CONVERSACIONES POÉTICAS
(Formentor, mayo de 1959)
A Carlos Barral, amante de la estatua
Predominaba un sentimiento
de general jubilación.
Abrazos,
inesperadas preguntas de amistad
y la salutación
de algún maestro
-borrosamente afín a su retrato
en la Antología de Gerardo Diego-
nos recibieron al entrar.
LLegabamos,
después de un viaje demasiado breve,
de otro mundo quizá no más real
pero sin duda menos pintoresco.
Y algo de nuestro invierno, de sus preocupaciones
y de sus precauciones, seguramente se notaba
en nosotros aun cuando alcanzamos
el fondo de la estancia, donde un hombre muy joven,
de pie, nos esperaba silencioso
junto a los grandes ventanales.
Alguien nos presentó
por nuestros nombres, mientras que dábamos las gracias.
Y enseguida salimos al jardín.
A la orilla del mar,
entre geranios,
en el pequeño pabellón bajo los pinos
las conversaciones empezaban.
Sólo muy vagamente
recuerdo lo que hablamos -la imprecisión de hablar,
la sensación de hablar y oír hablar
es lo que me ha qutdado, sobre todo.
Y las pausas pesadas como presentimientos,
las imágenes sueltas
del mar ensombreciéndose, pintado en la ventana,
y de la agitación silenciosa de los pinos
en el atardecer, captada unos instantes.
Hasta que al fin las luces se encendieron.
De noche, la terraza estaba aún tibia
y era dulce dejarse junto al mar,
con la luna y la música
difuminando los jardines, el Hotel apagado
en donde los famosos ya dormían.
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