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[No escrivim èglogues] · [Bloc intermitent]

6 de juliol de 2011
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(i 2) Garzón no és pas Falcone

Repassant l’hemeroteca. Documentant la memòria. Publicat a ‘Gara’ el 18 de febrer de 2008.

Garzón no es Falcone

De ninguna de las maneras. Porque es un
hipotético imposible. Una antítesis ucrónica y utópica. Un oxímoron latente.
Baltasar Garzón no puede ser Giovanni Falcone, el juez antimafia asesinado en
Italia 1992 y en el que el superjuez español que acaba de ilegalizar ANV y EHAK
dice inspirarse. Las razones se desbordan.
[N’hi ha molt més] 

Primera y principal, porque Falcone se enfrentaba
finalmente al Estado, a los tuétanos de la mafia infiltrada en el corazón de la
bestia italiana. Don Baltasar, por el contrario y en cambio, tiene toda la
artillería policial, política y mediática jaleando sus acometidas de estado.
Esto es, exactamente, todo lo contrario.

Segunda y definitiva, porque la soledad de Falcone
contrasta con el estrellato de Garzón. A Falcone, en lo solitario, lo apreciaba
una pequeña parte de lo social confrontada al miedo y al silencio; a Garzón lo
vitorean los talibanes del estado de excepción y esa sociedad anclada en la
baja cultura democrática y densa alienación social que tan bien ha
pormenorizado Santiago Alba Rico en «La seguridad de los españoles» (GARA,
04/12/2007). Esto es, la práctica mayoría de la estepa castellana. Los casi
nadie que admiraban a Falcone contra los casi todos que alaban a Garzón.

A Falcone, el Estado lo aislaba, incluso lo combatía; a
Garzón, lo eleva a mito, le concede infinita carta blanca y le ríe sus gracias
macarthistas. Arduas diferencias insalvables, ya lo ven. Como dicen los
zapatistas, «uno es tan grande como el enemigo que escogió para luchar».
Garzón. Falcone. Contrastes. Me da en el alma, que no es lo mismo ni nunca lo
será.

Cuándo enterraban a Falcone, una iglesia a rebosar de
voces anónimas clamó su rabia. Se exasperó colectivamente en el mismo instante
en que la clase política hacía acto de presencia por la puerta principal. En un
solo grito anónimo e inexpugnable -«¡Fuera la Mafia, fuera!»- que nos
desvelaba  la certeza popular de quién era quien en la camorra
estatal-criminal. Por estos lares, y a propósito de los vuelos de la CIA,
Gregorio Morán escribió en «El lado mafioso del Estado»: el Estado ha aprendido
de la mafia todo lo que la mafia creía haber aprendido del Estado. Añadamos tal
vez que en 2001 el fiscal anticorrupción español, en su informe final sobre la
trama de fondos reservados de los GAL, caracterizaba a los procesados del
PSOE -todos en la calle, voilà- como «una mafia donde decir la verdad se
interpreta como una traición». Mafia de Estado y Estado mafioso. Garzón o Falcone.
La contradicción antagónica.

Aunque Garzón pretenda ahora documentar el horror de los
verdugos que aplastaron América Latina, nuestra memoria dirá que Estrasburgo lo
condenó «por mirar a otra parte» -ese sesgo arbitrario tan garzonita- en el
caso de la nula investigación de las torturas sufridas por los independentistas
catalanes encarcelados en 1992. Y tantas y tantos ciudadanos vascos que
conocieron in situ la impertérrita omertá de Garzón ante el enésimo dolor de
hematoma y el último rumor de pulmón encharcado. Al fin y al cabo, en 2004, el
Tribunal de Estrasburgo certificó precisamente eso, en sentencia firme e
inapelable. Que Garzón no era Falcone: que miraba a otro lado frente a los
abusos de la siempre detestable razón de Estado.

Garzón hablará hoy del inenarrable sufrimiento y dolor
prolongado de las víctimas de ayer -a quilométricas distancias, eso sí-; pero
olvidará la Intxaurrondo-Escuela de Mecánica de la Armada de Donostia; obviará
los Villalobos y Galindos que fueron los «ángeles de la muerte» Astiz locales;
silenciará la DINA pinochetista que fue el SECED de Carrero Blanco, trasmutado
en posterior CESID y actual CNI, por arte del birlibirloque de la transición. Porque,
de razzia en razzia y a golpe de 18/98, Garzón es hoy «la doctrina del shock»
de Naomi Klein aplicada puntualmente a Euskal Herria: conseguir por vías
excepcionales lo que ya es imposible en condiciones «normales». Para violentar
la voluntad popular a base de candados, portazos y carpetazos, de secuestros
con barniz legal y de la ilegalización permanente decretada en tierras vascas.

Paradojas, el trabajo es desde ya -como dice la
intelectual canadiense- la
memoria. El escudo de futuro es la memoria. El antídoto
de ayer y hoy es el músculo de la
memoria. A riesgo de que puedan acabar manipulando la
hemeroteca -como alertara George Orwell-, Garzón será simplemente Garzón,
además de un pésimo instructor y un amanuense copión de los informes
literario-policiales de turno, redactados por encargo político-electoral en
algún lugar de la cloaca estatal. Y muy poca cosa más, si no fuera por el
acumulado sufrimiento personal y colectivo que su sólo nombre genera en Euskal
Herria a través de su enloquecida lógica antiterrorista e inquisitorial.

Por eso, contra el tiempo y la era de los proscritos,
Garzón nunca será Falcone. Nunca. En los arrabales de la dignidad -de la
dignidad encarcelada- es un imposible. Un imposible absoluto. Afortunadamente.
David Fernandez


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