22 de desembre de 2011
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FORMENTOR

He recordat la Dea marina i blanca que hi havia davant el Club dels Poetes de Formentor.
He viscut hores tristes i aquest poema de Jaime Gil de Biedma m’ha donat una serenitat plena de consolacions. quants de records! quants d’amics! quanta bellesa!

 CONVERSACIONES POÉTICAS 
(Formentor, mayo de 1959) 
 
A Carlos Barral, amante de la estatua
 
Predominaba un sentimiento 
de general jubilación. 
   Abrazos,
inesperadas preguntas de amistad 
y la salutación 
de algún maestro 
-borrosamente afín a su retrato 
en la Antología de Gerardo Diego- 
nos recibieron al entrar.
 
   LLegabamos, 
después de un viaje demasiado breve, 
de otro mundo quizá no más real 
pero sin duda menos pintoresco. 
 
Y algo de nuestro invierno, de sus preocupaciones 
y de sus precauciones, seguramente se notaba 
en nosotros aun cuando alcanzamos 
el fondo de la estancia, donde un hombre muy joven, 
de pie, nos esperaba silencioso 
junto a los grandes ventanales. 
Alguien nos presentó 
por nuestros nombres, mientras que dábamos las gracias. 
Y enseguida salimos al jardín. 
 
A la orilla del mar, 
entre geranios, 
en el pequeño pabellón bajo los pinos 
las conversaciones empezaban. 
Sólo muy vagamente 
recuerdo lo que hablamos -la imprecisión de hablar, 
la sensación de hablar y oír hablar 
es lo que me ha qutdado, sobre todo. 
Y las pausas pesadas como presentimientos, 
las imágenes sueltas 
del mar ensombreciéndose, pintado en la ventana, 
y de la agitación silenciosa de los pinos 
en el atardecer, captada unos instantes. 
Hasta que al fin las luces se encendieron.
 
De noche, la terraza estaba aún tibia 
y era dulce dejarse junto al mar, 
con la luna y la música 
difuminando los jardines, el Hotel apagado 
en donde los famosos ya dormían. 

Quedábamos los jóvenes. 
    No sé si la bebida
sola nos exaltó, puede que el aire, 
la suavidad de la naturaleza 
que hacía más lejanas nuestras voces, 
menos reales, cuando rompimos a cantar. 
Fue entonces ese instante de la noche 
que se confunde casi con la vida. 
Alguien bajó a besar los labios de la estatua 
blanca, dentro en el mar, mientras que vacilábamos 
contra la madrugada. Y yo pedí, 
grité que por favor que no volviéramos 
nunca, nunca jamás a casa. 
 
Por supuesto, volvimos. 
Es invierno, otra vez, y mis ideas 
sobre cualquier posible paraíso 
me parece que están bastante claras 
mientras escribo este poema 
    pero, 
para qué no admitir que fui feliz, 
que a menudo me acuerdo? 
 
En estas otras noches de noviembre, 
negras de agua, cuando se oyen bocinas 
de barco, entre dos sueños, uno piensa 
en lo que queda de esos días: 
algo de luz y un poco de calor 
intermitente, 
como una brasa de antracita. 

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