Cucarella

Toni Cucarella en roba de batalla

4 de febrer de 2008
21 comentaris

Son ustedes gilipollas

Pel blog de La
trappola,
he pogut assabentar-me d’aquesta notítica que recull l’AVUI:

La nova Biblioteca
Digital Hispánica de la
Nacional de Madrid considera català i valencià llengües
diferents

Català o valencià?

Ada Castells

El ministeri de Cultura
i la secretaria d’Estat de Telecomunicacions van donar a conèixer, fa una
setmana, el projecte de la Biblioteca Digital Hispánica, que, tal com fa la Biblioteca de Catalunya
des del 2000, oferirà als usuaris d’Internet la possibilitat de tenir accés als
títols de fons.

Per ara la col·lecció de
la Nacional
espanyola, dirigida per Milagros del Corral Beltrán, reuneix 10.000 obres, que
es poden consultar en català o en valencià, tal com s’especifica a la web.
Naturalment, la consulta es fa en la mateixa llengua, encara que en català es
parla de cerca i, en valencià, de recerca, tot i que en totes
dues es diu sortir i no eixir. Això sí, les col·leccions, per als
parlants del sud perden la ela geminada, que deu ser considerada centralista.

El motiu de l’oferta

Bárbara Muñoz de Solano,
cap de servei de la
Biblioteca Digital Hispánica, explica el motiu d’aquesta
oferta variada: "És molt senzill. Quan els ministeris de Cultura i
d’Indústria van convocar el concurs per encarregar l’eina d’accés a la
biblioteca digital van demanar que aquesta fos multilingüe, en les llengües
oficials espanyoles, que són cinc". S’ha de dir que, posats a sumar
llengües, la web també es pot consultar en anglès, tot i que encara no és
oficial a l’Estat.

Aquest fet d’interpretar
la llei de manera que el valencià i el català s’entenguin com opcions diferents
és habitual a Internet: la qüestió rellevant és que la institució que en aquest
cas ha fet la diferenciació ja va patir una polèmica fa sis anys per aquesta mateixa
causa. El grup de Treball BibCat va denunciar la catalogació dels llibres en
valencià i català com a llengües diferents, en contra dels criteris científics.

Bé, al final la
diferenciació que va impulsar doña
Carmen Alborch quan va ser menistra de Cultura,
ha acabat imposant-se.

He enviat un correu a
la inefable Biblioteca Digital Hispánica. El títol: Son ustedes gilipollas.


Señoras y senyores de la Biblioteca Digital
Hispánica, después de comprobar que, en contra del criterio filológico, es
decir científico, común y universal, ustedes consideran lenguas diferentes el
valenciano y el catalán, les animo a
llevar su gilipollez a cimas más altas y diferencien, con idéntico criterio de
analfabetos vocacionales profundos,entre el manchego, el andaluz, el canario,
el extremeño, el murciano,incluso el argentino, el chileno, y etcétera.
Proximamente, incluyan entre sus enlaces a los partidarios de la tierra plana,
a los creacionistas americanos y el blog, si lo tuviera, del célebre primo de
Rajoy.

Eppur si muove.

Galileo Galilei

Toni Cucarella
Escritor valenciano en lengua catalana

Per si voleu enviar alguna flor a la Biblioteca 
Digital Hispánica, aquest és el seu correu:

bibliotecadigital@bne.es

  1. És indignant, que no sorprenen, veure que segueixen amb la mateixa cantarella de sempre.

    Per cert, això del “custodiamos todos los libros” és certament curiós, jo és que me’ls imagino amb tricorni i metralleta pel mig de les estanteries…

  2. Compte, perquè els he escrit indignat i mira el que m’han respost:

    Estimado Sr.:

    Para catalogar sus libros la Biblioteca Nacional se atiene a las normas
    internacionales, que en lo relativo a las lenguas, son las Normas ISO
    639. Hasta el momento, el valenciano carece de tal código por lo que
    todas las obras recibidas se catalogan bajo el código cat (catalán).

    Atentamente,

    Biblioteca Digital

    Paseo de Recoletos 20

    28071 Madrid

    ( 91 516 89 58 (ext. 558)

    * biblioteca.digital@bne.es

  3. Jo els he enviat aquesta:

    Señores bibliotecarios: Como depositarios del saber, deberian ustedes conocer que “valencià”  y “català” son denominaciones de la misma lengua, que académicamente tiene la denominación de “llengua catalana”, y con ese nombre se estudia en diferentes universidades, tanto de España como del resto del mundo.No sé a qué susceptibles y estrechas mentes quieren ustedes evitarles perjuicios en su sensibilidad, pero atendiendo a  esa misma razón se me antojan escasísimas las seis versiones que ofece el buscador de su página web. ¿Porqué valencià sí y no bable, castúo, aranès, andalú, argentino o rumano, ya puestos…?Se lo diré en catalàn;Quin sentit té entestar-se en diferenciar una llengua que té la mateixa gramàtica i ortografia a les dues vores del riu de la Sénia?Y por si no lo han entendido, en valenciano:Quin sentit té entestar-se en diferenciar una llengua que té la mateixa gramàtica i ortografia a les dues vores del riu de la Sénia? Atentamente, Manuel NebotCastelló de la Plana.

  4. Todas las campañas contra Valencia que se están librando en estos años están basadas en embustes y mentiras que, repitiéndolas mil y mil veces, pretendan convertirlas en verdad. Una de ellas, tal vez la más grande, es la que quiere hacernos creer que la lengua valenciana deriva del catalán porque las tropas y paisanos que fueron a Valencia con D. Jaime el conquistador hablaban catalán. Esta es una enorme falsedad, imposible de admitir.

        Podemos afirmar rotundamente que ni un solo soldado de las tropas del Rey, o Guerrero que le acompañaba, hablaban catalán. De la misma manera que en el ejército de Don Jaime ningún soldado podría traer aviones o tanques, bombas atómicas o metralletas, pues no existían aún en 1238, tampoco ningún soldado o hueste del ejército de Don Jaime pudo llevar a Valencia la lengua catalana por la sencilla razón de que en 1238 no existía todavía la lengua catalana . Le faltaba más de un siglo para existir. Y vamos a probarlo documentalmente.

        El catalán don Antonio Rubió i Lluch en su libro ” documentos para la historia de la cultura catalana medieval “, editado en 1908, nos dice, sin lugar a dudas, que la Primera vez que aparece el nombre de lengua catalana fue en 1362, cuando Pedro el Ceremonioso ordenó que el libro francés de caballería Lancalot fuera traducido a lengua catalana. Hasta esa fecha, pues, la lengua catalana no existía.

        Sanchis Guarner en la página 29 de su libro ” La lengua de los valencianos “, confirma lo de Rubió y Lluch, y añade: ” es la primera vez que aparece esta explícita denominación.”

        Demos, pues, gracias eternas a estos señores, porque ellos nos han proporcionado el dato fabuloso que nos permite ahora a los valencianos, no sólo demostrar, sino comprobar y, por tanto, afirmar de manera rotunda, definitiva y científica, que documentalmente no existe la lengua catalana antes del 1362.

        Por esta circunstancia si Valencia se conquista en 1238 y el catalán no existe hasta 1362, nadie de los que vinieron a la conquista, ni aún el mismo puñado de catalanes que llegaron con el ejército aragonés, podría hablar una lengua que aún no existía: la lengua catalana. Le faltaba ciento veinticuatro años para existir.

        Es principio universal de filosofía y de lógica que ” nada puede derivarse de lo que no existe ” . En consecuencia, la lengua valenciana por más que se empeñan tampoco puede derivar de una lengua que no existía cuando Valencia es conquistada en el siglo XIII. Quisiérase o no se quiera.

        Estoy ya escuchando las preguntas del lector. Entonces, ¿Qué lengua existía y hablaban las gentes contemporáneas de Don Jaime y nos trajeron a Valencia los que con el vinieron a la conquista? ¿De qué lengua se deriva, pues, la valenciana?.

        Los pueblos de la corona de Aragón hablaban en ” romance “. Esa era la misma lengua única que hablaban todos los pueblos de España: romance.

        Por eso, en 1238 es el romance lo único que podían traernos, y nos trajeron, las huestes del conquistador, las cuales procedían de todas las partes de España.

        Así, todos los documentos de la época de Don Jaime, o están escritos en latín, que es la lengua oficial o documental, tanto para la iglesia como para la cancillería real, o lo están en la otra lengua única que es el romance.

        Vamos a ceñirnos al Reino de Valencia para probarlo.

        En la constitución española, todo el mundo ha visto haberse establecido que la lengua oficial de España sea el castellano. En el estatuto vasco se ha autorizado que la lengua oficial de Euskadi sea el vasco; en el estatuto de Cataluña se ha autorizado que la lengua de Cataluña pueda ser el catalán.

        De la misma manera, cuando don Jaime dicta los fueros que son, como si dijeron la constitución del Reino de Valencia, también dispone cual debe ser la lengua diríamos oficial que el pueblo ha de hablar. Esta lengua se le llama siempre ” El romance ” y no tiene ni otro nombre ni existe otra lengua oficial en todo el texto formal. Vamos a confirmarlo.

        Los fueros se escribieron en latín; pero en 1261, para que todos los habitantes del reino los entendiesen y pudiesen cumplirlos, Don Jaime ordena que se traduzca a la lengua que el pueblo habla. ¿Y cuál era esa lengua? Es el romance. No hay otra. Y a él se traducen todos los fueros.

        Una vez que se había terminado la traducción completa del texto, se le llevó al propio don Jaime para que los revisara, los aprobara, los firmara y, al fin, los jurase; lo que hizo el 7 de abril de 1261, poniendo una mano sobre el texto latino y la otra sobre la versión en romance.

        El Rey, antes, vio y repasó fuero por fuero, y hubo muchísimos que no le parecieron bien. Añadió o incrementó lo que consideró oportuno. Y para mayor exactitud, lo tradujo personalmente, ¡El mismo!, y así está consignada ciento cinco veces. Añadiendose siempre como coletilla final, que el propio rey había hecho la traducción en romance, diciéndose “arromançat per lo senyor rey“. Siempre la expresión “arromançat” o “romançat”.

        Si la lengua hubiese sido la castellana, en vez de decirse arromanzado, se hubiera dicho castellanizado. si la lengua hubiera sido la catalana, se pondría ” catalanizado “.¿No es así? Pues bien. Puedo afirmar que ni una sola vez, repito, ¡Ni una sola vez!, aparece la expresión ” catalanizado “. Lo que nos prueba que el Rey no mandó traducir los fueros al catalán, sino al romance, la lengua que, en definitiva, hablaban y entendían todos los valencianos.

        Incluso hay una prueba más. Los fueros de Don Jaime fueron posteriormente puestos a traducir al latín, y también en lengua latina se dice al final de cada uno de ellos: “Istum forum Romansavit dominus est” Códice 146 de la catedral de Valencia… ¿Hay alguna pueda más definitivas? Pues aún tenemos otra prueba.

        El conquistador dispuso por fin, definitivamente, que fuera el romance la lengua oficial del Reino. Así aparece en el folio 65 vuelto de códice ” de los fueros ” del ayuntamiento de Valencia. En el capítulo de sentencias ordenó Don Jaime a los jueces lo que aquí transcribo: ” Los jutges en romanç diguen les sentencies que donaran“.

    No tenemos ya la menor duda. El rey, para que el pueblo valenciano, tanto cristiano como Moro, pueda entender las sentencias que destacan los jueces, ordena e impone a estos que las digan y las escriban no en latín, ni en árabe, ni en hebreo, sino en la única lengua que las gentes del pueblo del Reino de Valencia entienden y abrir; la que existía entonces, el romance.

     

        En definitiva, y resumiendo

    1º Nadie de quienes vinieron con Don Jaime, ni aún los catalanes, hablaban ni podían hablar en catalán.

    2º Por eso la lengua valenciana ni deriva ni pueda derivar científicamente de una lengua inexistente.

    3º El valenciano se formó directamente del romance. Tan directamente, se formó el gallego, el castellano, el francés, el italiano, y también el catalán. Pero jamás pudo derivar de éste, por la poderosa razón de que el catalán aún no existía cuando Valencia fue conquistada 1238.

     

        Y los fueros nos lo confirman y lo prueban.

        Nuestra gloriosa lengua valenciana fue creada exclusivamente por el pueblo de Valencia. Y, por tanto, ni en conciencia ni en ley nos las puede nadie falsificar, ni arrancar, ni arrebatar jamás del alma del pueblo de Valencia. Porque los derechos humanos lo prohíben, los papas y el concilio lo condenan y la constitución española ayuda y ampara a los valencianos a conservarla, y nos alienta y obliga a todos a defenderla y hablarla.

  5. Historia de otra senyera: la catalana

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     El escudo palado

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    Los catalanes tienen por dogma de fe una fantasiosa leyenda

     

        Sabido es que los catalanes no tienen apenas historia y necesitan apropiarse de hechos que no sucedieron en su territorio. Incluso, con frecuencia, se la inventan.

        Por no tener, no tienen ni historia sobre el origen de la barras de su bandera que en realidad no es otra que la bandera de Aragón y envuelven su nacimiento con una fantasía, un cuento, una leyenda, la de Wifredo el Velloso.

        El catedrático de la Universidad de Zaragoza, don Guillermo Fatas, investigador de la historia aragonesa, escribe: “…la hermosa leyenda de Wifredo el Velloso no se sostiene en nada serio. Carlos el Calvo que habría trazado con sus dedos las barras de un escudo ni siquiera fue contemporáneo de Wifredo el Velloso. Sin contar que en el siglo IV no se usaban los blasones…”

        Y no sólo lo afirma un aragonés, también el historiador catalán Juan Sans Barutell en su libro “Memoria sobre el incierto origen de las barras de Aragón” (1.832):

        “…llevados asimismo varios autores catalanes de tan singular y universal manía, forjaron cierta historieta para dar un principio glorioso a los mencionado palos”.

        La leyenda fue propalada miméticamente hasta por autores valencianos, sin ningún aparato crítico, de forma generosa y condescendiente. Sans Barrutell fue muy duro con los difusores de tal especie y refiere que los escritores o historiadores más cercanos a Wifredo el Velloso no dieron cuenta de este supuesto hecho, al no conocerlo.

        Otro argumento que invalida la teoría catalana del origen de su bandera es constatar que el “concepto” Cataluña no existía en tiempos de la supuesta leyenda, pués surgió más tarde que Aragón.

        Es más, Ramón Berenguer IV, a quien los catalanes consideran padre de la patria catalana, NO FUE NUNCA REY, NO PASO DE PRINCIPE, Y DE ARAGON, cuando se caso con Petronila (hija del monarca aragonés), según los “acaptes” es decir: A LOS FUEROS Y COSTUMBRES DE ARAGON.

        CONCLUSIÓN: El “escudo palado” es propio de la Casa de Aragón y no de la Casa de Barcelona, que juridicamente se extinge y agota en Ramón Berenguer IV, porque al casarse con Petronila se extinge la Casa de Barcelona y pasa a se la Casa de Aragón.

     

    La cruz de San Jorge

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    Hasta el s. XIX los catalanes no adoptan la cuatribarrada

    Y en el s.XX adoptan tambien al  ” burro ” 

     Imagen activa

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        Explicación del investigador don Ricardo García-Moya en su libro “Tratado de la Real Senyera”: “En el siglo XIX, al adoptar la bandera de las cuatro barras, los catalanes se encontraron con la necesidad de olvidar su señera de Santa Eulalia; y el otro estandarte que en la Edad Media había representado a Cataluña, el acuartelado con cruces y barras, lo transformaron en bandera ciudadana exclusivamente”.

        Para que el pueblo lo asimilara y no se produjeran confusiones, se añadió la leyenda “Bandera de la Ciudad de Barcelona” en el espacio situado junto al asta.

        Hasta 1.714, la simbología de los catalanes era la Cruz de San Jorge en losange, la cual se remonta a los siglos XIII o XIV; o la bandera de San Jorge, y la bandera de Santa Eulalia, con la cruz y barras acuarteladas.

        Fue la Diputación Provincial de Barcelona la que se convirtió en propietaria de las barras, sin que se sepa claramente el porqué.

        La actual Generalidad de Cataluña rechazó esta simbología, tomando la bandera aragonesa como propia.

        El catalán Fluviá y Escorsa ha criticado con dureza que “…muchos ayuntamientos, por un patriotismo mal entendido, quisieron incluir en los escudos la señal de los Cuatro Palos, quizá pensando que poniéndolos serían más catalanes”.

        Con esta decisión acaban una larga tradición histórica, iniciada en 1.359, cuando la Generalidad escogió la Cruz de San Jorge, no las barras, por ser las “Armas antiguas de Barcelona”, que era como decir de Cataluña.

        El historiador catalán Lluís Doménech y Montaner dice con especial clarividencia y contundencia lo siguiente:

        ” Bruniquer, el sabi archiver de la ciutat en el segle XVII, reivindica com propi seyal a Barcelona, la creu…la Deputació de la Generalitat de Cathalunya que fon erigida y comensada l´anu 1.359 fa per armes la sola Creu com armes antigues de Barcelonaa, que es dir Cathalunya”. Textual.

  6. Señera no se inclina ante nadie

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    Pedro II creó para la Real Señera un ceremonial muy especial

        El Rey Pedro IV de Aragón y II de Valencia creó un protocolo y ceremonial muy especial para la Real Señera, que se viene observando desde entonces, y que el profesor e investigador Fermín Juanto Manrique resume en estos tres puntos:

            1. Que no haga reverencia, ni se incline ante nadie.

            2. Que su salida no sea nunca por la puerta, sino que solemnemente sea bajada verticalmente desde el balcón consistorial.

            3. Que de su custodia se encargue el Maestre Racional, quien le entregará al Justicia de lo Criminal para las conmemoraciones ciudadanas y al jefe del Centenar de la Ploma para las salidas por contrafueros o en defensa del Reino.

     

    Reglas de los ballesteros

        El mismo Rey también reguló la elección de los 100 ballesteros artesanos que, como miembros de dicha institución, custodiaban la Señera.

        El 23 de Julio de 1.376, Pedro IV añadió a esta tradicional escolta otros 100 hombres, nobles o plebeyos, tal es la importancia que siempre tuvo la Señera.

        Pedro IV de Aragón y II de Valencia concedió, además, que la moneda al uso (florins) se acuñaran en Valencia a partir de 1.369, se acuñara en valencia a partir de 1.369 y que apareciera en el reverso la corona real, y que siempre que se escribiera el nombre de Valencia en los documentos diplomáticos fuera coronada la letra “L” (leal).

     

    Bandera tricolor

        La Real Señera estaba debidamente guardada y custodiada, y se les rendían Máximos Honores cada vez que entraba o salía de la sede del Consell.

        El protocolo con respecto a la Real Señera siempre se le ha guardado con absoluta escrupulosidad.

        Tiene también por Especial Privilegio del Rey un escudo “fet a cayró”, es decir, en forma de rombo y con los cuatro palos gules, todo lo cual era exactamente “el timbre” del Rey.

        En 1.377, los Jurats del Consell, hicieron la siguiente recomendación muy especial:

        “Lo dit Consell pensam que en los segells no havia convinents ne encara deguts senyals de edificis a forma de una ciutat e ès cert que el senyal per los molts altas Senyors Reys otorgat e conformat a la dita ciutat, era e ès llut propi senyal de bastons o barres grogues e vermelles.

        Per tant, lo dit Consell, deliberadament e concordant, tenc per be e volc e provei dites corts usen del dit senyal real de cascun segells”.

     

     La señera: premio al valor

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    Pedro II distinguió con la Corona la valentía valenciana

        Es completamente falsa la leyenda de que Wifredo el Vellloso fue herido en el año 814 en una batalla contra los normandos, mientras luchaba a favor de Carlos el Calvo, quien sobre su escudo de color oro plasmaría con sus dedos cuatro rayas rojas verticales con la sangre del herido.

        Dicha leyenda apareció por primera vez en 1.550, siete siglos más tarde de que hubiera ocurrido el presunto suceso.

        La recogió Pere Antonio Beuter, que escribía y daba como buena cualquier fábula que se le contara, sin aplicar ningún método crítico. Más tarde lo que él dijo lo copiaría, sin más, el historiador Escolano.

        Hay que buscar en las fuentes directas, y en este caso, en la dura y cruenta guerra entablada entre Aragón y Castilla, a consecuencia de querer anexionarse el rey Pedro I el Cruel de los territorios de la Corona de Aragón. Entonces, valencia lucho con denuedo y valor a las órdenes de Pedro IV de Aragón y II de Valencia, quien acabaría vencedor en la contienda el año 1.365.

        El monarca aragonés concedió como premio al valor valenciano coronar su Señera.

        El historiador Vicente Vives Liern da cuenta del “color azul del cual los antiguos reyes de Aragón, solían llevar en sus banderas”.

        Martí de Viciana testimonia que “en la dicha añadidura del sobredicho color se sobrepongan o entretejan o se pinten, tres coronas reales de oro”.

        Explica el profesor e investigador de la Señera, Fermín Juanto Manrique que “el azul era el antiquísimo color del señorío de Sobrarbe, primitivo núcleo del reino de Aragón. Por ello, las armas de la antigua Casa Real de Aragón llevaban sobre fondo azul celeste la famosa Cruz de Iñigo Arista”.

     

     El azul de la señera

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    Este es el color de mayor armonía con el oro de la Corona

        “La causa de que nuestros antepasados escogieran el color azul fue, quizá, por ser el de mayor armonía con el oro de la corona. En la cerámica valenciana del siglo XV era muy usual esa combinación. En Francia también lo utilizaban como fondo heráldico de la flor de lis. Posiblemente, los valencianos también valoraron que era uno de los siete colores heráldicos”, acota Ricardo García-Moya, en su tratado de la Real Señera.

        La Corona fue un elemento heráldico tan importante como las barras.

        Lo Rat Penat fue un elemento heráldico incorporado más tarde, el cual se pintaba o bordaba sobre la Corona en las banderas representativas del Reino.

        En 1.449, el Consell ante el deterioro de la Señera dispuso que: “…attenets que la bandera d´or e flama, fos squiurada e gastada, per tal proveiren ne nos feta una nova consembant de aquella, empero ab Corona”.

        Así consta en el Manual de Consells, que se conserva en el Archivo Histórico de la Ciudad de Valencia , A-34, fol CC, años 1.447 a 1.450.

        El matiz es importante, no podía faltar la Corona, que era bordada y costosa de hacer. Una labor de pura filigrana artesanal.

        Por lo normal, de la bandera se estropeaba la parte contraria al asta y se cambiaba por un tejido nuevo, sin tocar la parte de la Corona.

        De ahí que se deduzca que en el citado año debió de llegar a tal la situación de destroza de la Señera, que obligó “als Jurats” a hacer una completamente nueva en el penúltimo año del siglo XV.

     

    EL DOCUMENTO DE PISANELLO

        Alfonso III el Magnánimo entró triunfante en Nápoles en 1.442. Allí conoció a Pisanello, quien ha dejado para la investigación heráldica un buen docuemento: el boceto de un retrato del Rey de Valencia, realizado en 1.448, donde aparece el perfil del monarca junto a las barras, la Corona y Lo Rat Penat, el simbolismo de la Real Señera. Los símbolos de la Señera eran utilizados y usados por el Rey, en este caso considerado como el estadista más culto y humanista de toda la Historia del Reino de Valencia. Este documento destruye todas las tesis catalanistas de que la bandera de la ciudad derivaba de su escudo. La Señera es “la expresión en tejido de las armas del Rey y del Reino de Valencia” .

     

    Bandera de guerra

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    Contra los insurrectos catalanes y los castellanos

        En la segunda mitad del siglo XV, el Reino de Valencia de nuevo se enfrentó a sus incómodos vecinos del norte, los catalanes. Estos se levantaron contra el monarca aragonés.

        La rebelión catalana fue la principal causa de la decadencia de la Corona de Aragón. Los catalanes se aliaron con Francia y con Castilla, contra valencianos, aragoneses y mallorquines.

        El capellán de Alfonso el Magnánimo, en su “Dietari”, escribió:

        “Digous, a XXVI de noembre e any LXVI, toquada la oracio, per Valencia fonch feta crida com lo Tey de França avia cridat en França la guerra contra lo rey de Arago e terres e gens del dit rey a fonch e sang, de la qual cosa Valencia e tot lo Regne an gran tresticia e dolor; considerant los tants i tants granns mals que per causa del cathalans ha en la major part de Spanya e casi tota diviso dels reys, regnes, de terres, de senyors, discordia en mala voluntat ¡E qui pot dir ni estimar les presones que per la causa de vostra libertad son mortes! E quants son fora de sos Regnes perdent, presones, bens, heretats ¡E quantes senyores dones e donzelles envergonyides, e van desolades ¡o cathalans! E quant ni en quin temps aurem reparat tals actes criminosos”.

        Sin comentarios.

        Estas lamentaciones estuvieron motivadas por la guerra entre catalanes y valencianos, que en 1.462 era una lucha generalizada. Los valencianos tuvieron que soportar los ataques de catalanes y castellanos. La Real Señera presidía la salida de las tropas desde Valencia y en ocasiones fue con ellas a los combates. Iba siempre protegida por la “Compañía del Centenar de la Ploma”, que la protegía y salvaguardaba.

     

    ATAQUES CATALANES

        Los catalanes atacaron por mar el litoral de los Reinos de Valencia y de Mallorca. Francisco Pinet -jefe de galeras catalanas- envió a decir a los menorquines “que entregaran la villa al dominio catalán, porque si no pasaría a cuchillo a mujeres y niños”.

        Sólo en el año 1.462, los catalanes asaltaron 4 veces las costas valencianas, una de ellas el 7 de Mayo, en que testimonia el “Dietari”: “La armada de los catalanes atacó la zona del Grao de Valencia robando todo lo que podían”

     

     Descripción de la Real Señera

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    Bandera, tejido de seda y la cimera o vibra.

        La Real Señera se conserva dentro de una vitrina en el Archivo Histórico Municipal del Ayuntamiento de Valencia.

        Esta vitrina es de estilo gótico y su diseño es una especie de sala rectangular, trabajado el techo como si fuera un artesonado de época, con labradas almenas exteriores y sostenido por cuatro columnas helicoidales que -a su vez- sustentan cuatro capiteles labrados con cuatro guerreros sobre ellos con escudo y armados cada uno de diferente forma: ballesta, flechas, espada y lanza.

        Dentro está la bandera del Reino de Valencia, la cual, según detalla el investigador José Martínez Ortiz “está formada por un tejido de seda carmesí dispuesta en cuatro fajas que corresponden a los cuatro palos o barras de Aragón, sobre un campo de oro integrado por cinco fajas de hilos de oro, unido por una tira estrecha de seda, igualmente roja, que tiene en los arranques de las respectivas barras unos bordados a especie de piedras valiosas o cabujones, limitando una franja de seda más ancha de color azul celeste, con adornos rameados, que la une al asta. Todo el tejido en la actualidad, aparece mantenido entre si, por una trama o red de fino cordel trenzado para mejor conservar la integridad de todos los elementos, hecha modernamente en vista de los deterioros que, con el tiempo, había sufrido la Señera y que se observan simplemente, habiendo desaparecido en muchos sitios la seda o los hilos de oro”.

        Y si sigue narrando: “El asta de madera, compuesta de dos cuerpos: el primero -de donde arranca la bandera- en su parte inferior hasta el suelo, está formado por un vástago estriado, de seis caras hendidas que van perdiendo profundidad hasta el pié, donde acaban con la sujeción de una randela de hierro y de la que nace el gancho o el estribo para sujetarla, seguramente en el arzón de la silla del caballo, cuando salía a campaña.

        El segundo integra la parte superior, toda ella lisa, que aparece recubierta por el tejido de la propia bandera, hasta el punto donde se acopla la cimera”.

    Imagen activa
     
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    ¿Per qué la Señera coronada és la bandera de tots els valencians?

    Per Antoni Atienza:

     

    Abans de tot, cal recordar que la Señera és una bandera, i que té un orige migeval. Les banderes migevals eren, sobre tot, instruments de guerra i de poder. També cal senyalar que fins al segle XV –i segons Moles, fins al XVIII- no existien banderes de “nacions”, ni de regnes. Les banderes eren derivats dels escuts (escut=senyal=senyera), i els emblemes heràldics eren privatius de l’aristocràcia i dels monarques. A soles a partir del segle XIII comencen a aparèixer emblemas de les ciutats, utilisats sobre tot en sagells.

    El Regne de Valéncia no tingué una repoblació ràpida. Durant molt de temps fon un territori de frontera, atacat en freqüència pels musulmans des d’Almeria i Granada, i més tart, el Magreb. Per a defendre esta frontera, i ofegar les revoltes dels musulmans que habitaven el Regne, es varen organisar milícies, grups de ciutadans armats que en cas d’atac, eren avisats per a prendre les armes i lluitar. No eren tropes del Rei, puix el Rei no les pagava, sino milicians, cridats per la seua ciutat, i en armes pròpies, municipals o dels gremis. Era l’Host, una força militar convocada pel Rei, segons la costum feudal, pero no organisada per ell. Per tant, no lluitaven baix els colors del monarca, sino de la ciutat que els mantenia i els proporcionava les armes. La formació d’esta milicia es feu durant el regnat de Jaume I, i consta en els Furs de Valéncia, a on s’establix que els cavallers de la ciutat devien seguir a la Señera (1). A principis del segle XIV, la força armada valenciana, de la qual la principal contribució era la ciutat de Valéncia, hagué d’eixir en diverses ocasions per a defendre els drets de la Ciutat i de les Viles Reals, contra els abusos dels nobles. Per privilegi d’Alfons I, la milicia no podia lluitar fora del Regne, i per tant devia de combatre dins de les postres fronteres: era una força defensiva. En eixa època, la Señera ya era coneguda com “del Rei e de la Ciutat”.

    Figura fonamental per a entendre l’heràldica valenciana, fon el rei Pere II de Valéncia “el Ceremoniós”. El monarca va reinventar l’història dels blasons. La bandera barrada, fins a eixe moment, no tenia un numero fixe de barres; el seu orige havia segut obra de Ramón Berenguer IV, comte de Barcelona i princip d’Aragó, quan ya tenia abdos tituls. Per tant, hui per hui, l’opinió del heraldistes més prestigiosos és que les barres son tant catalanes com aragoneses. Puix be, Pere II va establir que les barres eren l’emblema dels primitius comtes de Barcelona –quan el de Ramón Berenguer III era una creu roja en camp blanc-; i per a Aragó, es va “inventar” un escut blau en una creu blanca. Cap a 1360, va manar que les barres dels seus escuts serien Quatre. Celós de que cap atra persona ni ciutat lluïra el seu blasó personal, feu que Valéncia portara com a distintiu una corona damunt de blau, en recort del color real d’Aragó. D’esta manera naixqué cap a 1365 la Senyera de Valéncia, en la qual la Corona representa per un costat el Regne –“perque és cap de Regne”-, i l’aliança entre el monarca i el seu poble. Pero Valéncia volgué subrallar que la Señera era també “bandera del Rei”, bandera real, i posà damunt de l’asta l’emblema personal de Pere II: el drac, que a partir del segle XVI es convertirà en una rata penada. Aixina es mantenia la dualitat: Señera del Rei i de la Ciutat.

    En cas d’invasió del Regne, el punt per a concentrar l’Host devia de ser la ciutat de Valéncia, el Cap i Casal. Cal meditar que vol dir açó de “Cap i Casal”…Per a avisar a pobles i ciutats, s’enviaven mensagers i s’hissava dalt del Portal dels Serrans – la vía natural que s’obri cap a Castella – la Señera, en un ceremonial que anà complicant-se en els anys. I ací està la clau del problema. Si la Señera de Valéncia, la Señera custodiada per Valéncia, encapçalava les tropes de tot el Regne de Valéncia, ¿no seria llògic considerar-la bandera del Regne de Valéncia, en una època, repetim, en la qual no existien “banderes d’Estats”?

    La convocatoria d’Host del Regne es feu d’una manera molt clara i documentada durant el regnat de Joan II. Normalment, els monarques de la Corona d’Aragó preferien que els seus regnes i estats, en conte de convocar un eixèrcit que ells no controlaven, redimiren el servici en diners. Pero Joan II es va trobar en dos ocasions, en 1462 i 1476, necessitat de convocar l’Host, i es feu ordenant el propi monarca que les viles reals acodiren en les seues tropes a Valéncia per a “seguir la Señera”. La Señera va dirigir a les tropes de tot el Regne – de les viles reals i dels nobles aveïnats en el Cap i Casal o en viles reals – cap als seus objectius, eliminar en els dos cassos les rebelions dels Jaumes d’Aragó, pare i fill, barons d’Arenós. També ho feu en 1526, contra els morics de la Serra d’Espadà; i en 1650, extraordinàriament, l’Host ixqué del Regne capturant Tortosa, i bandejant als francessos que ocupaven Catalunya. Deu d’entendre’s que parlem de la Señera conservada en Valéncia, en corona damunt de blau, i en les barres reals, i de les quals encara conservem la de Capdet (2). Per tant, documentalment, podem dir que gent de Borriana, de Morella, de Castelló, o de Vila-Real, lluitaren seguint a la Señera. I si ho feren seguint les banderes barrades del Rei, ho feren com a mercenaris, com a soldats pagats pel Rei, i no com a hómens que complien un deure emanat de les lleis i costums de les seues ciutats.

    Perque cal recordar que la bandera quatribarrada representava al Rei (3), a un poder autócrata, i la Señera valenciana, a les Ciutats, illots a on el poder feudal competia en les llibertats forals. ¿Per qué tantes i tantes ciutats del Regne adoptaren escuts pareguts al del Cap i Casal (4)? ¿Per qué moltes atres l’incorporaren al seu blasó? Si l’escut de Valéncia – corona i barres – dona orige a la Señera –corona i barres -, ¿quina deuria ser, seguint la llògica heràldica, les Señeres de Castelló, de Vila-Real, d’Alzira, d’Agullent…?

    Les banderes se duen en el cor, i discutir sobre elles, sentimentalment, és imposible. Pero no es podem negar a les evidències, que mostren a la Señera coronada com la bandera de tots els valencians. No es pot negar el quadro de Vicent Salvador, que representà a uns soldats valencians del XVII en una Señera un tant estranya, ni es pot oblidar el quadro de Bernat Ferrándiz en les Señeres presents en una processó del poble; no es poden amagar els poemas de Teodor Llorente, de Constantí Llombart, ni de Carles Salvador, les paraules enflamades de Francesc Almela i Vives, de Faustí Barberà, de Gaetà Huguet, o d’Eduart Martínez Ferrando; ni la hui desapareguda Señera de la Joventut Valencianista que va presidir actes i aplecs organisats per Vicent Tomàs i Martí.

    1. “Furs e ordinacions fetes per los gloriosos reis d’Aragó als regnicols del Regne de Valencia”, Edició de Llambert Palmar, 1482, lib, IX, rubrica XVIII, “Del Batle e de la Cort”, num. VI, fol. 30.
    2. En canvi, no es guarda cap bandera quatribarrada, a banda del Penó de la Conquista: la de Sagunt és dels anys 1920, i és una còpia del Penó de la Conquista. El Penó és una bandera estranya, i mai s’ha estudiat a fons per a poder determinar en exactitud la seua època.
    3. La bandera quatribarrada fon un estandart personal del Rei d’Aragó, Valéncia, Mallorca i Comte de Barcelona. A principis del segle XIV el Rei de Mallorca va establir una bandera per a la Ciutat i Regne de Mallorca – la franja morada en castell d’argent -, conservant ell el seu estandart barrat. Pero el número de barres no fon fixat en quatre fins a 1360, aproximadament. Jaume I duia normalment dos barres a soles, pero no era un número fixe. A partir del segle XV, per les invencions heràldiques de Pere II, es va establir que l’escut de Catalunya eren les barres, i d’ahí es derivà que l’estandart català era el mateix que el real. Les barres passaren a ser una bandera del Rei d’Espanya después del matrimoni de Ferran d’Aragó i d’Isabel de Castella: trobem banderes quatribarrades en els galeons de la Gran Armada de 1588. En qualitat d’aixó, banderes del Rei d’Espanya, figuren en les pintures del Palau de la Generalitat de Valéncia.
    4. Inclús en el segle XIX, com a mostra de l’avorriment que sentien cap als seus senyors feudals, Bunyol i Mislata adoptaren escuts en barres i corona. Mislata va decidir fa uns anys abandonar-lo i reprendre una heràldica senyorial, en l’oposició significativa d’Esquerra Unida.

    Antoni Atienza.

    Historiador. Autor de “La Real Señera. Bandera nacional dels valencians”.

  7. La Edad Media fue, en su momento, el nacimiento de la Civilización Occidental, al menos para nuestro ámbito europeo, pero hoy en día protagoniza con sorprendente fuerza los argumentos más habituales que sirven de base a las posturas nacionalistas. Que esta referencia se produjese ampliamente durante el siglo pasado, en pleno Romanticismo, y sobre todo en el romanticismo tardío de finales de siglo, es comprensible: la descomposición del mapa de Europa con el retroceso del Imperio Otomano y la pérdida del concepto de ”reino” como aglutinante de elementos heterogéneos permitieron que algunos intelectuales volvieran al Medievo para extraer de ese tiempo las bases que justificasen sus particularismos políticos. Estos intelectuales, por lo general, lejos de seguir criterios rigurosos como los de sus homólogos del siglo XVIII, se esfuerzan en dar legitimidad histórica a leyendas y mitos; sitúan el origen de sus pueblos sobre fundamentos casi místicos, de fe, más que sobre realidades comprobadas. No es de extrañar, pues muchos de ellos son hombres de iglesia, eruditos desligados de la trayectoria ilustrada. Por otro lado el siglo XIX es el gran siglo de la filología, y debemos congratularnos de vivir ahora de la genial intuición que llevó a muchos lingüistas a establecer pautas válidas en la historia de los idiomas; pero lo que fue un gran avance en ese espacio concreto se convirtió en algo menos positivo cuando los filólogos, solos en un campo de investigación inmenso, penetraron en el terreno de la historia general y se autoproclamaron sus máximas autoridades; como ejemplo de lo peligroso de tal confusión podemos resanar el paso de conceptos puramente lingüísticos como ”indoeuropeo”, ”semita” o ”camita” a conceptos antropológicos y étnicos, raíz de lo que hoy llamamos pureza étnica, y, a veces, se denomina racismo. Que se admitan paralelismos evidentes entre lo lingüístico y lo étnico no debe llevarnos a entender el fenómeno idiomático como el fundamento explicativo de la identidades históricas pasadas y, menos aún, a establecerlas en el presente.

    En lo que se refiere a la historia de España todo el mundo sabe que fue Ramón Menéndez Pidal, filólogo ante todo, el investigador que creó toda una interpretación de la Edad Media, con destacada tendencia a poner en práctica una óptica nacionalista castellana que no oscurece su enorme aportación, pues sin él el camino a recorrer hubiese sido mucho más largo. Su impulso llevó a otros investigadores a participar en el reencuentro con nuestro pasado medieval, ya desde perspectivas más amplias desde el punto de vista histórico, o, al menos, tomando referencias distintas pero de gran peso, como es el caso de Hinojosa y, sobre todo, de Claudio Sánchez Albornoz. La famosa polémica posterior entre éste y Américo Castro, seguidor de Menéndez Pidal, no es otra cosa que el choque entre las conclusiones de un historiador integral y un historiador de la cultura proveniente del campo filológico, y es evidente que no hay combate serio entre quien observa el pasado como un todo interrrelacionado (especialmente con ”el pasado del pasado”) y quien corta, prescindiendo del continuo devenir de la historia humana, y aísla una época como espontánea generadora del futuro. Mucho le costó, sin embargo, a Sánchez Albornoz mantener sus tesis, incluso entre los historiadores, ante la brillantez y el oportunismo ideológico de su objetor, y aún hoy se prefiere una recreación de la Edad Media como encuentro fértil de culturas, génesis de nuestra identidad actual, que por el contrario una etapa no más decisiva que otras anteriores o posteriores, y que, a mayor abundamiento, se canceló con la desaparición física y cultural de dos de sus tres ingredientes (musulmanes y judíos). Cualquier referencia presente a nuestras raíces islámico-hebreas es ridícula y sólo tiene justificación como propaganda de Estado.

    En Valencia el problema es mucho mayor. Ha habido filólogos de uno y otro signo que desde el siglo pasado han dado interpretaciones varias del origen de la lengua, o de las lenguas, y hasta del origen del reino y de la personalidad valenciana; pero no ha habido ni un solo historiador que haya realizado la lenta labor de dar respuestas, documentos en mano, a las cuestiones planteadas. Por ello han sido los filólogos – muchos de ellos, además, aficionados – los que han invadido el campo de Clío y se han autorizado a sí mismos a dictaminar sobre todos estos temas. La bibliografía, en este punto, reúne obras de Sanchis Guarner, Fuster y pocos más, del mismo modo que si a nivel peninsular se aceptara como máximos exponentes de la historia medieval a Lapesa, Alarcos o Carreter.

    Una pura casualidad hizo que, a principios de los años sesenta llegara a Valencia como catedrático de historia medieval el aragonés Antonio Ubieto. Este venía precedido de justa fama tanto por sus investigaciones, extraordinariamente críticas, acerca del pasado de Navarra y Aragón, como por su polémica con Menéndez Pidal sobre la autoría y cronología del Poema de Mío Cid. Era, con Lacarra, el único medievalista conocido a nivel internacional. Y al llegar a Valencia se encuentra con que no hay nada sólido de lo que partir para contribuir al conocimiento de la Edad Media valenciana. Sólo hay dos grupos de publicistas: uno que se apoya en historiadores locales del siglo XVI y XVII (Beuter, Escolano, Viciana) bastante propensos a emular a Herodoto o a Tito Livio en lo menos laudable de éstos; y otro que sigue presupuestos político-filológicos, en la cresta de la ola por su homologación antifranquista.

    Una especie de ”santa indignación” sacudió al tenaz aragonés, que se puso a bucear en archivos y a formar un grupo de investigadores que pudieran acompañarle en la aventura. Así, fue publicando, en su propia y pobre editorial, los resultados de sus pesquisas, con honradez suficiente como para reconocer errores, fruto de la excesiva rapidez que quiso darle a su trabajo. Quienes fueron sus alumnos pronto se contagiaron de sus técnicas de investigación, de su obsesión por la exactitud cronológica y la exégesis rigurosa de cualquier texto; su mismo lenguaje oral tenía la precisión cortante de sus artículos; era, en definitiva, un gran ”desfacedor de entuertos” históricos desde su enfática labor heurística.

    Por desgracia, la síntesis, la claridad de exposición, el lenguaje de la interpretación brillante le estaban vedados. Es muy probable que, de haber tenido las cualidades de un Reglá, cuya habilidad para las visiones de conjunto era pasmosa, su impacto hubiera sido tremendo, pues es lo que le pide el profano al historiador y finalmente hubiera obtenido el reconocimiento general y su labor hubiera fructificado, aunque tenía enfrente a un verdadero ejército dispuesto a luchar a muerte por defender tesis contrarias.

    La obra de la que nos ocupamos ahora, ”Orígenes del reino de Valencia”, adolece por ello de tener una estructura fragmentada, pues se trata de la yuxtaposición de estudios parciales, y a veces es reiterativa, como consecuencia de replanteamientos obligados por los nuevos documentos encontrados. Para un lector medio no es, desde luego, recomendable, pero para un historiador es imprescindible, más que por sus conclusiones por sus enfoques. Después de leerlo no se puede hablar ya en serio de un nacimiento de la personalidad valenciana en el siglo XIII sin lazos con períodos anteriores (como tampoco sucede en ninguna otra parte, salvo en los Estados Unidos), ni se puede afirmar que hay una sustitución demográfica con preeminencia catalana, ni se puede establecer el origen catalán o aragonés de los romances hablados en Valencia.

    No hay mejor prueba de lo antedicho que la forma en que Ubieto y sus colaboradores abordan el análisis del llamado (aunque escrito en latín) ”Llibre del Repartiment”. Frente a la tesis de Bofarull (publicista catalán de mediados del siglo XIX que editó por primera vez el libro), según la cual el registro notarial distingue a una mayoría de inmigrantes catalanes que ocuparon los bienes ofrecidos por el rey y cuyos nombres permanecen sin ninguna marca, de una minoría de inmigrantes de otras procedencias (especialmente aragoneses y navarros) con muchos de sus nombres tachados lo que evidenciaría que no llegaran a tomar posesión de sus tierras o casas en gran parte, Ubieto opina que, por el contrario, son los nombres tachados en aspa los que corresponden a quienes realmente se convirtieron en vecinos de Valencia y recibieron los correspondientes títulos de propiedad después de la conquista y ocupación de la ciudad y territorios dependientes, mientras que el resto quedaría sin confirmar, y entre ellos muchos correspondían a personas registradas mucho antes del asedio y que no tomaron parte en él. Además, Ubieto no se conforma con este argumento, sino que recurre a los libros de avecinamiento para comprobar, a cierta distancia temporal, que existe una estrecha relación entre los nombres tachados (pero legibles) y los habitantes posteriores.

    Esa técnica de comprobación de fuentes, tan habitual hoy en el periodismo de investigación, le lleva a Ubieto a procurar, siempre que le es posible, apoyar sus razones en más de un documento, y aún así, a veces, duda de la contundencia de sus conclusiones y las deja abiertas a posibles reinterpretaciones en función de nuevas fuentes más fiables.

    También aquí es un esforzado perseguidor de mitos. Demuestra lo absurdo de la leyenda sobre la llegada de trescientas mujeres de Lérida, leyenda fabricada por los mismos eruditos que acostumbraban a presentar etimologías pueriles de nombres de ciudades (Leyda: ”Da ley”; Barbastro: ”astro con barba”…); niega el vacío demográfico (sólo aludido por la Crónica de Jaime I, donde se supone un éxodo de 50.000 personas días antes de la toma de la ciudad, cifra a todas luces fabulosa y en discordancia con la población real, inferior, y con los pactos suscritos antes con el rey moro Zayyan); establece en un 5 % la aportación de inmigrantes (con los cuales y con cuya evolución vegetativa no se explica la población de 1340, previa a la Peste Negra); considera como grupo inmigrante mayoritario a los navarros, luego a los aragoneses y, por último, a los catalanes, dando mucha mayor importancia a la inmigración interna del reino, como también sucedió – y nadie lo pone en duda – tras la expulsión de los moriscos en 1609.

    El desinterés catalán por la reconquista de Valencia se evidencia por los resultados de los llamamientos del rey para las sucesivas expediciones, pero tiene una justificación: los catalanes no podían ver a Valencia como una prolongación de su propio territorio porque hasta el siglo XIV las tierras al sur del Ebro (desde Gandesa a Amposta) formaron parte del reino de Aragón, no del condado de Barcelona ni de ningún otro condado catalán. Por otro lado fueron los díscolos nobles aragoneses, tales como Pedro de Azagra o Blasco de Aragón, quienes con sus iniciativas personales comenzaron a señorear parte del territorio valenciano y el rey, inquieto por esta tendencia particularista, asumiría el proyecto muy tardíamente.

    Si hay un argumento generalizado y aceptado sin discusión como lapidario para justificar el dualismo lingüístico de Valencia es el que basa la distribución idiomática en función de la ”nacionalidad” del conquistador: así, donde la reconquista la llevó a cabo un aragonés éste impondría la lengua y el derecho propios, y lo mismo sucedería en el caso de tratarse de un catalán. Pues bien, los datos aportados por los documentos, y hasta la misma Crónica, tan manipulada un siglo después, dan un mapa que, superpuesto al que corresponde a la división lingüística posterior no coincide en absoluto, con casos tan espectaculares como Burriana y Morella, repobladas a fuero de Aragón.

    Tampoco Ubieto asume un argumento contrario a las tesis catalanistas según el cual habría en Valencia una fuerte minoría mozárabe que ya habría diversificado sus variantes romances y que, al permanecer tras la conquista, sería la verdadera causante del mapa lingüístico. El análisis de las fuentes le lleva a afirmar que la minoría había prácticamente desaparecido tras la presencia almorávide y aunque existían lugares de culto cristiano (como la iglesia de San Vicente), no tenían sino un valor a lo sumo testimonial.

    Pero como Ubieto niega la procedencia foránea de los romances valencianos, sólo queda una posibilidad que justifique la persistencia de éstos: que fuesen creados y hablados por la misma población musulmana. Este razonamiento deshace otro tópico muy arraigado, la correspondencia que se suele establecer entre raza, lengua y religión; según esto, la llegada de los musulmanes a Valencia en el siglo VIII significaría también una sustitución étnica y lingüística con gentes de procedencia asiática o africana, como si la conversión cristiana en el siglo III hubiera traído consigo un predominio aplastante de judíos o la desaparición de los habitantes anteriores. Está claro para el autor que hay continuidad étnica en Valencia desde la Prehistoria hasta ahora, que hay la apropiación de una lengua importada cuando por razones de prestigio o de uso parece más útil, y que el casi total trasvase religioso a partir del siglo VIII (de cristianos a muladíes) se debe a razones económicas, y, sobre todo, tributarias. Durante la época musulmana habría un plurilingüismo donde coexistirían el árabe oficial (como en la España cristiana el latín cancilleresco y de la minoría culta), el bereber de los moros y las lenguas romances, que serían incluso las únicas conocidas por gran parte de la población muladí (como se ve en el caso del Libro de los Jueces de Córdoba). Ni los nombres propios ni los topónimos arabizados pueden invalidar esta realidad y con más motivo cuando existen múltiples ejemplos de pervivencia de topónimos premusulmanes (Valencia, Torrente, Morella, Poliñá…) o de nombres propios solo arabizados aparentemente (Lope ben Mardanix: Lope Martínez, el famoso rey Lobo de Valencia y Murcia).

  8. AVLACADEMIA VALENCIANA DE LA LENGUA 

    AVL. Historia de una Traición. El gobierno catalán desveló que Zaplana y Jordi Pujol estaban negociando la creación de la AVL

    Baltasar Bueno(vh).- Los cimientos de para denominar legalmente a la Lengua Valenciana catalán y así poder trabajar con mayor tranquilidad en la labor de suplantación del idioma valenciano por la lengua catalana estaban puestos.

    La sentencia del Tribunal Constitucional, que se cargaba las del TSJC y el TS en el pleito de Alternativa Universitaria contra la Universidad de Valencia, y el acuerdo de la comisión de Educación del Congreso de Diputados en la misma línea, animaron allanaron el camino a Eduardo Zaplana, presidente de la Generalidad Valenciana, a arrodillarse ante Jordi Pujol, presidente de la Generalidad de Cataluña, y cumplir el mandato de José María Aznar de que se hiciera en Valencia, en materia lingüística, lo que exigía Jordi Pujol, si es que quería tener el apoyo en Madrid de CIU para poder gobernar.

    El PP tragó vientos y mareas catalanas con tal de gobernar España y los valencianos fuimos de nuevo moneda de cambio. Pujol impuso a Aznar y éste a Zaplana que eso de la lengua había que arreglarlo ya.

    Así se hizo. A finales del mes de mayo de 1997, una semana después de la manifestación valencianista ante el Tribunal Constitucional, nerviosa la Generalidad de Cataluña por la reacción en contra del pueblo valenciano, destapó las conversaciones secretas que a tres bandas se estaba llevando a cabo entre las dos Generalidades y José María Aznar.

    Xavier Trías, conseller de Presidencia de la Generalidad catalana desveló que el presidente de la Generalidad Valenciana, Eduardo Zaplana (PP), “tenía intención de crear un organismo con autoridad lingüística”, pero éste, según Trías, “debe de crearse de acuerdo con el Institut d´Estudis Catalans, ya que si tenemos una misma lengua lo lógico es buscar procedimientos para aproximar posiciones”.

    Entonces se supo del doble juego que estaba llevando adelante Zaplana, quien lo de la Lengua Valenciana, por ser de Cartagena, nunca lo entendió y mucho menos la estimó, ni la aprendió, ni la habló, ni la utilizó para nada. Su afición y vocación fueron siempre las obras faraónicas.

    Mientras negociaba por bajo mano y en secreto con el gobierno catalán la entrega y rendición de la Lengua Valenciana en manos del Institut d´Estudis Catalans, jugaba a apoyar a Lo Rat Penat, a la que le compró un palacete en la calle Trinquete Caballeros y se lo restauró, con el fin de tenerla controlada políticamente.

    Los sectores valencianistas califican esta actitud de Eduardo Zaplana como una gran traición, la que negó desde el momento en que la hiciera pública Trías, pero que, al final, muchos meses después no tuvo más remedio que reconocerlo.

    Las entidades culturales valencianistas convocaron una concentración en la plaza de toros de Valencia bajo el lema “Si a l´Estatut, si a l´idioma valencià”, pero la idea pronto se convirtió en una manifestación por las calles, idea ésta que extrañamente no defendía el presidente de Lo Rat Penat, Enric Esteve, quien prefería el acto del coso, porque hacer la manifestación era una “barbaridad”.

    La posición de Esteve quedó de sobra explicada por los diversos cargos y posiciones que, con gobiernos PP, ha ostentado, entre ellos, el de jefe de compras de Canal 9 y el de vicepresidente de la Diputación de Valencia, donde sigue teniendo a su cargo las empresas públicas y las mesas de contrataciones y adjudicaciones.

    A pesar de que Enric Esteve se jugó 300 millones de pesetas en la reunión de la coordinadora, de que la manifestación no iba a hacerse, ésta se celebró el 13 de junio de 1977.

    Cuando el PP olió que la manifestación iba a ser un éxito, emitió un comunicado adhiriéndose y apoyando la manifestación y anunciando la presencia de sus dirigentes en la misma, a pesar de sus negociaciones subterráneas con Pujol sobre la futura creación de la AVL.

    En el punto 3 de aquel comunicado, textualmente se leía: “El Partido Popular de la Comunidad Valenciana quiere trasladar un mensaje de tranquilidad a la sociedad valenciana. En tanto el Partido Popular gobierne las instituciones, ni nuestras señas de identidad, ni nuestro ordenamiento jurídico, estarán en juego, siendo tan sólo susceptibles de discusión en el debate político a instancias de fuerzas (PSOE e IU)…”
    El texto, en el que tuvo mucho arte y parte Serafín Castellano, no podía ser más profético, pero en contrario. El PP, a imposición de Jordi Pujol, y con la inestimable ayuda de PSOE e IU montaron la Academia Valenciana de la Lengua, que se está cargando una de nuestras más preciadas señas de identidad, la Lengua Valenciana y suplantándola por la catalana.

  9. Ya que veo que el insulto esta permitido,yo me voy a permitir no hacerlo.Ya que cuando a uno le asiste la razon (como ya les he argumentado y razonado),este tipo de bajezas me pondria a su nivel.Toni Cucarella,antes que la ropa de batalla,le sugiero,pongase la ropa de estudio,y busque la informacion en los libros historicos,que esos para este caso,son los mas imparciales.Un saludo desde el antiguo reino de Valencia.

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