, en tareas de apoyo en el Estado francés. Cabe destacar que ninguna de ellas fue condenado por tenencia de explosivos, pese a aquel «napalm casero» tan publicitado que acabó resultando jabón de lavadora.

• La divulgada voladura de la Audiencia Nacional no existió. Así lo determinó en sentencia firme la misma Audiencia, respecto a la denominada Operación Nova, instruida por Baltasar Garzón. En primera instancia, 10 personas de las 30 procesadas fueron absueltas. En el siguiente paso, la fiscalía no recurrió y la revisión de las penas impuesta por el Tribunal Supremo absolvió a 14 de las 20 personas condenadas. finalmente sólo fueron condenados 6 de los 30 imputados, porque el alto tribunal español estimó que «se habían condenado ideas y creencias». Es la constatación judicial de que las tramas cobran vida en la prensa, los sumarios y las peticiones fiscales, pero que decaen seriamente en las sentencias.

• En septiembre de 2005, la sentencia más importante contra la red de Osama Bin Laden en el Estado español también acabó muy lejos de las pretensiones fiscales y gubernamentales. 18 condenados de 24 procesados en el primer juicio contra Al Qaeda. Entre los absueltos figuraba Ghasoub Al Abrash Ghalyoun, para quien el  fiscal pedía 74.334 años de prisión, simplemente por la filmación que realizó en agosto de 1997 de las Torres Gemelas de Nueva York. La pena de 27 años impuesta a Abu Dada, líder, simplemente, de la red, queda muy lejos de los 74.337 años de cárcel que solicitaba para él el fiscal Pedro Rubira.

En esa sentencia, ya que hablamos de periodismo y terrorismo, fue condenado a 7 años el corresponsal de Al Jazeera en el Estado Tasyir Alony, que siempre insistió en su inocencia y que había conseguido entrevistar a Bin Laden. La Federación Internacional de Periodistas denunció un juicio con pruebas débiles y una condena «exagerada y desproporcionada». Reporteros sin Fronteras, desde París, también protestó. El editor de la cadena, Almad al-Skaik, calificó la jornada, tras conocer la sentencia, de «día negro para la judicatura española, que se ha desviado de toda norma de justicia internacional». A propósito de la condena, en ese clima enrarecido de límites difusos, Montserrat Domínguez escribió en La Vanguardia: «Nunca sabré si con Alony peco de ingenua o de no hacer lo suficiente para defender a un colega de una decisión judicial abusiva. Sí sé que yo también habría entrevistado a Bin Laden»(2).

• Para el caso que nos ocupa, en una Cataluña que ha acumulado la mayoría de detenciones, cabe destacar que idéntica situación concurrió en la primera operación de los Mossos d’Esquadra en el Raval, en la primera ola de detenciones «antiyihadistas», en septiembre de 2004. El caso merece particular mención: en apenas doce horas, las que transcurren desde primera hora de la mañana hasta última de la tarde, la Oficina de Premsa de los Mossos d’Esquadra empezó informando de que se había asestado un golpe a Al Qaeda (filtrando incluso que había imágenes de la torre Mapfre, el Hotel Arts o el World Trade Center filmadas desde el paseo Marítimo) para cerrar la jornada afi rmando que se trataba de «simples delincuentes comunes» y que «se descarta que los detenidos formen parte de una célula de terrorismo islámico». ¿En qué quedamos?

• Hay incluso ejemplos claros de criminalización y «construcción de opinión» continuada impulsados desde think tanks conservadores. En mayo de 2007, el Real Instituto Elcano español, de ascendencia militar, y la Confederación Española de Policía (CEP) situaron a Cataluña en «el centro del yihadismo en Europa». La Vanguardia no dudó en cederles toda su portada, situando a Salt (Girona) como epicentro terrorista. Lo más ridículo del informe era que se vertían afirmaciones de calado como que cada mes salían desde el Estado español cuatro o cinco musulmanes para hacerse terroristas. La pregunta es necesaria: ¿si tan acreditado lo tenían, por qué no actúan?, ¿por qué no actuaron? Apreciando, además, en su justa medida, la reflexión provocativa del director de Vilaweb, Vicent Partal: «Y una pregunta provocativa que no tiene nada que ver con lo que acabo de decir, pero no me la puedo contener: si la invasión de Irak fue considerada ilegal por la comunidad internacional, ¿combatir una ocupación ilegal es terrorismo?».

• finalmente, una anécdota. Rara avis del periodismo, Ignacio de Orovio en La Vanguardía reconoció un detalle no banal de una de las primeras operaciones realizadas en Barcelona3. En la habitual mesa de decomisos figuraba una pistola. Una sola pistola que acaparó la cobertura forográfica de la noticia. Meses después Orovio investigaba esa pistola: había desaparecido del sumario. La misma policía la había colocado. Para que luciera en la rueda de prensa. (3)

Tras casi 400 detenciones hay, por supuesto, 400 historias. Pero pocos medios las han atendido. Aun así, abordemos dos casos que demuestran, parafraseando a Arcadi Oliveras, que «estamos pagando un precio muy alto de nuestra privacidad y de nuestra libertad a cambio de una seguridad que no aumenta nada». Dualidad antagonista seguridad-libertad que se concreta en el elevado precio que pagan las personas detenidas. No sólo por la falta de libertad, sino también y sobre todo por los efectos postraumáticos, el estigma permanente y la criminalización que las marca para siempre. Sólo dos casos de muchísimos más:

• Osama Taatou Daanoun. Detenido incomunicado durante 120 horas en enero de 2006 en el marco de la Operación Tigris. Fue liberado sin cargo alguno. El caso fue más sonoro porque Montserrat Tura, consejera de Interior, publicó una tribuna contra las entidades sociales que protestaban ante la Delegación del Gobierno exigiendo su libertad. Montserrat Tura, bien informada, confundió Obama ―el principal implicado― con Osama y arremetió contra las concentrados sugiriendo que eran poco menos que cómplices del yihadismo. Osama Taatou, libre y sin cargos, sólo consiguió volver a Barcelona desde Madrid porque un camarero de un bar le prestó dinero. Montserrat Tura nunca se disculpó ante Osama ni ante las entidades criminalizadas.

• Yagoub Guemereg. Vecino de Barcelona que había participado en los encierros de la iglesia de Sant Agustí para demandar un proceso de regularización digno, fue detenido en junio de 2005, en la misma operación donde fue detenido Ridouane Elouarma, que trabajaba para la familia de Jordi Pujol y Marta Ferrusola como masover. El via crucis de Yagoub, que llegó a la cárcel con una costilla fracturada e ingresó en el módulo de aislamiento de Badajoz bajo el régimen FIES, no acabó hasta tres años después. Fue liberado recientemente tras la celebración del juicio en marzo de 2009, junto a Elouarma y siete personas más. Las 9 personas liberadas de un total de 12 procesadas en el marco de la Operación Tigris, nuevamente instruida por Super-Garzón, son un síntoma evidente de que la sentencia aún pendiente se traducirá en penas reducidas. Al respecto, cabe destacar que al inicio del proceso el fiscal ofreció un pacto de penas bajas si aceptaban los hechos. ¿Ésa es la dureza penal contra el yihadismo salafista acusado, en este caso, de ayudar a huir a los autores del 11-M? Nuevamente, ¿en qué quedamos? ¿Formaban parte de la red de huida del 11-M? Y si formaban parte del mayor atentado terrorista, ¿por qué el fiscal ofrecía penas bajas? ¿Quién miente?

Los mismos estigmas mediáticos calcados se han reproducido en las últimas operaciones de febrero de 2009; con los mismos ribetes kafkianos, aunque ―eso sí― con mayor celeridad en desmentirlos y menor recorrido del ridículo. A principios de febrero, en la denominada Operación Fish, ordenada por Grande Marlaska, uno se despertaba con «la exclusiva» de la SER de una «nueva operación contra Al Qaeda en el Raval». Tres días después el desmentido era absoluto. El magistrado afirmaba que se trataba de delincuencia común, ordenaba 9 encarcelamientos por falsedad documental y cuatro libertades, tres bajo fianza. El magistrado insistía en que no eran de Al Qaeda y que el error se debía a que los detenidos cumplían «los perfiles recomendados por el Frente Islámico Mundial, que exige documentación de países de la UE o de los EE. UU. correspondiente a un hombre de entre 25 y 45 años y que disponga de años de validez y no tenga visados estampados». Convengamos que el perfil es amplio. Antes, el 20 de enero, Garzón también ordenaba la detención de una «nueva célula islamista en el Raval»: tres días después todos los detenidos quedaban libres con cargos por una trama de fraude fiscal del IVA. Esos vaivenes, por utilizar cínicamente sus argumentos y sus mantras, ¿no generan más inseguridad sobre la calidad de la lucha antiterrorista? Paradojas bélicas, esa lógica persecutoria alcanzó hasta a su inventor.

Es lo que pasa con las lógicas enloquecidas ―y la lógica antiterrorista lo es―, que acaban por devorar a su impulsor. En la operación referida del 20 de enero de 2009, un miembro de la ejecutiva del Partit dels Socialistas de Catalunya-Ciutat Vella fue detenido por la Guardia Civil. El caso estuvo oculto mediáticamente durante 10 días, con una sorpresiva e inédita rueda de prensa de por medio. Assumpte Escarp, concejal de seguridad de Barcelona, reclamaba respeto por la presunción de inocencia y que no se criminalizase a toda la población pakistaní o musulmana. La metástasis de la teoría de la peste y los apestados había llegado hasta el propio PSC, que sólo decidió expulsarlo ―el pánico mediático y la hipocresía absoluta― cuando el caso salió a la luz. Y así fue: la misma mañana en que se publicitó la detención, el PSC retiró de la web el nombre del afectado, que figuraba como secretario de su Comité Ejecutivo en el distrito de Ciutat Vella.

Y es que tanta película norteamericana ha acabado haciendo profunda mella. La desfiguración de la realidad ha alcanzado rigores de esperpento y el estigma antiárabe ha llegado a producir teletipos propios de la agencia TIA de Ibáñez o del absurdo de Ionescu. En febrero de 2009, a raíz de un atentado yihadista en Egipto, se podría leer en un cable de una agencia española consultable por teletexto que se habían producido las detenciones de dos hombres que tomaban café en una terraza porque… llevaban barba.

Periodistas con porras, policías con pluma 
Esa estrategia del alarmismo y el miedo impulsados desde instancias oficiales ha tenido en Cataluña otros puntos de inflexión, con la contribución inestimable del prototipo del periodista especializado en cuestiones policiales. «Profesionales» bien colocados, mejor retribuidos y altamente dependientes de sus fuentes confidenciales en el seno de la inteligencia militar y los servicios policiales, que es la mano que les da de comer y les mantiene en sus puestos. Roles donde nunca queda precisado quién utiliza a quién, pero donde queda meridianamente claro que Roma nunca paga traidores. Las terminales de la inteligencia ―no es ninguna conspiración, sino la estructura jerárquica de mando de la propaganda― saben a quién y qué medios escogen para amplificar sus versiones. Es el sórdido circuito entrelazado entre gabinetes de prensa oficiales, filtraciones policiales controladas, lucha antiterrorista y peones en las redacciones de los media. Periodistas dispuestos a reproducir acríticamente la filtración de turno sin el mínimo contraste y sentados cómodamente en su mesa.

Supuestos profesionales reconvertidos en correas de transmisión del discurso del Poder que merecerían un análisis aparte desde el punto de visto profesional-deontológico, crematístico y estrictamente personal, porque hay egos megalómanos que no pasan por las puertas de las redacciones. Y por supuesto, y también, hay motivaciones ideológicas y políticas en cada periodista y en cada medio de comunicación.

Porque bajo la falsa apariencia de un «periodista forjado en mil investigaciones» siempre se esconde, al final, la fragilidad de la extrema dependencia de las fuentes policiales. Scoops (exclusivas) que sólo se consiguen en base a una fidelidad servil que sólo bebe de una fuente. En los límites nada difusos que separan al mercenario del periodista, al copión amanuense de la mínima deontología exigible, a la información de la propaganda. Periodistas que si son requeridos por lo publicado sólo son capaces de decir: «es que me han dicho que…». Claro está que sin esas «dóciles figuras» sería difícil que determinados titulares trascendieran a portada de cinco columnas. Sería casi imposible; pero en una profesión cada vez más precarizada y jerarquizada esa fauna abunda. Aquí y en todo el mundo: el caso hispánico es particularmente prolijo en ejemplos.

Eso, más que pausiblemente, es lo que pasó en el Raval con la portada del 19-E de El Periódico. Como hipótesis validable, no es nada improbable que Jordi Corachán tecleteara sin contrastar lo que al otro lado del teléfono, del mail o de la mesa alguien ―alguien con rango militar o policial― le soplaba como exclusiva. El solo hecho de que la fuente fuese oficial ya daba carta de veracidad y mácula de portada a lo que se filtraba.

La competitividad extrema de llegar antes que los otros ―que los otros medios― hizo el resto y forzó la portada. La falsa portada, por supuesto, construida en base a una sola filtración policial de una sola fuente: convengamos que el periodismo se quedó a la puerta de la redacción.

Al calor de esa «nueva amenaza» han surgido también «sesudos expertos» con amplia influencia en todos los medios del establishment. Fernando Reinares o Javier Jordán también deberían asumir su (ir)responsabilidad, que persigue sólo la legitimación de la guerra ilegal emprendida por la Administración norteamericana. Es la responsabilidad de los «intelectuales» en la generación de determinados estados de opinión que derivan en estados de excepción encubiertos, que derivan asimismo en la consiguiente demagogia populista de consecuencias imprevisibles: como cuando el PP de Xavier Albiol en Badalona, con el apoyo del Sindicato Unificado de Policía, azuzaba el odio contra las mezquitas en los barrios badaloneses.

A todos ―«periodistas especializados» y «sesudos expertos»― cabría decirles que, remitiéndonos a los hechos concretos, lo único que queda acreditado es que las fuerzas policiales, sus amplificadores mediáticos y sus fiscales agresivos son incapaces de aportar pruebas. ¿Cuánto más puede durar esta injusticia? En buena medida, nuevamente, ello depende del papel (pasivo o proactivo) de los media que inflaron el balón, encendieron torres de humo y corrieron cortinas de mentiras.

¿De qué estamos hablando? 
En buena lógica deductiva, para implosionar la metástasis del miedo, ¿qué genera más inseguridad en la ciudadanía?, ¿que exista la amenaza?, ¿o que existiendo concretemos que la policía da palos de ciego? La cuestión, neurálgica, no es baladí. Con toda prudencia, es obvio que el fenómeno del fanatismo yihadista existe. Como existe el extremismo católico que ponía bombas en clínicas abortistas de Barcelona hace una década o existe el extremismo sionista en la KAJ israelí. No vamos a descubrir la sopa de ajo a estas alturas. Existen, también, las llamadas franquicias de Al Qaeda («la base» de combatientes en Afganistán alimentada, no lo olvidemos, por la Administración norteamericana) que han atentado en diversos lugares del planeta. Y existe el 11-M que hunde sus raíces en unas condiciones concretísimas y unas connotaciones políticas excepcionales. Esto es, una guerra ilegal que hizo añicos el derecho internacional y cuya onda expansiva retornó cebándose en dos capitales europeas ―Madrid, Londres― de los dos presidentes europeos ―Aznar y Blair― que se hicieron la foto en las Azores. Esto es, en el marco de un conflicto internacional determinado y de una ocupación ilegal que se ha saldado, en Irak, con un mínimo de 100.000 muertos. No banalicemos el dolor ajeno: durante cinco años Estados Unidos ha hecho estallar un 11-M cada día en territorio iraquí.

Siendo esto así, cabe señalar inmediatamente que en el Estado español, y particularmente en Cataluña, fuera de la excepcionalidad del 11-M, no ha existido ni un solo episodio de violencia yihadista. Más de 300 detenciones por una violencia de la que no se han referido acciones, ni incidentes ni disturbios y que, en la mayoría de los casos, se refiere teóricamente al envío de dinero o combatientes a Irak y Afganistán, países ocupados por potencias militares extranjeras. ¿Qué afrontamos entonces?: ¿un éxito de la guerra preventiva?, ¿errores de diagnóstico?, ¿o pura propaganda de la gobernabilidad autoritaria ―vía miedo y obsesión por la seguridad― para diseñar el nuevo enemigo interior?

El gran argumento ―el gran muro, tal vez la gran excusa― aducido por los gestores de un poder omnímodo es la tesis reiterada de «la complejidad del fenómeno», que justifica todos los abusos policiales y atropellos judiciales cometidos. Esa complejidad que nos presentan en forma de células dormidas, redes complejas y hombres barbudos en las montañas rocosas de Afganistán. La credibilidad o no deviene, entonces, un acto de fe perverso. Y ahí radica la trampa que nos hace pasar de la grandiosidad de la portada alertando de atentados inminentes a la marginalidad del breve que anuncia que la mayoría de detenidos son liberados sin cargos.

Esa guerra, que todavía dura y nos afecta a todas, lleva pareja viejas técnicas bélicas de control de la opinión pública. ¿Es necesario recordar que el Departamento de Estado norteamericano reconoció públicamente que «utilizaría la mentira» en «esta guerra»? ¿Hay que recordar que el informe del Gobierno Blair sobre las armas de destrucción masiva iraquíes lo elaboró un estudiante… en 1991? ¿O que Aznar dijo en TVE «esté usted seguro de que en Irak hay armas de destrucción masiva»? Es importante señalarlo, antes de entrar en las dinámicas de intoxicación, manipulación y desinformación informativa que han rodeado el caso del Raval, porque en esa lógica de guerra global permanente subyacen la justificación política, policial, mediática y jurídica de todos los abusos cometidos. ¿Si mintieron por una guerra ilegal a todo el mundo, que no harán con 11 vecinos del Raval? A partir de esa grieta, antes de proseguir, quisiéramos ampararnos en las lúcidas palabras de Juan José Millás a propósito de las severas diferencias que se daban en la Conferencia Euromediterránea para abordar una definición común de terrorismo en 2005:

La Cumbre Euromediterránea de Barcelona concluyó con una condena sin paliativos al terrorismo. El problema es que sus participantes no se pusieron de acuerdo sobre el significado del término. […]. El problema es cuando desciendes a los matices. ¿Es terrorismo, por ejemplo, invadir un país bajo la coartada de que representa una amenaza que luego se demuestra falsa? ¿Es terrorismo emplear armas de destrucción masiva, como el napalm o alguna de sus numerosas variantes, contra la población civil de una localidad del país indebidamente atacado? ¿Se podría calificar de terrorista, pongamos por caso, la entrada en Faluya? ¿Es terrorismo secuestrar a persones y recluirlas en limbos legales como Guantánamo? ¿Es terrorismo la tortura? ¿Son terroristas las cárceles secretas denunciadas por la prensa norteamericana? ¿Es terrorismo resistirse a la invasión de una potencia extranjera? ¿De qué hablamos cuando hablamos de terrorismo? 

A la Cumbre Euromediterránea no fueron invitados (al menos que uno sepa) académicos, ni lingüistas ni filósofos. Estos profesionales habrían ofrecido con mucho gusto a los políticos una buena definición de terrorismo. «Pero es que nosotros necesitamos una definición a la carta, es decir, una definición que no nos incluya». Si a Al Capone le hubieran pedido una definición de gángster, habría solicitado lo mismo. Es muy humano. […] [pero] la de terrorismo, inevitablemente, incluye a todos los terrorismos. […] La definición es un arma de destrucción masiva de la mentira, del engaño. Hay una solución, y es calificar de terrorista la definición de terrorista. Todo se andará. (4)

En el mismo sentido, cabría destacar las sintéticas palabras de Santiago Alba Rico:

“Así será esta guerra. La Tierra es ya mucho más pequeña que una aldea: la primera bomba la convertirá en una sola habitación. Aquéllos a los que parezca medieval, fanático y estúpido morir y matar en nombre de Dios, que sepan que van a matar y morir para que la sexta parte de la humanidad (aleatoriamente determinada) se siga quedando con todos los vídeos y todos los helados. 

Durante medio siglo hemos creído poder disfrutar de nuestros automóviles y nuestros bibelots sin necesidad de democracia o de justicia; hemos creído que podíamos mantenernos con vida sin necesidad de democracia ni de justicia; y nos convenía que otros tomasen por nosotros las decisiones y abrir los ojos sólo a la ceguera de las imágenes. Si no bastaba con que fuera deshonroso e inmoral, ahora además no nos conviene. Todos estamos en peligro. Esto es lo que hay que decir: los verdaderos ellos (el Ello voraz, destructivo y siniestro), aquí y en Marruecos, en EE. UU. y en Argentina, son nuestros gobiernos. Dejarles decidir sería mucho más grave que un error: sería un suicidio”.(5) 

Exceso de defectos 
Finalmente, la definición más etimológica de terrorismo (dominación mediante el terror) es la que estalló en el Raval en enero de 2008. En su variante de terror de Estado. Cuando Guantánamo nos estalló en casa y la metástasis de la guerra preventiva asoló el Raval. Como en un poema alterado de Brecht, primero dijeron que los detenidos disponían de explosivos. Y nada. Después que detonadores. Y nada de nada. finalmente se quedaron en temporizadores. Hablando en plata: despertadores. Y en medio de ese temporal, que juega con el miedo y la desinformación de desconocer qué es lo verídico, sobresalió una frase dolorosa: «Mejor por exceso que por defecto». La pronunció Joan Saura, consejero de Interior de la Generalitat y, más grave todavía, representante de la fuerza política (ICV-EUiA) teóricamente más escorada a la izquierda en el arco parlamentario y, también teóricamente, más sensible a la vulneración de los derechos humanos y civiles.

Esa frase condensa dolorosamente los hechos del Raval. Es igual si nos equivocamos, porque hay una mayoría silenciosa que está dispuesta a sacrificar las libertades en el altar de la seguridad, como hay gobiernos (del PP y del PSOE) que están dispuestos a aceptar 1.245 vuelos ilegales de la CIA en territorio estatal. Ese exceso de defectos en la investigación y el enjuiciamiento es idénticamente aplicable al campo mediático, mediante unas noticias (anti)periódísticas inefables.

Para poner los puntos sobre las íes e intentar contribuir a establecer la justa medida de las cosas, hay que establecer una mínima cartografía de los factores ocultados y de los hechos concretos ―fehacientes, contrastados y demostrados―, que podrían haber revertido la situación… si en nuestro país no existiera un periodismo siempre sumiso a los intereses funcionales del Poder, que ejerce de perro guardián del status quo (6).

Cabe señalar también, antes de empezar y tal vez como síntoma, que el impacto mediático fue desigual y no unánime. El apretón gratuito de El Periódico ―posteriormente hemos sabido que aquella portada se discutió en el Consejo de Redacción del diario, con opiniones dispares― fue seguido a pies juntillas por Avui. La Vanguardia no tenía fuentes propias y junto a El Mundo y El País esperaron hasta la orden judicial de Ismael Moreno para dar visos de credibilidad. Sólo El Punt puso en cuarentena las informaciones policiales, relatando la visión de la comunidad paquistaní que reside en el Raval. Y sólo Vilaweb, primer diario electrónico catalán, se ha destacado en estos trece meses como la gran excepción de un periodismo libre, honesto y contrastado, que ha dado voz a la comunidad afectada y ha profundizado en la evolución del caso.

En todo caso y a propósito de la Operación Dixan y el famoso «napalm casero» falso, Gregorio Morán ya escribió en «El Poder y la Gloria»(7): «El hijo de puta anónimo del Ministerio del Interior que redactó la nota debería ser destituido y juzgado. Y los periodistas que lo copiaron deberían volver a la Facultad de Periodismo». Bien. Ahí nos queremos detener: en los copiones amanuenses que encendieron el ventilador de la filtración policial y que luego no han editorializado tamaño despropósito, omitiendo gravemente elementos imprescindibles para contextualizar cómo llegamos a la madrugada del 19 de enero de 2008 en el Raval. Puntualicémosles lo que obviaron y siguen obviando:

• Factor Pervez Musharraf. Descontexualización manifiesta de la situación de dictadura militar en Pakistán y la visita del dictador Musharraf al Parlamento Europeo, paralela a las detenciones de enero de 2008 en Barcelona. Una visita complicada y tensa tras la muerte en atentado de Benazzir Bhuto el mes anterior. Voces autorizadas de la comunidad pakistaní han denunciado reiteradamente que los hechos del Raval serían un montaje de los servicios secretos de Musharraf (el ISI), como cortina de humo de «máxima colaboración antiterrorista», para poder aplacar las críticas a la dictadura militar.

• Scotland Yard no se lo cree. Los periodistas catalanes sólo tenían que leer la edición de The Guardian ―medio que tantas veces citan en sus respectivas revistas de prensa internacional― para poder leer: «“Terrorist” group who turned out to be the president’s men». Esto es, que los supuestos suicidas huidos a Londres, según el CNI, eran hombres de Musharraf. En la edición del 9 de febrero, el enviado especial en Lahore del rotativo inglés informaba que, según el Foreign Offi ce británico, las informaciones relacionadas con la supuesta trama integrista provenientes del CNI y los servicios secretos franceses eran literalmente falsas. Cabe señalar que fue el CNI quien alertó a Scotland Yard de la llegada al aeropuerto de Gatwick de «seis suicidas huidos» (8). La policía británica los detuvo tras descender de un avión de la compañía Easy Jet y fueron trasladados a la comisaría de Paddington Green, donde fueron interrogados. Scotland Yard pudo comprobar que se trataba de un grave error: los detenidos eran primos y hermanos de Chaudhry Shujaat Hussain, líder político del partido de Musharraf, y todos partidarios del Pakistan Muslim League del dictador. Eso es lo que llevó a The Guardian a publicar «El grupo “terrorista” que resultó que eran hombres del presidente». Impagable.

• Incidente diplomático. Esa falsa alarma del CNI español a Scotland Yard provocó que el secretario de Exteriores de Pakistán, Riaz Hussain Khokhar, elevara una queja al Gobierno de Gordon Brown exigiendo explicaciones y garantías de no repetición. El Foreign Office reconoció explícitamente que se había actuado sobre «la base de informaciones que posteriormente se demostraron inexactas». La diplomacia británica pidió disculpas. Incluso una vez solucionado el desaguisado de Londres, Rubalcaba siguió compareciendo sin informar de ese extremo, para no desacreditar al testigo protegido, cuyo testimonio es la única base de toda la trama.

• Incongruencias temporales. Las tres versiones oficiales, confusas y contradictorias, informaron de que la operación policial se había desarrollado con celeridad porque el confidente F1 había llamado por la tarde para alertar del atentado inminente. Una inminencia que después fue cuestionada y minimizada. ¿Es plausible, entonces, que en apenas pocas horas, desde Valdemoro (Ávila) llegaran ―por carretera― las unidades especializadas antiterroristas de la Guardia Civil? ¿Por qué entonces Rubalcaba suspendió por la mañana sus compromisos de la tarde?

• La cuestión del «inminente hallazgo» de explosivos también fue de antología de hemeroteca. Primero iban a encontrarlos en el Raval y la literatura policial anunció ―sin ninguna prueba ni análisis― que una bolsa de 50 gramos contenía «triperóxido de triacetona», una sustancia cristalina altamente explosiva, que resultaron ser 20 gramos de nitrocelulosa, la base sintética de cualquier laca adquirible en cualquier droguería. Después, afirmaron categóricamente que tres personas habrían huido con 100 kilos de explosivos, publicitando su búsqueda en la zona de Levante. Infructuosa búsqueda que duró cuatro meses en Castelló y Alacant y en cuya última lacónica versión oficial se informaba de que habrían acabado en algún lugar remoto de Argelia. En todo caso: los explosivos nunca aparecieron en una operación relámpago para abortar un atentado inminente y ninguna fuente oficial sostuvo nunca más lo contrario (9). Además, en la fotografía facilitada por la Guardia Civil se apreciaba una bolsa con bolitas que eran tildadas de metralla: eran las piezas con las que se confeccionan los rosarios para las oraciones en la mezquita.

• La experiencia agudiza la desconfianza. Pocos medios informaron de las severas discrepancias que la operación de la Guardia Civil despertó en el seno del Cuerpo Nacional de Policía. El CNP, que había investigado durante tres años la mezquita y a los tabligh, a los que pertenecían la mayoría de los detenidos, llegó a la conclusión de que no había célula dispuesta a atentar. En ese sentido cabe destacar, nuevamente, que sólo Vilaweb entrevistó de inmediato a la especialista arabista Dolors Bramon ―el 23 de enero, cuatro días después de la operación― para darnos a conocer qué representaban los tabligh en el mundo musulmán: «una tendencia de orígenes indios y pakistaníes, de clara solvencia religiosa, intelectual e incluso mística y de raíces absolutamente pacifistas y contrarias a la violencia, muy arraigados en los barrios migrantes de Europa». finalmente equiparó al grupo, en el ámbito del cristianismo, con los testigos de Jehová por sus niveles de proselitismo y difusión del islam.

• Operación Pantata. Ése iba a ser el nombre de la operación en el Raval. En el argot policial, el uso de ese término revelaba el origen de las primeras informaciones: el Pentágono y el Departamento de Estado norteamericano (10). Sintomáticamente, la operación del Raval es la única que no tiene ninguno de esos nombres oficiales rimbombantes (Nova, Tigris, Chacal). En la Conferencia de Política de Seguridad de la OTAN celebrada en Múnich el 9 de febrero, el secretario de Defensa de los Estados Unidos y máximo responsable del Pentágono, Robert Gates, se lució con un «hay que modificar la percepción de la ciudadanía sobre la amenaza terrorista, los europeos deben entender que las bases talibanes en Afganistán y Pakistán son la semilla de las futuras células que, después, atentarán en Europa, como sucedió con la célula del Raval».Raval».Raval». La OTAN tildó la percepción social catalana como tibia, según nuestra prensa. Vamos, que no tienen pruebas ¡y encima la culpa es nuestra!

• Deslegitimación internacional de la operación. Ningún medio quiso reseñar tampoco la opinión del jefe de la Oficina de Coordinación de la Seguridad de Portugal, Leonel de Carvalho, que se añadió a las voces críticas, tildando las informaciones del CNI de «meras especulaciones». Tanto Portugal como Bélgica como Scotland Yard desestimaron aplicar cualquier protocolo de alerta antiterrorista en sus respectivos países.

• El delegado del Gobierno en Cataluña, convencido de la inocencia. En noviembre pasado, Joan Rangel, delegado del Gobierno español en Cataluña, se reunió con los senadores pakistaníes Inwar Biag (Partit Popular de Benazir Buttho), Tareq Hazme y Niam Chatha (de la Liga Musulmana) y con un cuarto senador del partido Pashtun. En el curso de la reunión, Rangel informó de que se había extendido la convicción de la inocencia de los detenidos y que él mismo la compartía, gracias a informaciones que habría recabado en instituciones y servicios de inteligencia. Tras insistir en que el caso estaba subiudice y la responsabilidad residía en los jueces, se comprometió a enviar una carta a la Audiencia Nacional y a la fiscalía para trasladar la preocupación de los senadores.

• Ni informar ni dejar informar. El colaborador Gulzar y el reportero Javed Kanwal de GEO TV (una televisión privada de Pakistán) llegaron a Barcelona para cubrir los hechos del Raval. Tras diversas grabaciones fueron abordados por policías de paisano y retenidos durante dos horas. Les requisaron las cintas, las frotaron con imanes y se las devolvieron inservibles, a pesar de identificarse como periodistas. La queja por estos hechos se ha incorporado en el informe sobre la libertad de prensa de la Intermedia Pakistan’s Media Resource Center, una institución particularmente reconocida en el país.

• Un confidente convertido en testigo protegido. Sobre F1, que desencadenó la operación, las contradicciones también son flagrantes. En mayo de 2008 contradijo todo lo difundido cuatro meses antes. La primera versión hablaba de un infiltrado de los servicios secretos franceses ―Rubalcaba díxit― e incluso se filtró que el Estado francés estaba molesto por haber «quemado» a un espía, de origen pakistaní, muy valioso. El 21 de mayo, en cambio, ante el juez Ismael Moreno, F1 dijo que forma parte de la célula, que se iba a inmolar y que, súbitamente, pensó en sus hijos y por eso avisó a Interior. ¿Dónde avisó si acababa de llegar? ¿Al teléfono de información del Ministerio? Cabe destacar que, a través del sumario judicial, se ha sabido que el 5 de marzo de 2008 se realizó una reunión en Madrid entre los servicios secretos holandeses, alemanes, italianos y españoles, a la que asistieron magistrados y fiscales de la Audiencia Nacional y el propio F1. F1 también informó de la relación existente con la asociación cultural PAK de Brescia, acusada por la fiscalía italiana de financiar la Shuada-E-Islami Fundation (que según los servicios secretos italianos y estadounidenses financia a los mártires de la Yihad). La fiscalía ordenó una investigación y las conclusiones han sido claras: no existe ningún vínculo. El confidente-infiltrado volvió a mentir.

• Destitución de los mandos policiales. El broche final lo conocimos en enero de 2009, un año después de la operación. Los responsables policiales del desaguisado ya habían sido destituidos en junio de 2008. El Ministerio de Interior los había cesado por «desavenencias internas», tras la resaca de la operación en el CNI, y lo había mantenido en silencio. Se trataba del subdirector de contraterrorismo del CNI y jefe del Departamento de Terrorismo Islamista. A pesar de todas estas evidencias, nada se informó sobre estos aspectos y sólo dos piezas más ―dignas del museo del surrealismo y la antítesis del contraste informativo― intentaron mantener las brasas de aquel incendio intencionado en el Raval. Una, a cargo de Reinares, que tuvo una lucidísima respuesta de Vicent Partal en Vilaweb. La otra, un intento desesperado a cargo de El Periódico para intentar justificar su portada del 19-E.

• Fernando Reinares en El País se cubrió de gloria con una reivindicación del atentado de Barcelona a cargo del Tehrik-i-Taliban Pakistan, que habría reconocido en un supuesto vídeo su portavoz Baitullah Mehsud, incorporado de forma extraña al sumario judicial. Le contestó Vicent Partal, en Vilaweb, puntualizando la cadena de imprecisiones e incongruencias en un artículo titulado «Lo que calla El País». Entre muchísimos detalles y requerimientos (qué video, lugar y fecha de registro, qué medio y qué periodista, en qué idioma y con qué traducción…), Partal daba tres detalles neurálgicos. Uno, que se ocultó que el vídeo provenía de la Fundación 11-S Buscando Respuestas (NEFA), una polémica organización norteamericana vinculada a las agencias de espionaje, a los tuétanos de los servicios secretos y a analistas derechistas. Dos, que la organización TTP ―que nació sólo un mes antes de las detenciones del Raval― no fue declarada ilegal hasta agosto de 2008 y que la información no tuvo ningún eco en Pakistán. Y tres, no menor, que Reinares ha sido asesor del Ministerio del Interior en materia de terrorismo islámico y firmaba el artículo como director del programa de Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano, la misma entidad que informó de que Cataluña era el mayor foco de yihadismo en Europa.

• Con la TTP y Baitullah Mehsud como telón de fondo, y al igual que El Mundo insistiendo en la teoría de la conspiración del 11-M, El Periódico publicó el 11 de febrero un rocambolesco reportaje del enviado especial en Pakistán, Marc Marginedes, donde se informaba en portada y titulares que los talibanes reconocían estar detrás del intento de atentado en Barcelona. Sólo cabía releer detenidamente el artículo para aclarar que el contenido se había conseguido con una llamada telefónica vía satélite ―con continuas interferencias― a través de un intermediario no identificado. Nunca más supimos de aquel filón informativo tan importante para la ciudad: saber si los talibanes tienen o no Barcelona como objetivo militar. ¿Es lícito jugar con eso? Pareciera que en El Periódico son incapaces de reconocer el error y están obsesionados con cerrar en falso y salir airosos de una de las portadas más indignas del periodismo catalán, después de que tras Atocha (y la pertinente llamada de José María Aznar a su entonces director, Antonio Franco) publicaran «El 11-M de ETA». ¿No han aprendido nada en el grupo Zeta? Parece que no.

Ambas noticias ―la de Marc Marginedes y la del «creador de opinión» Fernando Reinares― han sido desmentidas recientemente por el propio FBI. A raíz de la muertes de 14 personas provocada por un trabajador despedido de IBM el pasado abril en Binghamton, el propio Meshed ―la fuente de Reinares y Marginedes― reivindicó el tiroteo como una acción talibán. El FBI tardó poco en calificar de «fanfarrón y bocazas» a Meshud, aduciendo que sólo perseguía protagonismo y notoriedad (11). Vale la pena destacar que la declaración de Meshed ha sido uno de los factores que han motivado que los vecinos del Raval sigan encarcelados.

El globo desinflado de la cruzada informativa
Ésa es la radiografía de lo dicho y no dicho. Del nepotismo propagandístico, neuroconectado con la impunidad informativa que nace de las terminales del Estado, en la línea de lo que sintetizó una periodista latinoamericana: «cada vez nos informan de más cosas y nos enteramos de menos». Esa densa trama y los inputs del miedo institucionalmente impulsado no han acabado. El 20 de febrero de 2009, La Vanguardia volvía a la carga para cubrir el Raval, de nuevo, con el estigma del terrorismo. Una entrevista de Eduardo Martin de Pozuelo y Xavier Mas de Xaxás, el fiscal de Eurojust, el español Juan Antonio García Jabalot, servía para alimentar titulares (12): «Barcelona tiene un problema grave con el terrorismo islámico».

¿Cuál? Inconcretado e inencontrable en el resto de la información. De ahí en adelante, volvíamos a los hipotéticos condicionales: «El fiscal de Eurojust alerta sobre las redes que puede haber en la ciudad». A la pregunta de si «el terrorismo islámico es muy fuerte en España, sobre todo en el área metropolitana», responde: «Efectivamente, y por eso hemos escogido Barcelona para celebrar este seminario de Eurojust». Cuando motiva la respuesta que justificaría el titular afi rma: «Es una ciudad grande con un gran movimiento de personas y un barrio, como el Raval, con una gran concentración de inmigrantes islámicos que, además, padecen una situación económica desfavorable. Es un buen caldo de cultivo para que las personas se radicalicen. Barcelona tiene un problema grave con el terrorismo islámico que seguimos con profunda preocupación». ¿Nada más? Por- que si aplicamos a las urbes europeas ese patrón de exclusión y barrios degradados como riesgo, todas las grandes capitales tienen exactamente el mismo problema. ¿Añadía algo más? Sí… reconocía que «es muy difícil obtener pruebas directas en una causa de terrorismo islámico». Y seguía:

«España es un país puntero en Europa a la hora de actuar con rapidez contra los terroristas. Todos lo reconocen. Somos los que más datos compartimos con otros países, los que más sentencias y condenas tenemos». 

«¡Pues suerte que somos los más avanzados!», podrían aducir los cínicos. Los más avanzados y los que más reformas penales ad hoc exigimos, según la memoria 2008 de la fiscalía General del Estado, que demanda todavía más medios, reformas e instrumentos para combatir el yihadismo. Parafraseando al fiscal, afi rmamos que el Estado español tiene un problema grave de terrorismo. De Estado: la lógica guantanamista relatada lo acredita. Como antes lo acreditó la aplicación de esa lógica de excepción en lo penal, lo procesal o lo penitenciario contra los movimientos sociales disidentes catalanes. Por no hablar del País Vasco.

Insistamos entonces en que la trampa fundamental radica en la afirmación de que el fenómeno es complejo y de difícil abordaje. Porque esa letanía es la que enmascara todos los fracasos, abusos e injusticias. ¿Nos lo podemos permitir? Si nos amparamos en Los derechos del hombre de Thomas Paine no, de ninguna manera: «Quien quiera salvaguardar su libertad deberá proteger de la arbitrariedad hasta a sus enemigos, o se establecerá un precedente que se volverá contra él».

Al común de los vecinos no nos hace falta el CNI azuzando el miedo para reivindicar el sentido común. Vicent Partal, la voz más crítica del periodismo catalán con la operación del Raval, escribió con lucidez: «la amenaza del terrorismo de raíz yihadista es grave. Probablemente el asunto más importante, en términos de seguridad, que Europa tiene delante. Pero precisamente porque es tan importante no se pueden consentir actuaciones como las que hemos visto en el Raval hace poco». Para poder añadir, desde una acreditada conciencia ética y social: «toda agresión a los derechos civiles me afecta».

Al fin y al cabo, insistamos, la paradoja es latente y permanente: se han producido decenas de detenciones contra una violencia yihadista de la que no hay un solo caso en Cataluña. Violencia antiislámica, por el contrario, sí que hay: el concejal de la Plataforma per Catalunya en Cervera fue condenado por intentar quemar la mezquita. Retengan el severo castigo ejemplarizante: 25 euros de multa. Asistimos así a la implosión de la lógica aplastante de la ley del embudo y de las metonimias. Todo es lo mismo y todos son la misma cosa. Y ello no sería posible sin un clima islamófobo algo más que latente, concretado en infinitud de noticias que no responden al requerimiento de calado y profundidad al que interpelaba Santiago Alba Rico: «¿Ninguna noticia acerca de la exquisita, mayoritaria, casi irritante moderación de las poblaciones musulmanas de todo el mundo?»(13),

El desconocimiento ―sin eufemismos: la ignorancia prepotente y atrevida― respecto al mundo árabe provoca ese auge del miedo y el pánico. Al fin y al cabo, el pequeño Guantánamo es precisamente eso. Someter a un sector de nuestra sociedad a un estado de sospecha permanente. No es ninguna exageración, desgraciadamente. Eugenio Pereiro, nada más y nada menos que el director del Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista impulsado por Zapatero tras el 11-M, afirmaba el 26 de julio de 2008 en La Vanguardia:

P: ¿No hay un presunto perfil? 
R: Inmigrantes de primera generación, segunda y tercera, y diferentes niveles de formación, adquisición y cultura. Un gran porcentaje pertenece a niveles bajos de integración social, pero no podemos excluir a nadie.

Sin matices: no excluyen a nadie. De facto, el establecimiento de un estado de sospecha permanente contra cualquier miembro de la comunidad árabe o musulmana. Estado de sospecha maccarthista alimentado por determinados periodistas con principios goebelianos y ese substrato nacionalcatólico de cruzada tan hispánico: principio de simplificación y enemigo único («los moros»); principio de contagio transmutando todos los adversarios en una sola categoría («los moros»); principio de vulgarización («que vienen los moros»); principio de exageración y desfiguración («los moros en el metro de Barcelona»); principio de transfusión para potenciar argumentos simples y primitivos («los moros, los musulmanes y las mezquitas»); principio de orquestación reiterativamente monótona («enésima célula de Al Qaeda desarticulada») y principio de unanimidad («la culpa es de los moros»). Cruzada informativa también con los rasgos propios de la Inquisición: actos de fe, quema de brujas y herejía de quien dude. Ésa es la trampa: jugar con el miedo de no saber qué es lo que realmente sucede. Azuzar el miedo a un nuevo vecino que tiene los mismos problemas ―o más― que nosotros. Explotar la mirada eurocentrista de odio atávico contra los musulmanes. En una palabra, islamofobia. Como bien demostró recientemente un Informe semanal de infausto recuerdo que multiplicó los tópicos típicos y todos los estigmas sobre el barrio del Raval y sobre el barrio Príncipe de Ceuta. Lo peor: que sus reporteros no pueden aducir ignorancia y unilateralidad de las fuentes, porque disponían de la otra versión. No editaron ni un solo segundo con los vídeos de las otras voces. Ellos sabrán por qué.

Finalizando. Hemos puesto un título con tres nombres propios y con ellos quisiéramos acabar. Con Kafka, porque la lógica absurda e irracional del proceso la han vivido demasiados conciudadanos ya. Con Le Carré, porque las informaciones publicadas por la prensa internacional dan todos los elementos para una novela negra que discurra por los derroteros de la «guerra global permanente» decretada por los amos del mundo. Con Corachán por la portada alarmista y alarmante del «19-E» que condensó un modelo de periodismo perverso que se desacredita solo, y que trabaja desde la butaca y el teclado. Jugando con vidas ajenas e incapaz de publicar, ni siquiera asumir, que todo ha quedado en agua de borrajas. Un periodismo lesivo para los detenidos, para la sociedad y para el propio periodismo. Para todas y todos. Y un solo detalle al respecto: recientemente Jordi Corachan, 15 años después de las detenciones de los independentistas catalanes torturados antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona, reconoció ―15 años después, insistimos― que tenía la «convicción moral» de que los detenidos habían sido torturados. Esperamos que no haya que llegar al 2023, quince años después de las detenciones del Raval, para que reconozca su «convicción moral» de que en el Raval se consumó un despropósito y que todavía, en 2023, no se han encontrado bombas, ni relaciones con redes violentas ni comunicaciones sospechosas.

Todos somos judíos alemanes
Acabamos. El año pasado se cumplían 40 años de la revuelta del Mayo del 68 francés. Una de las manifestaciones más fraternales, sentidas y concurridas transcurrió en apoyo a Daniel Cohn-Bendit. De Gaulle, en una intervención que apestaba a xenofobia, chovinismo y antisemitismo invocó el origen judío y alemán del dirigente como arma de ataque. La manifestación transcurrió, en las calles francesas, bajo el memorable lema «Todos somos judíos alemanes». Lo decimos porque la alternativa, el antídoto, sigue residiendo donde siempre. En la solidaridad. Cada vez más necesaria a medida que crecen «los enemigos». Habrá que gritar que también somos «pasteleros de la calle Hospital» o «trabajadores inmigrantes» o «nuevos vecinos con otras creencias» o lo que haga falta para revertir esta situación.

Porque hoy, como ayer, quizá también mañana, cuando veamos vecinos «chupados» por la razón de Estado, desaparecidos de las calles en secuestros legales de una perversa guerra preventiva que sabemos cómo empezó pero no cómo acabará, es y será preciso recuperar el vínculo social. Hay una lucha abierta de la ciudad contra el miedo, contra la fragmentación social y contra la inoculación de pánicos teledirigidos para controlarnos mejor. No podemos dejar a nuestros nuevos vecinos en el desamparo y el aislamiento. Y eso no es ningún cheque en blanco: es, simplemente, autodefensa colectiva. Sólo es necesario poner la mano en el fuego por los derechos civiles, los derechos humanos y la primacía de la presunción de inocencia, vulnerados por la democracia autoritaria de baja intensidad que se vive en el Estado español, con cada vez mayores espacios de impunidad y excepción.

Justamente ahí radica, hoy, el interrogante. Porque la cuestión ya no es, afortunadamente, cuándo cerrará Obama el centro de torturas de Guantánamo, sino cuando cerraremos nosotros los nuestros. Los que tenemos en casa. Al lado. Y que afectan a nuestros vecinos. Guantánamos locales que han contribuido a formar, irresponsablemente y de forma cómplice y con plena impunidad, determinados medios y determinados periodistas, con su inestimable aportación a la difusión de la cultura del odio a través del periodismo oficial. Algo que lamenta Abdennur Prado, de la Junta Islámica Catalana, insistentemente. Y razón no le falta. La categorización estigmática, demonizada y satanizada del «musulmán» pone todas las bases para que la islamofobia sea, en el siglo XXI, el virulento antisemitismo que recorrió Europa desde finales el siglo XIX. Y eso es, desde la más reivindicada memoria antifascista, lo que no nos podemos permitir. De ninguna de las maneras.

[NOTAS]
1  Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz, Pre-Textos, Valencia, 2000.
2  M. Dominguez, «Hablamos de periodistas y terroristas», La Vanguardia, 30 de septiembre de 2005.
3  Ignacio de Orovio, «La justicia española ha procesado a más de 150 personas en un total de diez investigaciones», La Vanguardia, 20 de noviembre de 2004.
4  Juan José Millás, El País, 2 de diciembre de 2005.
5  Santiago Alba Rico, Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos, Hiru, 2006.
6  Sergi Halimi, Los nuevos perros guardianes, Txalaparta, 2002.
7  Gregorio Morán, «El Poder y la Gloria», La Vanguardia, 22-02-2004.
8  Agnès Tortosa, «Scotland Yard va detenir i alliberar els “suïcides fugitius” de Barcelona», Directa, n.º 80, 6 de febrero de 2008.
9  Agnès Tortosa, «Cap font oficial diu que els detinguts al Raval tinguessin material explosiu», Directa, n.º 78, 23 de enero de 2008.
10  Agnès Tortosa, «Les informacions sobre la cél·lula del Raval provenen del Pentàgon», Directa, n.º 81, 13 de febrero de 2008.
11  Agnès Tortosa, «L’FBI titlla de “bocamoll” el talibà que va reivindicar el suposat complot al metro», Directa, n.º 134, 15 de abril de 2009
12  Eduardo Martín Pozuelo y Xavier Más de Xaxàs, «Barcelona tiene un problema grave de terrorismo islámico», La Vanguardia, 21 de febrero de 2009.
13  Santiago Alba Rico, «Jazmines y bombas», Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos, Hiru, 2006.

 


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