El bloc d'Ernest Benach

* Article publicat a La
Vanguardia de dissabte 11 de setembre.

«Catalunya i la llibertat són la mateixa cosa». Con esta frase del president Companys abrí ayer mi discurso en el homenaje que, con motivo de la Diada, ofrecimos a quienes han presidido el Parlament. La lucha por las libertades individuales y colectivas ha impulsado a Catalunya a lo largo de la historia. Y así sucede también ahora, tras la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut d’autonomia, que exige una decisión colectiva sobre cuál ha de ser nuestro futuro y cómo construirlo.

Varios son los motivos que fuerzan a iniciar una nueva etapa para nuestro país. Por un lado, la cada vez más evidente e insostenible ineficiencia e ineficacia de los grandes Estados centralistas en un mundo globalizado, que acentúa la aspiración de mayor autogobierno para defender nuestro bienestar, nuestro progreso y nuestros derechos. Ligado a ello, las crisis de los últimos años han puesto de manifiesto que el poder real del que disponemos, como comunidad autónoma, no es suficiente, y lo lejanas que son en ocasiones las prioridades y las necesidades del Estado con relación a las de Catalunya. Es decir, se ha vislumbrado que con mayor poder político, con mayor libertad para actuar (más recursos, más competencias, más peso en Europa), un gobierno catalán, incluso la propia sociedad catalana, podrían ofrecer al país mejores respuestas a las crisis.

Por otra parte, el tortuoso proceso vivido por el Estatut d’autonomia, culminado en la sentencia del Tribunal Constitucional, ha puesto fin a las ambigüedades trazadas durante la transición, sobre las cuales Catalunya había ido ejerciendo su libertad política. Es el peaje de la ambigüedad en la política: permite ganar tiempo y terreno…, hasta que las diferentes realidades que nacen de ella se encuentran cara a cara. La indivisible unidad nacional de España, repetida hasta la saciedad en la sentencia del Estatut, ha acabado con el sueño de aquellos catalanes que creían en una España plural y de espíritu federal.

Y aún más, la misma sentencia del Tribunal Constitucional, sumada a los previos recortes y rebajas del texto estatutario, ha generado una sensación de indignación en la sociedad catalana. El desarrollo autonómico se ha desvelado como una trampa en la que los intereses y las aspiraciones de los catalanes quedan encerrados en los mecanismos del Estado. Catalunya ha empezado un proceso de desafección hacia España, denunciado por el propio presidente de la Generalitat en la misma capital del reino.

La clave del conflicto radica en que la España autonómica nos considera una más de las comunidades autónomas de régimen común, y entiende que debemos someternos a la voluntad del conjunto de la nación española. Pero por nuestra historia, por nuestra identidad política, los catalanes consideramos a Catalunya como algo más que una división administrativa del Estado; tenemos voluntad de ser y ejercer como nación. Así era ya en 1980, cuando el Parlament aprobó su primera ley, la que declaraba la Diada del 11 de Septiembre como fiesta nacional de Catalunya. Y esa identidad política reforzada como conciencia nacional, que ha resistido todo tipo de represiones e imposiciones a lo largo de la historia, está hoy más viva que nunca.

La solución, por lo tanto, no admite más ambigüedades ni engaños. Pueden plantearse todo tipo de alternativas, pero tarde o temprano a la ciudadanía catalana le corresponderá decidir su marco estatal (y por lo tanto su futuro), de forma específica, democrática y directa. Ya son diversos los partidos y las personalidades que así lo han planteado abiertamente, y una corriente transversal, abierta, distinta a lo que conocíamos hasta ahora está planteando este debate en la sociedad catalana. Un debate que en el fondo es el debate sobre nuestra libertad. Y es en la libertad donde está nuestro futuro.

Feliç Diada!

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