Sin ningún tipo de duda,
entre tu y yo,
nunca existió nada parecido
al aburrimiento.
Enzarzados en el amor
furioso que establecimos,
no tuvimos tiempo
para nada más como
no fuera descubrirnos
piel a piel quiénes no éramos.
Siempre dejamos
las derivas conyugales
para mucho más tarde.
Para entendernos:
ni tu me acompañaste nunca
a comprar unos zapatos,
ni yo jamás te ayudé a escoger
un regalo para tu madre.
Por eso ahora,
que convivimos ya
con otras personas
que nos aman tanto o más
y son felices los recuerdos
de ese entonces,
se nos aparecen
con una tristeza muy triste
todas esas parejas
que en unos meses de ser dos,
ya muestran semblantes mustios
y discuten en el supermercado
que tipo de lechuga deben comprar.
Me gusta saber, cuando nos vemos,
que todavía no hemos aprendido
a despreciar aquel breve
destello de luz en los ojos
del otro, para tan solo
sonreír y hacernos validar
el amor que lleva otro nombre
que ya no es el tuyo
que ya no es el mío
y satisfacer la verdad sincera
que entre nosotros ya no hay nada
porque hay mucho.
Alejandro R. Zemeckis