Una de les millors coses de la vida. Descobrir un poeta nou i bo. Gràcies a l’amic X. he descobert Gerard Vergés que m’ha acompanyat molt aquests darrers horabaixes hivernencs. I matins: avui he anat cap al bosc de Can Moranta on vaig passejar de petit amb el padrí Biel, i amb el pare Biel vaig tirar vidres acolorits de sulfalt amònic i vaig cercar esclatasangs, i amb el meu germà Bernat vaig parlar hores devora aquella bellíssima caseta de roter feta només de pedres amb una volta primitiva sensacional. Feia un sol que cremava el cul de les llebres. He vist la casa de Can Moranta, que fou del besoncle Pere i de la bestia Aina, i que el meu pare i l’oncle Pere van vendre quan jo era un bergant, i els estrangers que l’han comprada i l’han refeta tenen molt bon gust: han sembrat un caminal de tarongers que avui plens de fruits semblaven de conte de fades i les finestres estan pintades d’un blauet rentat i han sembrat vinya i fassers i han fet una camp de tennis i una establia. No sé per què he pensat amb Il giardino dei Finzi-Contini, devia ser el tennis. I m’he endinsat dins el bosc per essumar aquella olor de romanins, i molses i fosca lluent i verdet esplendorós i arboces i estepes i mates i pinassa i humus i sentir aquell cant del vent entre les capçades dels pins. I he llegit aquest poema de Gerard Vergés en veu alta, entre els refilar dels ocells.
BOSC DE TARDOR
Fa uns instant ha plogut i ara m’endinso,
silenciosament,
pel bosc humit de pins i de ginebres i de marcits verds
autumnals.
Sento un soroll darrera meu. Ets tu?
M’he equivocat , amor.
Eren gotes caient des de les fulles.
[La sombra rojiza de la loba]
[Fragment]
[Fragmento]
Aquel que llaman Rómulo soy yo,
un romano de gesto pensativo,
irónico y cansado juntamente,
de perfil acuñado en las monedas.
Mil años he vivido. Mozart, Mahler
y el silencio del cielo me enamoran.
No os contaré la historia ya sabida
ni hablaré del paisaje donde vivo:
los naranjos en flor, el ancho río,
la tierra roja y dura, más arriba,
con olivos y viña. Y en verano
el cielo como el filo de una espada.
Y muy cerca la mar, que tanto quiero.
Aquí vivo y esto es lo que conozco:
funesta el agua para el trigo en flor,
funesto para el soto el vendaval,
funesta para mí la ira divina.
Dulce, en cambio, a la oveja es el
madroño,
dulce para la siembra el agua mansa
y dulce para mí tu compañía.
De adolescente te encontré: los ojos
como rosas oscuras o jardines
sumidos en penumbra. (Y supe entonces
que era el negro el color de la
belleza).
Nadie sabe las olas que se fueron,
mas el mistral el pelo despeinaba.
Sierpes en los cabellos y en los
senos.
Abren mi herida vidrios afilados
(vidrios punzantes, mas amor me
llama).
Hieren mi alma nombres y silencios,
trozos de arcilla, astillas de madera,
poderosas florestas desoladas.
El oro antiguo era una flor herida
y los bosques que fueron frondas puras
se abaten hoy a tajos y recazos.
(Con nuevas penas forjaré mis versos.
Tanto te habría amado, tanto habría
besado labios y ojos len-ta-men-te.
—Mis ojos negros: no como un
relámpago.
—Los labios dulces: no como una
espada).
Las espadas, tal vez, vendrán más
tarde.
Marchitaban la flor tazas de nieve,
piedras quebraban los espejos de agua,
niebla cubría el rostro de la luna.
Un sinfín de pistolas parabéllum,
un sinfín de tricornios charolados.
Tricornios y caballos, con el alba,
por senderos de sombra y prados
húmedos.
¿Y los colores? Verde, rojo y blanco.
No de la fiera Albión el estandarte.
Pasan caballos, nubes pasarán.
Hay un silencio ingenuo de amapolas
—papáver inocente— y en las plazas
muchachitas en flor de ojos
brillantes,
y de cinturas y de jeans elásticos.
Todo empieza con aire divertido,
todo empieza con aire de esperanza.
Verde como el destral del leñador,
Rojo como sotana de canónigo,
Blanco como la binza de un insecto.
Pero el hombre es más frágil que la
rosa.
Sin embargo —y hay que tenerlo en
cuenta—
a mi vida privada no le influyen
la cópula ancestral de las tortugas
ni las reservas de oro en bancos
suizos.
El menú elijo: setas con ternera;
y un priorato; y zumo de naranja.
—¿Qué más quiere el señor?
—Tranquilidad.
Dulcemente morir, como una acacia
que llega abril y no rebrota.
Quiero…
(Borbollonea la olla en el hogar
igual que en el infierno los pecados).
Infierno de bagasas españolas
que trabajan en barrios miserables
de un Estambul con blenorragia y
sífilis.
Cartas que no escribí. Y aquel soneto
—verde en los verdes de polares
mentas—
donde menta rimaba con tus labios.
—He soñado contigo en esta noche.
(Te he amado tanto, amiga, a todas
horas).
—Nunca puedo dormir de un mismo lado.
(¿Podéis creer en el descanso eterno?)
—Armonizaba ideas y palabras.
(La obra bien hecha es cántaro sin
agua).
—Yo siempre he sido un hombre de
principios.
(Hay cañones nacidos de campanas).
Por encima de todo, el desconsuelo,
inciertos titulares de periódico,
las mejillas de fresas y de leche,
arco de nieve el cuello de los cisnes,
el incendio espiral de las metáforas,
monte de Venus rubio de Afrodita,
un osario de amigos que murieron,
atardeceres de ceniza y sombra,
el rostro de Dios Padre, y las
prisiones,
y la garza y la flor de los naranjos,
y los zapatos limpios del domingo,
y las frágiles conchas submarinas,
y el cuchillo afilado del mistral,
los relojes parados a las once,
las listas de sinónimos y antónimos,
santos de yeso, ojos de porcelana,
y el hilo que nos saca del grotesco
laberinto. Mas yo no soy Teseo.
¡Teseo! ¿Dónde el hilo hemos perdido
para tejer tapices delicados,
versos fulgentes y palabras bellas?
El secreto es la urdimbre, es el
reverso:
mira la cara oculta de la luna
y la letra pequeña del contrato.
[Long Play para un alma triste]
Parlo d’un riu mític i remorós
Hablo de un río mítico y rumoroso
A menudo recuerdo que en mi infancia
hubo un dulce y secreto rumor de agua.
Hablo aquí del verdor de un delta
inmenso;
hablo del vuelo de los ibis (miles
de ibis como copos de nieve pura)
y del bello flamenco sonrosado
(rosa íntimo de un seno adolescente
apenas entrevisto).
Y hablo del azulón rasgando el aire
como piedra lanzada por la honda,
de la anguila sutil cual la serpiente,
la tenca plateada en los estanques.
Y de un largo silencio que anudaba
agua dulce del río y mar amarga.
Hablo de un río familiar que fluye
entre cañaverales;
hablo de la huerta feraz —Virgilio
amigo—, de los naranjos en flor
y la arsafraga tierna,
de la azada y la hoz, del perro en la
era.
Allá a lo lejos por el cielo claro
cruzan las garzas en dorado vuelo.
Hablo de un río antiguo y aún surcado
por los viejos laúdes, legendarios,
los últimos laúdes,
agudos como espadas,
arrumados de vino,
de lana, de cebada:
marineros que cantan en la popa.
Hablo también de atardecidas lentas
tiñendo de oro trémulo
el agua enternecida,
los insectos con luz sobre sus alas,
brillos del sol en los lejanos
puentes.
Dulce rumor del agua en el recuerdo.
Fràgil com un vidre és la memòria
Frágil como el cristal es la memoria
Qué desconsuelo, oh Dios, y qué
congoja
despertarme mañana sin memoria.
Y no reconocerme en el espejo.
Y verme frente a mí como a un extraño,
anegado de dudas y de sombras.
¿Cómo eran los ojos de mi madre?
¿Cómo aquella mujer que me amó tanto?
¿Quiénes son mis amigos? ¿Cuál mi
patria?
Y no recordar nada, no acordarme
del muchacho que fui en tiempos
pasados:
Atardecer con vuelo y con murmullo
de golondrinas que cruzan el dorado
velo crepuscular entre las nubes
y el son de las campanas y del río.
Iba yo al Instituto —matemáticas,
la lectura, dibujo— y me gustaba
una chica de largas trenzas blondas
y ojos color de lluvia. Ya después
—bien me acuerdo— vinieron la Botánica
(flores secas en tristes herbolarios),
la simetría límpida del cuarzo
y el obsesivo hexágono bencénico.
Los amigos hablábamos de versos,
de sexo y de mil cosas discutibles.
Contra el alba (ay, noches de vino y
rosas)
soñábamos con la inmortalidad:
pintar sobre las paredes más blancas
graffitis insolentes, maquinar
artefactos voladores, romper
a martillazos las gemas más puras,
besar los labios fríos de las
estatuas.
(Y me acuerdo muy bien del primer
beso;
fue una noche de músicas remotas
cerca del mar: tibios senos de nata).
Recuerdo tantas cosas. Me doy cuenta
que dentro de mi cuerpo se refugian
más recuerdos que vísceras contiene.
Ahora lo sé: el hombre es su memoria.
Poema que tracta de distintes varietats
d’olors
Poema que versa sobre distintos olores
Gatos surrealistas fornicaban
blancos de luna por las azoteas.
Por la ventana —noches de verano—
entraba la fragancia del jazmín.
Y en las noches de lluvia me llegaba
un aroma de tierra y de simiente.
Yo tenía diez años, y aquel pueblo
era un pueblo río arriba, con huertas,
norias y una calle muy larga, polvo
y moscas rehilando entre las meadas
de perro y el estiércol. (Nada lírico
era en el mes de agosto, al mediodía,
aquel hedor hiriente). Bien distinto
el pequeño comercio de mis tías
—de María y Clotilde— siempre en
sombra,
con fragancia y frescor de mejorana
y albahaca florida en el jardín.
Y recuerdo el aroma del tabaco
dispuesto en los estantes, el olor
de azúcar cande, olor de regaliz,
de pimentón, de moscatel, de cáñamo,
de pliegos de papel donde pintaba
altas torres y pórticos soñados.
(María me entregó un libro de solfa
y Clotilde, soldaditos de plomo
y bolas nacaradas de colores).
Hubo una vez que el río inundó el
pueblo.
Cuando menguó, era todo hediondez
de albañales y escamas de pescado,
de fruta descompuesta y de sentina.
Cálida fue después la primavera,
brotaron los perales y sus flores
eran la espuma blanca del paisaje.
Los pájaros cantaban. Conocí
a Josefina: doce años y rubia.
(La piel le olía sólo a jabón y a
agua).
Havent llegit els
Cants d’amor
del cavaller Ausiàs March
Que’ls amadors han en continu esper.
Después de leer los
Cants d’amor
del caballero Ausiàs March
En esta noche me inundo de tristeza.
Cierro mis ojos tristes y cansados,
halconero del rey, flor de Gandía,
sobre este libro tuyo.
Reverberan los versos,
crecidos y fragantes,
como el rumor del viento
que acaricia las ramas florecidas.
Está lejos Teresa,
y no dices siquiera
ni el nombre ni la hora
ni el goce más secreto.
Han sido tantos los besos soñados
que, mejor que el marido, tú conoces
el ligero temblor
del labio carmesí
y de su pecho blanco.
Mas el tiempo, Ausiàs March, se
desvanece.
Y te queda tan sólo ya el deseo
del verdadero amante
que, contra todo, espera.
Siempre están los amantes en espera sin fin.
Desig i passió de Palmira
Deseo y pasión de Palmira
«De noche piensa en mí, piensa en mi
amor.
Si así no fuera, Dios omnipotente
llene tu corazón
de potros desbocados,
de impacientes hormigas ambos pies,
de sal los ojos y de lumbre el sexo».
(Palmira, sin embargo, lo quería).
A la memòria del trobador Cerverí de
Girona
A la memoria del trovador Cerverí de
Girona
Es mi señor don Jaime
bello como un arcángel.
(Yo, peludo y rechoncho, barrigón,
de color de azafrán y paticorto).
Él ama a Berenguela, que es esbelta
igual que un junco tierno junto al
agua
y son sus pechos dos palomas blancas.
(Yo folgo con criadas y con putas).
Rey de Aragón, señor de Montpellier.
(Yo no tengo camisa ni frazada).
Él amigo de sabios y de nobles.
(Yo de un ebrio al que llaman el
Templario
y que rezuma alcohol por las orejas).
Blande su espada el rey. (¡Poco me
importa!)
Como una daga empuño el serventesio
que hiere el alma de mis enemigos.
Y si una rima fuera menester,
dulce de amor, o acaso acibarada,
también puedo escribirla.
Y yo, el más grande de los trovadores,
proverbios doy al vulgo,
fábulas a los ricos.
Perlas para los cerdos, y a los borricos
rosas.
1639
1639
Los soldados del rey, en Cataluña,
juegan a dados sobre los altares
y beben vino en cálices sagrados.
Felipe IV estupra a una novicia.
Antologia del poetes més estimats
com perfet hom sent tota la sabor.
(era del año la estación florida)
Voici mon coeur qui n’a battu qu’en
vain.
Antología de los poetas más amados
Hablemos, por favor, de poesía.
Dejadme a Carles Riba y Pere Quart,
los tengo en un altar dentro del alma
con un ramo de flores siempre fiel.
Rosas para los clásicos latinos.
Y a Jordi de Sant Jordi. Y a Ausiàs
March,
que conozco mejor que al cuerpo tibio
de una mujer amada largo tiempo
como varón perfecto aprecia su sabor.
Y también al rector de Vallfogona
que
el ánima afligida consolaba
.
Y a Estellés, de Burjasot, un río
de asombro hecho palabra. Y a
Ferrater,
Gabriel llamado y nunca ángel caído.
De poetas más próximos no hablo,
pues son, en general, gente de oficio,
huecos como campanas o sepulcros,
pero propicios al laurel simbólico
compartido en ilustres estofados.
¿Aleixandre, Neruda, Federico?…
Desde niño los leo.
La raíz de mis versos
en sus versos arraiga.
Da vergüenza decirlo, mas es cierto:
cuando leía a Góngora en la escuela
(era del año la estación florida)
ni en los mapas estaba Cataluña.
De Kavafis el griego (¿turco?,
¿inglés?)
recuerdo imágenes brillantes. Habla
(y habla siempre con voz enamorada)
de los ojos, los labios, las mejillas
y del blanco esplendor de un gentil
cuello.
(Kavafis habla de él, yo hablo de
ella).
Vienen a mi memoria desde Italia
Dante y Petrarca (nadie crea que es
un adorno la cita).
Los franceses no me dejaron huella:
sutiles florilegios
de caudalosos versos
monocordes, monorrimos, monótonos.
Tal vez Rimbaud. Y Verlaine: sabor de
absenta,
gesto triste de fauno. Poca cosa.
He aquí mi corazón que latió en vano.
Sí recuerdo, desde mi infancia, un
libro
de Hölderlin, calaveras pintadas
y pálidas doncellas como lunas.
Leí a Rilke. Y al tedioso Goethe.
También —vamos a USA de pasada—
me quedo con Carl Sandburg y Allan
Poe.
(Más que silvestre Whitman es
pedestre).
Y al final, los ingleses. Los dos
nombres
que, sobre los demás, me han
fascinado:
Shakespeare, el mar con tinte de
tinieblas
y el corazón en llamas de la luz.
(Y tanto lo he leído
y de tantas maneras
que, de todos mis libros,
tan sólo los de Shakespeare
están tan deslomados como esclavos).
Otro poeta es Eliot. Ah, qué guasa,
qué delicado y qué discreto encanto
fundir Ovidio, la ópera y los salmos,
pasear —travestido— al buen Tiresias
con sus mamas de vieja por la City,
falsificar las cartas del tarot,
e imaginar que hay ángeles perversos.
En todo lo que leí está mi esencia.
Després de llegir
El Directori
de l’inquisidor Nicolau
Eymeric
Después de leer
El Directorio
del inquisidor Nicolás Eymeric
Morir como una llama, altos y puros.
En nombre de Jesús y de su Madre,
de confesores, mártires y vírgenes.
Por ventanas con vidrios emplomados
cae una luz perversa sobre el ara.
Obispos con su mitra y con su báculo
imparten la justicia
—facundia de latines retorcidos—
en los pálidos púlpitos del viento
prendidos de centellas iracundas.
«De judaísmo son indicios ciertos
el separar la grasa de la carne,
mudarse el sábado, matar el gallo
con cuchillo sin mella y, sobre todo,
vedar en la oración el Gloria Patri.
¿Sabéis que los herejes alumbrados
cierran los ojos al alzar a Dios?
Signos de moro son
no probar vino y cerdo.
Enjuagarse los brazos y la cara
y la boca después de haber comido.
Así pues, en la fe son sospechosos
los quiromantes, los que guardan
libros
que prohibió expresamente el Santo
Oficio,
quienes tratan con armas y caballos
con el fin de llevarlos para Francia».
En procesión solemne por los claustros
van tambores de cobre y cornamusas.
En los damascos, Agnus Dei
blanquísimos.
Crepita el fuego. Humean
los sarmientos aún verdes.
Y tan sólo un deseo:
purificar el mundo.
Mitològica
Mitológica
Empuñando una hoz diestra y certera
el joven Cronos emascula a Urano.
Sobre el Ático mar azul cayeron
unas gotas de sangre, y nació Venus.
Desde el Olimpo, el siempre inagotable
Júpiter lo miraba y sonreía.
—Una doncella más y un varón menos.
Pàndols
Sierra de Pàndols
En la tierra surcada de trincheras,
donde la flor azul
y dulce del espliego
sin tregua convocaba a las abejas:
Allí permanecían
los soldados vencidos.
Poema que vaig començar a escriure llavors del
Vietnam i que acabo el 1984
Poema iniciado cuando Vietnam y que termino en
1984
Mueren sin compasión, sin-com-pa-sión,
hombres a cientos —miles— cada día.
Catulo lo escribió en latín: «Llorad,
hijos de Venus y Cupido». (Él habla
de un pájaro que muere, hay que
aclararlo).
Pero en Vietnam morían, hace poco
(toneladas de bombas a millones)
hombres —no aves— cual teas de napalm.
(Cuenta el
Merck Index
, siempre tan sabiondo:
«no es tóxico el napalm». Ya… pero
abrasa).
Reina la iniquidad. Los elegidos
de los dioses (dejadme que me ría)
escriben versos cultos
—graves endecasílabos sonoros—
y en los parques con robles y glicinas
se besan tiernamente los amantes.
Los conciertos de otoño: Bach,
Beethoven…
Xilografías crípticas de Tàpies.
Sextinas —Joan Brossa— cibernéticas.
Barcelone la nuit. Y Ganduxer.
Moët et Chandon (que no champán de
feria).
Hermosas chicas nórdicas. Políticos.
La catedral (por cierto, un falso
gótico)
con las agujas de oro iluminadas.
Y María del Mar canta a Mallorca.
Filosofía zen. Films de Fellini…
Todo va bien. Lo digo amargamente.
[Lirio entre cardos]
Brucella melitensis
‘
A Luigi da Porto, que, durant les curtes pauses
de la batalla d’Agnadelo, el 1509, escrivia sonets
’
Brucella melitensis
‘
A Luigi da Porto, que, durante las breves
treguas
de la batalla de Agnadello, en 1509, escribía
sonetos
’
La más luciente estrella astro
apagado,
la muralla más alta derribada,
a la gentil marquesa de Morella
se le mustia la rosa de la cara.
La leche de una oveja fue el motivo
del dolor de marquesa tan galana.
Es la Brucella el germen venenoso;
las fiebres que padece son de Malta.
Viendo tan espantosa enfermedad
el obispo en Tortosa ofrece misas
y a Roma va el marqués de peregrino.
Sucedió el año mil. Nunca sabrás
que la culpa no fue luceferina
sino de un queso tierno y exquisito.
Retrat del comte Guillem de Tolosa
‘
A Bernat, pacientíssim escuder,
que —mort el comte— es va pixar sobre la
faç del seu senyor, sense cap respecte
’
Retrato del conde Guillem de Tolosa
‘
A Bernat, pacientísimo escudero,
que —muerto el conde— meó sobre el rostro
de su señor, sin ningún respeto
’
Igual que el rayo o una granizada
fuiste causa de ruinas y de daños;
tú que amabas los labios carmesíes
aún más que a tus halcones y caballos.
Amondongado y con el vientre flojo,
gozabas del derecho de pernada
sobre las hembras de la servidumbre,
caldeando tu cama sin frazada.
Ahora, cerdo prepotente y craso,
con la muerte grabada en el semblante
y el pecho de una flecha traspasado,
con gozo —vil señor— sobre tu cara
relajo los esfínteres y orino:
me meo en ti y disfruto la meada.
Black Panthers
‘
A Angela Davis i als que vindran
’
Black Panthers
‘
A Angela Davis y a los que vendrán
’
Sueña el blanco bastardo, por la
noche,
los senos brunos de una adolescente;
de día, exalta a los atletas, rápidos
y fuertes como el viento, diamantinos.
Negra raza de esclavos, ansia negra
de un linaje que avanza, oscuramente;
hormigas negras, negro pensamiento
destinado al trabajo y al olvido.
Llegará un día —¡claro que vendrá!—
que la espuma, la cal, la sal, la
nieve
serán vencidas por el alquitrán.
Y en la senda vedada a las panteras
—ahora en exclusiva de los blancos—
habrá cráneos blancos, blancos huesos.
Art poètica
‘
A R. M., que m’ha enviat un recull dels seus
versos
’
Arte poética
‘
A R. M., que me ha enviado sus versos
’
Si al escribir, amigo, eres tan vano
que piensas que la rima y la medida
esconden el secreto, cal y espinas
te esperarán en el trovar cerrado.
Palabra oscura y pensamiento vago
tu sepultura cavarán, sin duda.
El verso en sí no es literatura.
La retórica, amigo, es sólo fango.
Sé cierto que más fácil que escribir
es dar consejos. Pese a los poetas
malos, bella es la luz que cruza
abril.
Como Abraham, hay que tener coraje
y matar, sin piedad, a nuestros hijos.
Y salvar, de entre mil, sólo una
imagen.
Còmodament instal·lats en el tòpic
‘
A J. M., abisme d’imbecil·litat
’
Cómodamente instalados en el tópico
‘
A J. M., abismo de imbecilidad
’
A veces, muchas cosas por costumbre
sin dudarlo las damos ya por buenas.
Pero para juzgar hay que hilar fino:
que un sabio es muy distinto de un
fantoche.
Inherente al estiércol, el hedor,
cual la sangre es intrínseca a los
crímenes.
El humo funerario forma hollín
y si hay fuego se sabe por el humo.
Son adagios vulgares. Mas afirman
—y con razón— que el pez muerde el
anzuelo
y que a golpe de remo avanza el barco.
(Damas provectas luchan contra el
hambre
mientras toman el té). Ya nadie teme
que en este mundo cruel lo parta un
rayo.
La glòria literària
‘
A ma fillola Rosa, que m’admira perquè
he publicat tres o quatre llibres
’
GEC
ni a cap manual
La gloria literaria
‘
A mi ahijada Rosa, que me admira porque
he publicado tres o cuatro libros
’
No estoy en la
GEC
ni en ningún manual
de la literatura catalana.
Allí están mosén Cinto (con sotana)
y Ruyra (sinfonía pastoral).
Espriu (patético) y Carner (carnal)
y Maragall (cantor de la sardana).
Difuntos son, la muerte los hermana
en lírico y florido funeral.
Válgame Dios, no envidio la roldana
que envuelve tal prodigio cultural:
un olimpo de olvido y de desgana.
Yo —vivo todavía— el virginal
cuerpo con gusto admiro de Tristana.
Río, feliz, con Güelfa y con Curial.
D’un bestiari medieval
‘
A Joan Perucho, poeta, fabulador,
alquimista, botànic, zoòleg
’
De un bestiario medieval
‘
A Joan Perucho, poeta, fabulador,
alquimista, botánico, zoólogo
’
Existe un animal, de cuerpo enorme,
al que los persas nombran elefante.
Trescientos años vive y solamente
pare una cría y una vez la hembra.
Oportuno, Aristóteles nos cuenta
que con dificultad copula. Trompa
serpentina y mayor que el sexo tiene.
Por eso es casto y muy honesto amante.
Tres son sus enemigos: el dragón,
que gusta de la sangre y su tibieza.
También el gato, de la astucia
símbolo.
Y el unicornio, de afilado husero.
(Hablo de aquel caballo todo albura
y con un cuerno de marfil maligno).
Abundància de sinònims
‘
A Carme, apassionada lectora de diccionaris
’
Abundancia de sinónimos
‘
A Carmen, apasionada lectora de
diccionarios
’
No es distinta mi lengua de otras
hablas,
que es lengua partidaria y muy devota
de bautizar las putas: pecadora,
coima, bagasa, meretriz, putaña.
¿Seguimos? Furcia, hetaira, barragana
(aunque el
DRAE
no la admite). Y la sota
famosísima de oros. Y tusona.
También, en germanía, maturranga.
Iza recordaré. Además: gorrona,
mujer mundana, del partido, zorra,
prostituta, churriana… Y un sin fin.
Con el cerdo es igual. Si es hembra y
mama,
puerquecilla; si ya parida, trasca.
Y el macho es el garrapo o el gorrín.
Peripècies dels amants
‘
A Sir Thomas Wyatt,
que es va enamorar d’Anna Bolena
’
Peripecias de los amantes
‘
A Sir Thomas Wyatt,
que se enamoró de Ana Bolena
’
El rey vigila, observa. Soy cobarde,
tú eres débil. Estamos maniatados.
Nuestras cartas de amor son retenidas:
no llegan nunca o llegan a deshora.
Entre tus dulces ojos y los míos
se interponen malévolas miradas:
encelados los párpados del rey,
ojos de lince, vista de guepardo.
Ana, estamos perdidos, amor mío.
Yo soñaba a tu lado larga vida,
libre de acechos, de temores libre.
Mas nos vigila el rey. ¿Y si te
enviase
un ave mensajera enamorada?
Acechan cazadores, me respondes.
Pòntica
‘
A Ovidi, desterrat a la Mar Negra
’
Póntica
‘
A Ovidio, desterrado en el mar Negro
’
Yo, que me llamo Ovidio, juro, oh
dioses,
que he pagado con creces mi delito.
He llegado a pensar en la cicuta
o el veneno sagrado de un ofidio.
Pero —accidente o trance deseado—
temo el aliento de esa mujerzuela
que llaman Muerte, fétida y oscura,
y a la Vida le ruego que me ampare.
Dulce es la Vida. Y yo que la he
gozado
sin ponerle fronteras nunca al tiempo
afirmo que no hay don como la Vida.
Mas, diez años después de amargo
exilio,
mi corazón, oh César, desespera.
¿Cuándo saldrá de Roma el barco mío?
Penediment d’un vell goliard
‘
A la memòria de misser Hyeronimus de Gant,
lletrat, doner, embriac i tafur
’
Arrepentimiento de un viejo goliardo
‘
A la memoria de Hyeronimus de Gante,
letrado, mujeriego, embriago y tahúr
’
Ya sé, oh Dios, que el llanto
sobreviene
tan sólo cuando sopla la galerna,
cuando vamos de frente hacia el
naufragio
y el navío zozobra sin remedio.
Pantocrátor terrible de Taüll,
milenario terror, hondos aljibes:
a la hora de la muerte envidio a Lulio
y a la estrella feliz de los
Blanquernas.
Dios del Cielo, que escuchas nuestras
súplicas,
que en silencio gobiernas lo infinito
y que perdonas la soberbia humana:
Yo, que dejé mi vida en las tabernas,
que amé pechos de seda, dulces
cuerpos,
¿penaré eternamente en el infierno?
Venus adormida amb un gosset als peus
‘
Al Tiziano, que pintava dees d’un daurat
gloriós
’
Venus dormida con un perrito en los
pies
‘
A Tiziano, que pintaba diosas de un dorado
glorioso
’
Al alba, el rosicler despierta al
gallo
y susurra la sábana en penumbra.
Tú duermes aún. De almoradux los
labios
y el cuerpo de alabastro y de cristal.
Anoche, un estilete, y no de acero,
hirió el nácar oculto entre tus
piernas.
Tu retrato yacente, sin embargo,
dibuja una doncella virginal.
Tú duermes aún, castísima y serena,
con un cíngulo de oro en la cintura
y un perro por cojín bajo tus pies.
Otra vez, esta noche, en luna llena,
te arderá de deseo el corazón
y del jardín en sombra saldrá Zeus.
Bilitis
‘
A Pierre Loüys, imitant un poema seu d’aquest
títol
’
Bilitis
‘
A Pierre Loüys, remedando su poema del mismo
título
’
Túnicas de oro y seda entretejidos
llevan las damas de Arta y de Corfú,
y una muchacha en flor se adorna el
pubis
con pámpanos y el pecho con racimos.
Mas yo, todas las noches, amor mío,
pienso tan sólo en ti, tan sólo en ti.
He aquí mi cuerpo, cálido y desnudo,
sin joyas ni perfumes ni vestidos.
Tómame como soy, tal me engendraron
una noche lejana: luz y amor.
Pon en mi vientre rosas deshojadas.
Pon tu cuerpo también. Dime, ¿te gusta
este temblor undoso en donde yaces?
Soy toda yo un ondeo de pasión.
Juguesca
‘
A Jaume de Cessoles, o Cesulis,
autor d’un
Libre dels escachs
’
Apuesta
‘
A Jaume de Cessoles, o Cesulis,
autor de un
Libro de ajedrez
’
Yo, con un solo alfil, os lo aseguro,
(vuestro candor, señora, no os
reprocho)
voy a retar a muerte y a dar jaque
a la preciosa reina de marfil.
Atendiendo a un propósito seguro
con esmero el ataque he preparado
y tengo la partida ya en el saco.
(Y si yerro, podéis llamarme indigno).
Violante, mi victoria se aproxima
y yo ya siento aquel preciado anhelo
que dulce al corazón hace latir.
Las apuestas se pagan puntualmente:
os he ganado, vamos a la cama.
(¿O es que, tal vez, habéis perdido
adrede?)
Afegiu un la
‘
A Jesús Massip, poeta des de sempre,
amic des de sempre.
’
Añadid un la
‘
A Jesús Massip, poeta desde siempre,
amigo desde siempre
’
Escruta el horizonte, el mar vigi
en silencio Penélope. Está so.
Vine del mar rumor de caraco;
se escurre entre las algas una angui.
Y así, mientras el huso hila que hi,
las discreta Penélope tremo
recordando de Ulises la aureo
que vaga por el mundo: luz que osci.
Aquí la tejedora urde la te,
y allí —piensa Penélope— la ga
de una brisa feliz que infla la ve.
Pero una nave anclada no hace este.
Y Ulises, lejos, en una dulce ca,
besa a Circe y los senos le desve.
[La insoportable levedad del verso]
Fa deu anys, fa deu segles
Hace diez años, hace diez siglos
Hace casi diez años que no escribo
poemas.
Y sin embargo el eje imaginario de la tierra no
ha variado ni un grado en su declive.
Digo, en resumen, que —sin versos— vuelven igual
otoño y primavera,
que en la astral lejanía estallan las
galaxias,
que en el universo hay agujeros
negros,
que de los claros pechos de Afrodita brotó la
Vía Láctea,
que los años luz son inconmensurables,
que los huracanes castigan a los más
pobres,
que los músicos componen óperas,
que en las ciudades se apagan, se encienden los
semáforos,
que hay estrellas imposibles e imposibles
banderas esteladas,
que en los pueblos las campanas tocan a
difunto,
que en ciertos hoteles hay habitaciones
desoladas, de desolado silencio,
que en verano la mar es de un azul
incandescente,
que, sin embargo, no hay en los jardines
centauros ni en las olas sirenas,
que no nos contemplan los ojos de las
estatuas,
que el guepardo persigue al aterrado
antílope,
que el mosto fermenta en el trujal,
que el aceite reposa en la almazara,
que germinan las simientes,
que llueve y hace sol y bailan el perro y el
pastor,
que espejean los ríos en meandros
indolentes,
que en los parques umbrosos se besan las
parejas,
que sigue la carcoma comiéndose la madera de los
ataúdes,
que nadan los peces, y que los buitres
vuelan,
que sale caliente el agua de la ducha,
que hay miradas punzantes como
estiletes,
que los diccionarios son sepulcros de
palabras,
que los poetas inventan signos y nombres
etéreos,
que los tábanos mortifican a los asnos y los
mulos mansos,
que florece en el mes de marzo el
toronjil,
que pasan los años y vamos sumando
dioptrías,
que la divina Leda se apareó con un
cisne,
que en el cine la sangre es de mentira (aunque
no en Euskadi, en Córcega o el Ulster),
que amé profundamente a una muchacha de ojos
negros,
que tal vez algún día llegaremos a
Marte,
que abomino de quienes mandan siempre,
que los sismógrafos detectan
terremotos,
que las veletas señalan el largo camino del
viento,
que los sabios descifraban jeroglíficos
(babilónicos, egipcios, griegos, ibéricos),
que la bolsa bajaba treinta puntos,
que éramos felices, inocentes, blancos, como
lirios,
que cada día comulgábamos con ruedas de
molino,
que leíamos novelas en idiomas cercanos,
comprensibles,
que algunos coleccionaban libros antiguos,
proverbios, mariposas,
que otros cultivaban rosas rojas, de nombres tan
sugerentes como rosa damascena,
que el sol salía para todos
—¡mentira!—,
que el hielo brillaba en las rajuelas y en los
cristales entelados de las ventanas,
que las viejas —como hileras de hormigas— iban
al rosario,
que el vuelo raso de los vencejos anuncia
lluvia,
que los delfines son felices en la
mar,
que relampaguea el relámpago y atruena el
trueno,
que hay quien camina sobre alfombras
persas,
que los cigarros se consumen en los pulmones de
los tísicos,
que arde la Amazonia,
que hay flautas dulces y harmónicas de
cristal,
que en campos de zafiro un toro pace
estrellas,
que me hallé perdido en una selva
oscura,
que canta el mundo la viva fama de
Tirante,
que mujeres morenas pasean por las
calles,
que nadie recuerda ya los poemas más
hermosos,
que no se cae la torre de Pisa,
que vestíamos camisas y corbatas de
seda,
que veraneamos —con los padres— en balnearios
blancos, correctos, impolutos,
que era la muerte, la muerte, tal vez, en
Venecia,
que era la muerte (yo, un muchacho de catorce
años aunque no tan hermoso como Tadzio),
que era la muerte que tanto me
conmueve,
que el divino Wagner, en cambio, no me
inmuta,
que el divino Milton no me inmuta,
que el divino Goethe no me inmuta,
que sí, que me estremecen March y
Shakespeare,
que los pechos de aquellas muchachas —tan
tiernos, tan redondos— olían a ámbar y a cerezas,
que los curas perdonaban los pecados,
que sobre todo confío en Dios
altísimo,
que hemos contado más mentiras que estrellas hay
en el cielo,
que cada vez la noche es más
inhóspita,
que soles y nubes pasan como pájaros (o
únicamente, quizá, como soles, como nubes),
que, con cierto escepticismo, leo las noticias
de los periódicos,
que las abejas liban miel melífica,
que me apena que podamos olvidar a los
clásicos,
que reflejan los espejos cuerpos marchitos,
fantasmas y penumbras,
que las camas han olvidado su pasado de amor y
de lujuria,
que los sueños se evaporan, son oscura
materia,
que la flor de la adelfa es venenosa,
que es muy noble el laurel, de perfumado
aroma,
que nada nace de la nada,
que la luna es pálida antorcha para los
amantes,
que la saliva es lazo que les une,
que, entre el hielo y el pánico, naufragó el
Titánic,
que a menudo naufragan pensamientos,
que naufraga el deseo, que el corazón
naufraga,
que hemos de morir el día menos
pensado,
que de nada nos valdrán los epitafios,
que tal vez soy ridículo cuando quiero ser
épico,
que tal vez soy muy tierno cuando quiero ser
duro,
que es más duro el hueso humano que la madera de
roble,
que ayer el oso pardo campaba por el
Pirineo,
que Os —química básica— es símbolo del
Osmio,
que ?s —circunflejo invertido— es un pueblo de
Rusia,
que, dejando osos y huesos, el crepúsculo es
plácido, una postal turística,
que, de repente, me acuerdo del fulgurante
paisaje de Palmira y de Petra,
que Petra y que Palmira son nombres míticos de
olvidadas ciudades,
que Palmira y que Petra son columnas y pórticos
de templos derruidos,
que Petra y que Palmira son piedras y
palmeras,
que Palmira y que Petra son tan solo el
desierto, último límite del hombre,
que quizá me he hecho viejo y la vida se escapa
(¿merecía la pena?)
sin haber escrito aquellos versos que hubiera
deseado.
Cofre àrab
Cofre árabe
Con dedos delicados que podrían
haber sido los de un hábil artesano,
recorro el marfil entre la madera,
las formas incrustadas de perros y de
halcones,
la alada simetría de las hojas,
los adornos del cofre.
¡Oh, Dios, cuánta belleza perdida para
siempre!
De lo que fue mi Al-Ándalus quedan tan solo un
cofre
y un puñado de monedas de plata delgada,
seguramente bastarda.
Y el recuerdo de Abubéquer, que era muftí y
filósofo
y fue maestro en Damasco y murió en
Alejandría.
En el cementerio de Uala, ante la Puerta Verde,
descansan sus despojos.
Nos dejó escrito un libro:
Lámpara de los Príncipes
.
Abubéquer, llamado también Al-Turtusí, amó
intensamente
este mismo paisaje que yo amo:
el río inmenso y feliz,
la vega baja donde crecen los
granados,
el agua andariega de las norias.
¡El agua, ah el agua en el desierto!
¡Cómo canta el agua, oh Dios, como canta el agua
en los surtidores de mármol!
No hay sonido en el mundo como el del
agua:
canta mejor el agua que el ruiseñor en la
encumbrada noche,
mejor que el viento entre el tul rosa del atarfe
florido,
mejor que los crótalos de las
bailarinas.
Digo bailarinas. Digo
vientres móviles como astros,
y digo nucas dulcísimas,
y digo senos como magnolias,
y digo cinturas frágiles,
y digo labios como pétalos,
y digo mejillas como duraznos,
y digo caderas como ánforas,
y digo pies como cristales,
y pubis como jardines,
y cabelleras como olas.
Y digo también ojos negros, hermanos del agua
oscura,
y digo también ojos claros, hermanos del agua
azul.
(Sonreía Abubéquer).
No os dejéis seducir
por la lírica obscena de las metáforas
fáciles.
La gente prefiere la grasa,
pero los sesos de cabritillo son manjar más
sabroso:
allí habita el instinto y, quizá, el
pensamiento.
La belleza del mundo, oh Dios, es fugitiva y
vana.
Pero vosotros cantáis a los labios,
cuando hay bocas que hieden igual que una
raposa;
cantáis a los bucles que son nido para las
liendres;
y cantáis a los pechos que son bolsas tan
vacías
como el escroto de los eunucos del
gineceo.
(Sonreía Abubéquer).
Dadme pan ácimo,
una mujer fiel —no demasiado joven—,
de vez en cuando un castrón tierno,
vino suave, lecturas del profeta
y el silencio del campo.
(Abubéquer conocía el secreto).
Sólo una vez se enamoró, si creemos sus
versos.
No fue de ningún muchacho moro de blanquísimos
dientes,
de ningún andrógino atezado, de ningún
adolescente de aquellos que amaba
el poeta cordobés llamado Ibn Quzmán.
Abubéquer al-Turtusí, el gran muftí, el
purísimo,
pensando en ella,
manzana en sazón, corazón de miel, limón
dulcísimo,
observa el firmamento y se aventura a
escribir:
«Sin descanso recorro el cielo con mis
ojos
por si acierto a contemplar la estrella que tu
miras».
Venedor ambulant de catifes
Rua José Garcia, n° 3, Parede
.
Vendedor ambulante de alfombras
Acabo de comprar trece alfombras,
¡cuidado! supuestamente de seda,
a Mario Nel,
«Modas&Confeçoes para senhora e homen,
Rua José Garcia, nº 3, Parede».
Nel ha venido a casa.
Confieso que, por unos instantes,
me he creído un sultán
entre tanta alfombra —multicolor, distinta y
geométrica—
tendida, en la terraza, y a mis pies.
Nel me adulaba
con la actitud sumisa del mercader.
«El señor hace un buen negocio» (¡Yo sabía que
no lo hacía!).
«El señor es generoso» (¡Tal vez no
tanto!).
«El señor tiene buen gusto» (¡No en lo que se
refiere a alfombras!).
Y Nel exageraba, con sonrisa servil.
Era como un juego y yo le creía, quería
creerle.
Lo cierto es que he comprado trece alfombras.
¡Es un placer comprar a domicilio!
Abrasa el sol,
ríen mis hijos, ríe Nel, mi esposa
trae una botella y vasos. El vino
es un topacio helado.
¡Lisboa, Nel!
Aquella mañana llovía
sobre Lisboa, Nel. La ciudad era
(¿cómo te lo explicaría, Nel?)
como una ilustre dama decadente y
digna:
todo muy bello y, a la vez, marchito.
No hablo tan sólo por hablar. No quisiera
ofenderte, Nel.
Como tampoco —y es verdad— quiero
ofender
al taxista del Opel destartalado,
rugiendo
por calles con geranios y olor a musgo
húmedo.
Lisboa o los olores.
¡Lisboa, cómo amo el aroma de la mar,
y los interminables crepúsculos de la
mar,
y el verde oscuro, verde de hoja, de la
mar,
y la infinita espuma de la mar,
y el viento sobre las olas de la mar,
y el rumor profundo de la mar!
Orvallaba. Todo un imperio ultramarino
se iba anegando, como el planeta
Venus.
El Atlántico era inhóspito.
¡Qué aventura, Nel, qué aventura
adentrarse en la mar!
(«Tu silencio es un navío
con las velas henchidas por la
brisa»).
Y Nel, el vendedor ambulante,
de piel morena, con chaleco, seguía elogiando
sus alfombras falsas.
Y, en los vasos, el vino era un
topacio.
Quemaba el sol.
Sin embargo en Lisboa —no sé cuántos años hace
ya— aquella mañana llovía.
(«Llueve un oro empañado. No en la calle, sino
en mi corazón»).
Sobre el castillo, los viejos cañones de
bronce
goteaban: gotas
de agua, de pus, de tiempo, de líquenes, de
humus:
podrido orín insigne.
Pero ahora brilla el sol y Nel sonríe.
Ambos hemos hecho un buen negocio.
Nel vende alfombras. Yo, sin él
saberlo,
compro el recuerdo de su país
bellísimo.
Divendres Sant
Viernes Santo
Hoy, viernes santo, conmemoramos,
según la tradición,
la muerte de Cristo.
Estoy en el jardín de mi casa.
Tarde de sol. Oigo lejanos tambores,
solemnes.
A lo lejos, en la ciudad, Cristo pasa por las
calles
y los verdugos, cruelmente, azotan su
espalda.
Mujeres enlutadas.
Las más devotas lucen los pies descalzos, con
cadenas. Salmodias.
Un día como hoy, siendo yo niño,
no podían cantarse canciones —claro está— de
fiesta.
La gente, esa buena gente que fornica todo el
año y que hoy llora
por Cristo crucificado,
subía a la montaña, a recoger tomillo:
la pequeña flor de terrenal perfume.
Cristo era enterrado en su sepulcro, y en el
mundo reinaban las tinieblas.
No debería fumar. No hay periódicos.
Canta una merla en la enramada.
Eliot, aquel poeta inglés que tanto
admiro,
de un miércoles de ceniza escribió un
libro.
Eliot era banquero,
usaba cuello duro y corbata y caminaba con
sombrero negro por la City.
Yo soy del sur de Europa,
de un mundo solar y antiguo,
un mundo pequeño de viñas y oliveras y tierra
roja y áspera.
(Parece, últimamente, que somos menos pobres con
el euro).
Mas vienen a la memoria los pies
descalzos,
pienso en los tobillos blancos de las
beatas,
como rosas pálidas bajo las largas
túnicas,
acompasada nieve entre las sombras.
Pienso en el correr de los años, no, en su
vuelo,
acumulando abrumadores viernes santos sobre los
hombros.
Y el cielo es azul todavía, y las montañas de un
violeta plácido.
Mientras tanto, Cristo reposa
en el helado silencio del sepulcro.
Y esta noche, en TV-2, una banda
argentina
de un tal Reinaldo Ritz, con pinta de
macarra,
tocará música de jazz, digestiva y
amable.
Y Cristo en el sepulcro.
Y yo cargado de pecados.
Y el mundo gira y, cada vez, soy más viejo. ¿No
lloro?
Mas la merla canta.
Y el almendro ha granado y florecido
el naranjo y el manzano. Verdes
trepan los zarcillos y los pámpanos tiernos de
la parra.
Y suenan las trompetas. No las
bíblicas.
Es Dixieland, en TV-2.
Y Cristo en el sepulcro.
¡Eliot!, estamos perdidos. Semanas
santas
con crepones negros en los balcones.
Abstinencias cuaresmales.
Y Dixieland. Y Cristo en el sepulcro.
¿Qué podemos hacer, Eliot, si a ti y a
mi
nos educaron de una manera tan distinta, en el
respeto y el pavor?
La merla canta, canta Dixieland.
¡Eliot! ¡Eliot! Tú y yo aterrados.
Y ríe la gente.
Y Cristo en el sepulcro.
[La sombra rojiza de la loba]
[Fragment]
[Fragmento]
Aquel que llaman Rómulo soy yo,
un romano de gesto pensativo,
irónico y cansado juntamente,
de perfil acuñado en las monedas.
Mil años he vivido. Mozart, Mahler
y el silencio del cielo me enamoran.
No os contaré la historia ya sabida
ni hablaré del paisaje donde vivo:
los naranjos en flor, el ancho río,
la tierra roja y dura, más arriba,
con olivos y viña. Y en verano
el cielo como el filo de una espada.
Y muy cerca la mar, que tanto quiero.
Aquí vivo y esto es lo que conozco:
funesta el agua para el trigo en flor,
funesto para el soto el vendaval,
funesta para mí la ira divina.
Dulce, en cambio, a la oveja es el
madroño,
dulce para la siembra el agua mansa
y dulce para mí tu compañía.
De adolescente te encontré: los ojos
como rosas oscuras o jardines
sumidos en penumbra. (Y supe entonces
que era el negro el color de la
belleza).
Nadie sabe las olas que se fueron,
mas el mistral el pelo despeinaba.
Sierpes en los cabellos y en los
senos.
Abren mi herida vidrios afilados
(vidrios punzantes, mas amor me
llama).
Hieren mi alma nombres y silencios,
trozos de arcilla, astillas de madera,
poderosas florestas desoladas.
El oro antiguo era una flor herida
y los bosques que fueron frondas puras
se abaten hoy a tajos y recazos.
(Con nuevas penas forjaré mis versos.
Tanto te habría amado, tanto habría
besado labios y ojos len-ta-men-te.
—Mis ojos negros: no como un
relámpago.
—Los labios dulces: no como una
espada).
Las espadas, tal vez, vendrán más
tarde.
Marchitaban la flor tazas de nieve,
piedras quebraban los espejos de agua,
niebla cubría el rostro de la luna.
Un sinfín de pistolas parabéllum,
un sinfín de tricornios charolados.
Tricornios y caballos, con el alba,
por senderos de sombra y prados
húmedos.
¿Y los colores? Verde, rojo y blanco.
No de la fiera Albión el estandarte.
Pasan caballos, nubes pasarán.
Hay un silencio ingenuo de amapolas
—papáver inocente— y en las plazas
muchachitas en flor de ojos
brillantes,
y de cinturas y de jeans elásticos.
Todo empieza con aire divertido,
todo empieza con aire de esperanza.
Verde como el destral del leñador,
Rojo como sotana de canónigo,
Blanco como la binza de un insecto.
Pero el hombre es más frágil que la
rosa.
Sin embargo —y hay que tenerlo en
cuenta—
a mi vida privada no le influyen
la cópula ancestral de las tortugas
ni las reservas de oro en bancos
suizos.
El menú elijo: setas con ternera;
y un priorato; y zumo de naranja.
—¿Qué más quiere el señor?
—Tranquilidad.
Dulcemente morir, como una acacia
que llega abril y no rebrota.
Quiero…
(Borbollonea la olla en el hogar
igual que en el infierno los pecados).
Infierno de bagasas españolas
que trabajan en barrios miserables
de un Estambul con blenorragia y
sífilis.
Cartas que no escribí. Y aquel soneto
—verde en los verdes de polares
mentas—
donde menta rimaba con tus labios.
—He soñado contigo en esta noche.
(Te he amado tanto, amiga, a todas
horas).
—Nunca puedo dormir de un mismo lado.
(¿Podéis creer en el descanso eterno?)
—Armonizaba ideas y palabras.
(La obra bien hecha es cántaro sin
agua).
—Yo siempre he sido un hombre de
principios.
(Hay cañones nacidos de campanas).
Por encima de todo, el desconsuelo,
inciertos titulares de periódico,
las mejillas de fresas y de leche,
arco de nieve el cuello de los cisnes,
el incendio espiral de las metáforas,
monte de Venus rubio de Afrodita,
un osario de amigos que murieron,
atardeceres de ceniza y sombra,
el rostro de Dios Padre, y las
prisiones,
y la garza y la flor de los naranjos,
y los zapatos limpios del domingo,
y las frágiles conchas submarinas,
y el cuchillo afilado del mistral,
los relojes parados a las once,
las listas de sinónimos y antónimos,
santos de yeso, ojos de porcelana,
y el hilo que nos saca del grotesco
laberinto. Mas yo no soy Teseo.
¡Teseo! ¿Dónde el hilo hemos perdido
para tejer tapices delicados,
versos fulgentes y palabras bellas?
El secreto es la urdimbre, es el
reverso:
mira la cara oculta de la luna
y la letra pequeña del contrato.
[Long Play para un alma triste]
Parlo d’un riu mític i remorós
Hablo de un río mítico y rumoroso
A menudo recuerdo que en mi infancia
hubo un dulce y secreto rumor de agua.
Hablo aquí del verdor de un delta
inmenso;
hablo del vuelo de los ibis (miles
de ibis como copos de nieve pura)
y del bello flamenco sonrosado
(rosa íntimo de un seno adolescente
apenas entrevisto).
Y hablo del azulón rasgando el aire
como piedra lanzada por la honda,
de la anguila sutil cual la serpiente,
la tenca plateada en los estanques.
Y de un largo silencio que anudaba
agua dulce del río y mar amarga.
Hablo de un río familiar que fluye
entre cañaverales;
hablo de la huerta feraz —Virgilio
amigo—, de los naranjos en flor
y la arsafraga tierna,
de la azada y la hoz, del perro en la
era.
Allá a lo lejos por el cielo claro
cruzan las garzas en dorado vuelo.
Hablo de un río antiguo y aún surcado
por los viejos laúdes, legendarios,
los últimos laúdes,
agudos como espadas,
arrumados de vino,
de lana, de cebada:
marineros que cantan en la popa.
Hablo también de atardecidas lentas
tiñendo de oro trémulo
el agua enternecida,
los insectos con luz sobre sus alas,
brillos del sol en los lejanos
puentes.
Dulce rumor del agua en el recuerdo.
Fràgil com un vidre és la memòria
Frágil como el cristal es la memoria
Qué desconsuelo, oh Dios, y qué
congoja
despertarme mañana sin memoria.
Y no reconocerme en el espejo.
Y verme frente a mí como a un extraño,
anegado de dudas y de sombras.
¿Cómo eran los ojos de mi madre?
¿Cómo aquella mujer que me amó tanto?
¿Quiénes son mis amigos? ¿Cuál mi
patria?
Y no recordar nada, no acordarme
del muchacho que fui en tiempos
pasados:
Atardecer con vuelo y con murmullo
de golondrinas que cruzan el dorado
velo crepuscular entre las nubes
y el son de las campanas y del río.
Iba yo al Instituto —matemáticas,
la lectura, dibujo— y me gustaba
una chica de largas trenzas blondas
y ojos color de lluvia. Ya después
—bien me acuerdo— vinieron la Botánica
(flores secas en tristes herbolarios),
la simetría límpida del cuarzo
y el obsesivo hexágono bencénico.
Los amigos hablábamos de versos,
de sexo y de mil cosas discutibles.
Contra el alba (ay, noches de vino y
rosas)
soñábamos con la inmortalidad:
pintar sobre las paredes más blancas
graffitis insolentes, maquinar
artefactos voladores, romper
a martillazos las gemas más puras,
besar los labios fríos de las
estatuas.
(Y me acuerdo muy bien del primer
beso;
fue una noche de músicas remotas
cerca del mar: tibios senos de nata).
Recuerdo tantas cosas. Me doy cuenta
que dentro de mi cuerpo se refugian
más recuerdos que vísceras contiene.
Ahora lo sé: el hombre es su memoria.
Poema que tracta de distintes varietats
d’olors
Poema que versa sobre distintos olores
Gatos surrealistas fornicaban
blancos de luna por las azoteas.
Por la ventana —noches de verano—
entraba la fragancia del jazmín.
Y en las noches de lluvia me llegaba
un aroma de tierra y de simiente.
Yo tenía diez años, y aquel pueblo
era un pueblo río arriba, con huertas,
norias y una calle muy larga, polvo
y moscas rehilando entre las meadas
de perro y el estiércol. (Nada lírico
era en el mes de agosto, al mediodía,
aquel hedor hiriente). Bien distinto
el pequeño comercio de mis tías
—de María y Clotilde— siempre en
sombra,
con fragancia y frescor de mejorana
y albahaca florida en el jardín.
Y recuerdo el aroma del tabaco
dispuesto en los estantes, el olor
de azúcar cande, olor de regaliz,
de pimentón, de moscatel, de cáñamo,
de pliegos de papel donde pintaba
altas torres y pórticos soñados.
(María me entregó un libro de solfa
y Clotilde, soldaditos de plomo
y bolas nacaradas de colores).
Hubo una vez que el río inundó el
pueblo.
Cuando menguó, era todo hediondez
de albañales y escamas de pescado,
de fruta descompuesta y de sentina.
Cálida fue después la primavera,
brotaron los perales y sus flores
eran la espuma blanca del paisaje.
Los pájaros cantaban. Conocí
a Josefina: doce años y rubia.
(La piel le olía sólo a jabón y a
agua).
Havent llegit els
Cants d’amor
del cavaller Ausiàs March
Que’ls amadors han en continu esper.
Después de leer los
Cants d’amor
del caballero Ausiàs March
En esta noche me inundo de tristeza.
Cierro mis ojos tristes y cansados,
halconero del rey, flor de Gandía,
sobre este libro tuyo.
Reverberan los versos,
crecidos y fragantes,
como el rumor del viento
que acaricia las ramas florecidas.
Está lejos Teresa,
y no dices siquiera
ni el nombre ni la hora
ni el goce más secreto.
Han sido tantos los besos soñados
que, mejor que el marido, tú conoces
el ligero temblor
del labio carmesí
y de su pecho blanco.
Mas el tiempo, Ausiàs March, se
desvanece.
Y te queda tan sólo ya el deseo
del verdadero amante
que, contra todo, espera.
Siempre están los amantes en espera sin fin.
Desig i passió de Palmira
Deseo y pasión de Palmira
«De noche piensa en mí, piensa en mi
amor.
Si así no fuera, Dios omnipotente
llene tu corazón
de potros desbocados,
de impacientes hormigas ambos pies,
de sal los ojos y de lumbre el sexo».
(Palmira, sin embargo, lo quería).
A la memòria del trobador Cerverí de
Girona
A la memoria del trovador Cerverí de
Girona
Es mi señor don Jaime
bello como un arcángel.
(Yo, peludo y rechoncho, barrigón,
de color de azafrán y paticorto).
Él ama a Berenguela, que es esbelta
igual que un junco tierno junto al
agua
y son sus pechos dos palomas blancas.
(Yo folgo con criadas y con putas).
Rey de Aragón, señor de Montpellier.
(Yo no tengo camisa ni frazada).
Él amigo de sabios y de nobles.
(Yo de un ebrio al que llaman el
Templario
y que rezuma alcohol por las orejas).
Blande su espada el rey. (¡Poco me
importa!)
Como una daga empuño el serventesio
que hiere el alma de mis enemigos.
Y si una rima fuera menester,
dulce de amor, o acaso acibarada,
también puedo escribirla.
Y yo, el más grande de los trovadores,
proverbios doy al vulgo,
fábulas a los ricos.
Perlas para los cerdos, y a los borricos
rosas.
1639
1639
Los soldados del rey, en Cataluña,
juegan a dados sobre los altares
y beben vino en cálices sagrados.
Felipe IV estupra a una novicia.
Antologia del poetes més estimats
com perfet hom sent tota la sabor.
(era del año la estación florida)
Voici mon coeur qui n’a battu qu’en
vain.
Antología de los poetas más amados
Hablemos, por favor, de poesía.
Dejadme a Carles Riba y Pere Quart,
los tengo en un altar dentro del alma
con un ramo de flores siempre fiel.
Rosas para los clásicos latinos.
Y a Jordi de Sant Jordi. Y a Ausiàs
March,
que conozco mejor que al cuerpo tibio
de una mujer amada largo tiempo
como varón perfecto aprecia su sabor.
Y también al rector de Vallfogona
que
el ánima afligida consolaba
.
Y a Estellés, de Burjasot, un río
de asombro hecho palabra. Y a
Ferrater,
Gabriel llamado y nunca ángel caído.
De poetas más próximos no hablo,
pues son, en general, gente de oficio,
huecos como campanas o sepulcros,
pero propicios al laurel simbólico
compartido en ilustres estofados.
¿Aleixandre, Neruda, Federico?…
Desde niño los leo.
La raíz de mis versos
en sus versos arraiga.
Da vergüenza decirlo, mas es cierto:
cuando leía a Góngora en la escuela
(era del año la estación florida)
ni en los mapas estaba Cataluña.
De Kavafis el griego (¿turco?,
¿inglés?)
recuerdo imágenes brillantes. Habla
(y habla siempre con voz enamorada)
de los ojos, los labios, las mejillas
y del blanco esplendor de un gentil
cuello.
(Kavafis habla de él, yo hablo de
ella).
Vienen a mi memoria desde Italia
Dante y Petrarca (nadie crea que es
un adorno la cita).
Los franceses no me dejaron huella:
sutiles florilegios
de caudalosos versos
monocordes, monorrimos, monótonos.
Tal vez Rimbaud. Y Verlaine: sabor de
absenta,
gesto triste de fauno. Poca cosa.
He aquí mi corazón que latió en vano.
Sí recuerdo, desde mi infancia, un
libro
de Hölderlin, calaveras pintadas
y pálidas doncellas como lunas.
Leí a Rilke. Y al tedioso Goethe.
También —vamos a USA de pasada—
me quedo con Carl Sandburg y Allan
Poe.
(Más que silvestre Whitman es
pedestre).
Y al final, los ingleses. Los dos
nombres
que, sobre los demás, me han
fascinado:
Shakespeare, el mar con tinte de
tinieblas
y el corazón en llamas de la luz.
(Y tanto lo he leído
y de tantas maneras
que, de todos mis libros,
tan sólo los de Shakespeare
están tan deslomados como esclavos).
Otro poeta es Eliot. Ah, qué guasa,
qué delicado y qué discreto encanto
fundir Ovidio, la ópera y los salmos,
pasear —travestido— al buen Tiresias
con sus mamas de vieja por la City,
falsificar las cartas del tarot,
e imaginar que hay ángeles perversos.
En todo lo que leí está mi esencia.
Després de llegir
El Directori
de l’inquisidor Nicolau
Eymeric
Después de leer
El Directorio
del inquisidor Nicolás Eymeric
Morir como una llama, altos y puros.
En nombre de Jesús y de su Madre,
de confesores, mártires y vírgenes.
Por ventanas con vidrios emplomados
cae una luz perversa sobre el ara.
Obispos con su mitra y con su báculo
imparten la justicia
—facundia de latines retorcidos—
en los pálidos púlpitos del viento
prendidos de centellas iracundas.
«De judaísmo son indicios ciertos
el separar la grasa de la carne,
mudarse el sábado, matar el gallo
con cuchillo sin mella y, sobre todo,
vedar en la oración el Gloria Patri.
¿Sabéis que los herejes alumbrados
cierran los ojos al alzar a Dios?
Signos de moro son
no probar vino y cerdo.
Enjuagarse los brazos y la cara
y la boca después de haber comido.
Así pues, en la fe son sospechosos
los quiromantes, los que guardan
libros
que prohibió expresamente el Santo
Oficio,
quienes tratan con armas y caballos
con el fin de llevarlos para Francia».
En procesión solemne por los claustros
van tambores de cobre y cornamusas.
En los damascos, Agnus Dei
blanquísimos.
Crepita el fuego. Humean
los sarmientos aún verdes.
Y tan sólo un deseo:
purificar el mundo.
Mitològica
Mitológica
Empuñando una hoz diestra y certera
el joven Cronos emascula a Urano.
Sobre el Ático mar azul cayeron
unas gotas de sangre, y nació Venus.
Desde el Olimpo, el siempre inagotable
Júpiter lo miraba y sonreía.
—Una doncella más y un varón menos.
Pàndols
Sierra de Pàndols
En la tierra surcada de trincheras,
donde la flor azul
y dulce del espliego
sin tregua convocaba a las abejas:
Allí permanecían
los soldados vencidos.
Poema que vaig començar a escriure llavors del
Vietnam i que acabo el 1984
Poema iniciado cuando Vietnam y que termino en
1984
Mueren sin compasión, sin-com-pa-sión,
hombres a cientos —miles— cada día.
Catulo lo escribió en latín: «Llorad,
hijos de Venus y Cupido». (Él habla
de un pájaro que muere, hay que
aclararlo).
Pero en Vietnam morían, hace poco
(toneladas de bombas a millones)
hombres —no aves— cual teas de napalm.
(Cuenta el
Merck Index
, siempre tan sabiondo:
«no es tóxico el napalm». Ya… pero
abrasa).
Reina la iniquidad. Los elegidos
de los dioses (dejadme que me ría)
escriben versos cultos
—graves endecasílabos sonoros—
y en los parques con robles y glicinas
se besan tiernamente los amantes.
Los conciertos de otoño: Bach,
Beethoven…
Xilografías crípticas de Tàpies.
Sextinas —Joan Brossa— cibernéticas.
Barcelone la nuit. Y Ganduxer.
Moët et Chandon (que no champán de
feria).
Hermosas chicas nórdicas. Políticos.
La catedral (por cierto, un falso
gótico)
con las agujas de oro iluminadas.
Y María del Mar canta a Mallorca.
Filosofía zen. Films de Fellini…
Todo va bien. Lo digo amargamente.
[Lirio entre cardos]
Brucella melitensis
‘
A Luigi da Porto, que, durant les curtes pauses
de la batalla d’Agnadelo, el 1509, escrivia sonets
’
Brucella melitensis
‘
A Luigi da Porto, que, durante las breves
treguas
de la batalla de Agnadello, en 1509, escribía
sonetos
’
La más luciente estrella astro
apagado,
la muralla más alta derribada,
a la gentil marquesa de Morella
se le mustia la rosa de la cara.
La leche de una oveja fue el motivo
del dolor de marquesa tan galana.
Es la Brucella el germen venenoso;
las fiebres que padece son de Malta.
Viendo tan espantosa enfermedad
el obispo en Tortosa ofrece misas
y a Roma va el marqués de peregrino.
Sucedió el año mil. Nunca sabrás
que la culpa no fue luceferina
sino de un queso tierno y exquisito.
Retrat del comte Guillem de Tolosa
‘
A Bernat, pacientíssim escuder,
que —mort el comte— es va pixar sobre la
faç del seu senyor, sense cap respecte
’
Retrato del conde Guillem de Tolosa
‘
A Bernat, pacientísimo escudero,
que —muerto el conde— meó sobre el rostro
de su señor, sin ningún respeto
’
Igual que el rayo o una granizada
fuiste causa de ruinas y de daños;
tú que amabas los labios carmesíes
aún más que a tus halcones y caballos.
Amondongado y con el vientre flojo,
gozabas del derecho de pernada
sobre las hembras de la servidumbre,
caldeando tu cama sin frazada.
Ahora, cerdo prepotente y craso,
con la muerte grabada en el semblante
y el pecho de una flecha traspasado,
con gozo —vil señor— sobre tu cara
relajo los esfínteres y orino:
me meo en ti y disfruto la meada.
Black Panthers
‘
A Angela Davis i als que vindran
’
Black Panthers
‘
A Angela Davis y a los que vendrán
’
Sueña el blanco bastardo, por la
noche,
los senos brunos de una adolescente;
de día, exalta a los atletas, rápidos
y fuertes como el viento, diamantinos.
Negra raza de esclavos, ansia negra
de un linaje que avanza, oscuramente;
hormigas negras, negro pensamiento
destinado al trabajo y al olvido.
Llegará un día —¡claro que vendrá!—
que la espuma, la cal, la sal, la
nieve
serán vencidas por el alquitrán.
Y en la senda vedada a las panteras
—ahora en exclusiva de los blancos—
habrá cráneos blancos, blancos huesos.
Art poètica
‘
A R. M., que m’ha enviat un recull dels seus
versos
’
Arte poética
‘
A R. M., que me ha enviado sus versos
’
Si al escribir, amigo, eres tan vano
que piensas que la rima y la medida
esconden el secreto, cal y espinas
te esperarán en el trovar cerrado.
Palabra oscura y pensamiento vago
tu sepultura cavarán, sin duda.
El verso en sí no es literatura.
La retórica, amigo, es sólo fango.
Sé cierto que más fácil que escribir
es dar consejos. Pese a los poetas
malos, bella es la luz que cruza
abril.
Como Abraham, hay que tener coraje
y matar, sin piedad, a nuestros hijos.
Y salvar, de entre mil, sólo una
imagen.
Còmodament instal·lats en el tòpic
‘
A J. M., abisme d’imbecil·litat
’
Cómodamente instalados en el tópico
‘
A J. M., abismo de imbecilidad
’
A veces, muchas cosas por costumbre
sin dudarlo las damos ya por buenas.
Pero para juzgar hay que hilar fino:
que un sabio es muy distinto de un
fantoche.
Inherente al estiércol, el hedor,
cual la sangre es intrínseca a los
crímenes.
El humo funerario forma hollín
y si hay fuego se sabe por el humo.
Son adagios vulgares. Mas afirman
—y con razón— que el pez muerde el
anzuelo
y que a golpe de remo avanza el barco.
(Damas provectas luchan contra el
hambre
mientras toman el té). Ya nadie teme
que en este mundo cruel lo parta un
rayo.
La glòria literària
‘
A ma fillola Rosa, que m’admira perquè
he publicat tres o quatre llibres
’
GEC
ni a cap manual
La gloria literaria
‘
A mi ahijada Rosa, que me admira porque
he publicado tres o cuatro libros
’
No estoy en la
GEC
ni en ningún manual
de la literatura catalana.
Allí están mosén Cinto (con sotana)
y Ruyra (sinfonía pastoral).
Espriu (patético) y Carner (carnal)
y Maragall (cantor de la sardana).
Difuntos son, la muerte los hermana
en lírico y florido funeral.
Válgame Dios, no envidio la roldana
que envuelve tal prodigio cultural:
un olimpo de olvido y de desgana.
Yo —vivo todavía— el virginal
cuerpo con gusto admiro de Tristana.
Río, feliz, con Güelfa y con Curial.
D’un bestiari medieval
‘
A Joan Perucho, poeta, fabulador,
alquimista, botànic, zoòleg
’
De un bestiario medieval
‘
A Joan Perucho, poeta, fabulador,
alquimista, botánico, zoólogo
’
Existe un animal, de cuerpo enorme,
al que los persas nombran elefante.
Trescientos años vive y solamente
pare una cría y una vez la hembra.
Oportuno, Aristóteles nos cuenta
que con dificultad copula. Trompa
serpentina y mayor que el sexo tiene.
Por eso es casto y muy honesto amante.
Tres son sus enemigos: el dragón,
que gusta de la sangre y su tibieza.
También el gato, de la astucia
símbolo.
Y el unicornio, de afilado husero.
(Hablo de aquel caballo todo albura
y con un cuerno de marfil maligno).
Abundància de sinònims
‘
A Carme, apassionada lectora de diccionaris
’
Abundancia de sinónimos
‘
A Carmen, apasionada lectora de
diccionarios
’
No es distinta mi lengua de otras
hablas,
que es lengua partidaria y muy devota
de bautizar las putas: pecadora,
coima, bagasa, meretriz, putaña.
¿Seguimos? Furcia, hetaira, barragana
(aunque el
DRAE
no la admite). Y la sota
famosísima de oros. Y tusona.
También, en germanía, maturranga.
Iza recordaré. Además: gorrona,
mujer mundana, del partido, zorra,
prostituta, churriana… Y un sin fin.
Con el cerdo es igual. Si es hembra y
mama,
puerquecilla; si ya parida, trasca.
Y el macho es el garrapo o el gorrín.
Peripècies dels amants
‘
A Sir Thomas Wyatt,
que es va enamorar d’Anna Bolena
’
Peripecias de los amantes
‘
A Sir Thomas Wyatt,
que se enamoró de Ana Bolena
’
El rey vigila, observa. Soy cobarde,
tú eres débil. Estamos maniatados.
Nuestras cartas de amor son retenidas:
no llegan nunca o llegan a deshora.
Entre tus dulces ojos y los míos
se interponen malévolas miradas:
encelados los párpados del rey,
ojos de lince, vista de guepardo.
Ana, estamos perdidos, amor mío.
Yo soñaba a tu lado larga vida,
libre de acechos, de temores libre.
Mas nos vigila el rey. ¿Y si te
enviase
un ave mensajera enamorada?
Acechan cazadores, me respondes.
Pòntica
‘
A Ovidi, desterrat a la Mar Negra
’
Póntica
‘
A Ovidio, desterrado en el mar Negro
’
Yo, que me llamo Ovidio, juro, oh
dioses,
que he pagado con creces mi delito.
He llegado a pensar en la cicuta
o el veneno sagrado de un ofidio.
Pero —accidente o trance deseado—
temo el aliento de esa mujerzuela
que llaman Muerte, fétida y oscura,
y a la Vida le ruego que me ampare.
Dulce es la Vida. Y yo que la he
gozado
sin ponerle fronteras nunca al tiempo
afirmo que no hay don como la Vida.
Mas, diez años después de amargo
exilio,
mi corazón, oh César, desespera.
¿Cuándo saldrá de Roma el barco mío?
Penediment d’un vell goliard
‘
A la memòria de misser Hyeronimus de Gant,
lletrat, doner, embriac i tafur
’
Arrepentimiento de un viejo goliardo
‘
A la memoria de Hyeronimus de Gante,
letrado, mujeriego, embriago y tahúr
’
Ya sé, oh Dios, que el llanto
sobreviene
tan sólo cuando sopla la galerna,
cuando vamos de frente hacia el
naufragio
y el navío zozobra sin remedio.
Pantocrátor terrible de Taüll,
milenario terror, hondos aljibes:
a la hora de la muerte envidio a Lulio
y a la estrella feliz de los
Blanquernas.
Dios del Cielo, que escuchas nuestras
súplicas,
que en silencio gobiernas lo infinito
y que perdonas la soberbia humana:
Yo, que dejé mi vida en las tabernas,
que amé pechos de seda, dulces
cuerpos,
¿penaré eternamente en el infierno?
Venus adormida amb un gosset als peus
‘
Al Tiziano, que pintava dees d’un daurat
gloriós
’
Venus dormida con un perrito en los
pies
‘
A Tiziano, que pintaba diosas de un dorado
glorioso
’
Al alba, el rosicler despierta al
gallo
y susurra la sábana en penumbra.
Tú duermes aún. De almoradux los
labios
y el cuerpo de alabastro y de cristal.
Anoche, un estilete, y no de acero,
hirió el nácar oculto entre tus
piernas.
Tu retrato yacente, sin embargo,
dibuja una doncella virginal.
Tú duermes aún, castísima y serena,
con un cíngulo de oro en la cintura
y un perro por cojín bajo tus pies.
Otra vez, esta noche, en luna llena,
te arderá de deseo el corazón
y del jardín en sombra saldrá Zeus.
Bilitis
‘
A Pierre Loüys, imitant un poema seu d’aquest
títol
’
Bilitis
‘
A Pierre Loüys, remedando su poema del mismo
título
’
Túnicas de oro y seda entretejidos
llevan las damas de Arta y de Corfú,
y una muchacha en flor se adorna el
pubis
con pámpanos y el pecho con racimos.
Mas yo, todas las noches, amor mío,
pienso tan sólo en ti, tan sólo en ti.
He aquí mi cuerpo, cálido y desnudo,
sin joyas ni perfumes ni vestidos.
Tómame como soy, tal me engendraron
una noche lejana: luz y amor.
Pon en mi vientre rosas deshojadas.
Pon tu cuerpo también. Dime, ¿te gusta
este temblor undoso en donde yaces?
Soy toda yo un ondeo de pasión.
Juguesca
‘
A Jaume de Cessoles, o Cesulis,
autor d’un
Libre dels escachs
’
Apuesta
‘
A Jaume de Cessoles, o Cesulis,
autor de un
Libro de ajedrez
’
Yo, con un solo alfil, os lo aseguro,
(vuestro candor, señora, no os
reprocho)
voy a retar a muerte y a dar jaque
a la preciosa reina de marfil.
Atendiendo a un propósito seguro
con esmero el ataque he preparado
y tengo la partida ya en el saco.
(Y si yerro, podéis llamarme indigno).
Violante, mi victoria se aproxima
y yo ya siento aquel preciado anhelo
que dulce al corazón hace latir.
Las apuestas se pagan puntualmente:
os he ganado, vamos a la cama.
(¿O es que, tal vez, habéis perdido
adrede?)
Afegiu un la
‘
A Jesús Massip, poeta des de sempre,
amic des de sempre.
’
Añadid un la
‘
A Jesús Massip, poeta desde siempre,
amigo desde siempre
’
Escruta el horizonte, el mar vigi
en silencio Penélope. Está so.
Vine del mar rumor de caraco;
se escurre entre las algas una angui.
Y así, mientras el huso hila que hi,
las discreta Penélope tremo
recordando de Ulises la aureo
que vaga por el mundo: luz que osci.
Aquí la tejedora urde la te,
y allí —piensa Penélope— la ga
de una brisa feliz que infla la ve.
Pero una nave anclada no hace este.
Y Ulises, lejos, en una dulce ca,
besa a Circe y los senos le desve.
[La insoportable levedad del verso]
Fa deu anys, fa deu segles
Hace diez años, hace diez siglos
Hace casi diez años que no escribo
poemas.
Y sin embargo el eje imaginario de la tierra no
ha variado ni un grado en su declive.
Digo, en resumen, que —sin versos— vuelven igual
otoño y primavera,
que en la astral lejanía estallan las
galaxias,
que en el universo hay agujeros
negros,
que de los claros pechos de Afrodita brotó la
Vía Láctea,
que los años luz son inconmensurables,
que los huracanes castigan a los más
pobres,
que los músicos componen óperas,
que en las ciudades se apagan, se encienden los
semáforos,
que hay estrellas imposibles e imposibles
banderas esteladas,
que en los pueblos las campanas tocan a
difunto,
que en ciertos hoteles hay habitaciones
desoladas, de desolado silencio,
que en verano la mar es de un azul
incandescente,
que, sin embargo, no hay en los jardines
centauros ni en las olas sirenas,
que no nos contemplan los ojos de las
estatuas,
que el guepardo persigue al aterrado
antílope,
que el mosto fermenta en el trujal,
que el aceite reposa en la almazara,
que germinan las simientes,
que llueve y hace sol y bailan el perro y el
pastor,
que espejean los ríos en meandros
indolentes,
que en los parques umbrosos se besan las
parejas,
que sigue la carcoma comiéndose la madera de los
ataúdes,
que nadan los peces, y que los buitres
vuelan,
que sale caliente el agua de la ducha,
que hay miradas punzantes como
estiletes,
que los diccionarios son sepulcros de
palabras,
que los poetas inventan signos y nombres
etéreos,
que los tábanos mortifican a los asnos y los
mulos mansos,
que florece en el mes de marzo el
toronjil,
que pasan los años y vamos sumando
dioptrías,
que la divina Leda se apareó con un
cisne,
que en el cine la sangre es de mentira (aunque
no en Euskadi, en Córcega o el Ulster),
que amé profundamente a una muchacha de ojos
negros,
que tal vez algún día llegaremos a
Marte,
que abomino de quienes mandan siempre,
que los sismógrafos detectan
terremotos,
que las veletas señalan el largo camino del
viento,
que los sabios descifraban jeroglíficos
(babilónicos, egipcios, griegos, ibéricos),
que la bolsa bajaba treinta puntos,
que éramos felices, inocentes, blancos, como
lirios,
que cada día comulgábamos con ruedas de
molino,
que leíamos novelas en idiomas cercanos,
comprensibles,
que algunos coleccionaban libros antiguos,
proverbios, mariposas,
que otros cultivaban rosas rojas, de nombres tan
sugerentes como rosa damascena,
que el sol salía para todos
—¡mentira!—,
que el hielo brillaba en las rajuelas y en los
cristales entelados de las ventanas,
que las viejas —como hileras de hormigas— iban
al rosario,
que el vuelo raso de los vencejos anuncia
lluvia,
que los delfines son felices en la
mar,
que relampaguea el relámpago y atruena el
trueno,
que hay quien camina sobre alfombras
persas,
que los cigarros se consumen en los pulmones de
los tísicos,
que arde la Amazonia,
que hay flautas dulces y harmónicas de
cristal,
que en campos de zafiro un toro pace
estrellas,
que me hallé perdido en una selva
oscura,
que canta el mundo la viva fama de
Tirante,
que mujeres morenas pasean por las
calles,
que nadie recuerda ya los poemas más
hermosos,
que no se cae la torre de Pisa,
que vestíamos camisas y corbatas de
seda,
que veraneamos —con los padres— en balnearios
blancos, correctos, impolutos,
que era la muerte, la muerte, tal vez, en
Venecia,
que era la muerte (yo, un muchacho de catorce
años aunque no tan hermoso como Tadzio),
que era la muerte que tanto me
conmueve,
que el divino Wagner, en cambio, no me
inmuta,
que el divino Milton no me inmuta,
que el divino Goethe no me inmuta,
que sí, que me estremecen March y
Shakespeare,
que los pechos de aquellas muchachas —tan
tiernos, tan redondos— olían a ámbar y a cerezas,
que los curas perdonaban los pecados,
que sobre todo confío en Dios
altísimo,
que hemos contado más mentiras que estrellas hay
en el cielo,
que cada vez la noche es más
inhóspita,
que soles y nubes pasan como pájaros (o
únicamente, quizá, como soles, como nubes),
que, con cierto escepticismo, leo las noticias
de los periódicos,
que las abejas liban miel melífica,
que me apena que podamos olvidar a los
clásicos,
que reflejan los espejos cuerpos marchitos,
fantasmas y penumbras,
que las camas han olvidado su pasado de amor y
de lujuria,
que los sueños se evaporan, son oscura
materia,
que la flor de la adelfa es venenosa,
que es muy noble el laurel, de perfumado
aroma,
que nada nace de la nada,
que la luna es pálida antorcha para los
amantes,
que la saliva es lazo que les une,
que, entre el hielo y el pánico, naufragó el
Titánic,
que a menudo naufragan pensamientos,
que naufraga el deseo, que el corazón
naufraga,
que hemos de morir el día menos
pensado,
que de nada nos valdrán los epitafios,
que tal vez soy ridículo cuando quiero ser
épico,
que tal vez soy muy tierno cuando quiero ser
duro,
que es más duro el hueso humano que la madera de
roble,
que ayer el oso pardo campaba por el
Pirineo,
que Os —química básica— es símbolo del
Osmio,
que ?s —circunflejo invertido— es un pueblo de
Rusia,
que, dejando osos y huesos, el crepúsculo es
plácido, una postal turística,
que, de repente, me acuerdo del fulgurante
paisaje de Palmira y de Petra,
que Petra y que Palmira son nombres míticos de
olvidadas ciudades,
que Palmira y que Petra son columnas y pórticos
de templos derruidos,
que Petra y que Palmira son piedras y
palmeras,
que Palmira y que Petra son tan solo el
desierto, último límite del hombre,
que quizá me he hecho viejo y la vida se escapa
(¿merecía la pena?)
sin haber escrito aquellos versos que hubiera
deseado.
Cofre àrab
Cofre árabe
Con dedos delicados que podrían
haber sido los de un hábil artesano,
recorro el marfil entre la madera,
las formas incrustadas de perros y de
halcones,
la alada simetría de las hojas,
los adornos del cofre.
¡Oh, Dios, cuánta belleza perdida para
siempre!
De lo que fue mi Al-Ándalus quedan tan solo un
cofre
y un puñado de monedas de plata delgada,
seguramente bastarda.
Y el recuerdo de Abubéquer, que era muftí y
filósofo
y fue maestro en Damasco y murió en
Alejandría.
En el cementerio de Uala, ante la Puerta Verde,
descansan sus despojos.
Nos dejó escrito un libro:
Lámpara de los Príncipes
.
Abubéquer, llamado también Al-Turtusí, amó
intensamente
este mismo paisaje que yo amo:
el río inmenso y feliz,
la vega baja donde crecen los
granados,
el agua andariega de las norias.
¡El agua, ah el agua en el desierto!
¡Cómo canta el agua, oh Dios, como canta el agua
en los surtidores de mármol!
No hay sonido en el mundo como el del
agua:
canta mejor el agua que el ruiseñor en la
encumbrada noche,
mejor que el viento entre el tul rosa del atarfe
florido,
mejor que los crótalos de las
bailarinas.
Digo bailarinas. Digo
vientres móviles como astros,
y digo nucas dulcísimas,
y digo senos como magnolias,
y digo cinturas frágiles,
y digo labios como pétalos,
y digo mejillas como duraznos,
y digo caderas como ánforas,
y digo pies como cristales,
y pubis como jardines,
y cabelleras como olas.
Y digo también ojos negros, hermanos del agua
oscura,
y digo también ojos claros, hermanos del agua
azul.
(Sonreía Abubéquer).
No os dejéis seducir
por la lírica obscena de las metáforas
fáciles.
La gente prefiere la grasa,
pero los sesos de cabritillo son manjar más
sabroso:
allí habita el instinto y, quizá, el
pensamiento.
La belleza del mundo, oh Dios, es fugitiva y
vana.
Pero vosotros cantáis a los labios,
cuando hay bocas que hieden igual que una
raposa;
cantáis a los bucles que son nido para las
liendres;
y cantáis a los pechos que son bolsas tan
vacías
como el escroto de los eunucos del
gineceo.
(Sonreía Abubéquer).
Dadme pan ácimo,
una mujer fiel —no demasiado joven—,
de vez en cuando un castrón tierno,
vino suave, lecturas del profeta
y el silencio del campo.
(Abubéquer conocía el secreto).
Sólo una vez se enamoró, si creemos sus
versos.
No fue de ningún muchacho moro de blanquísimos
dientes,
de ningún andrógino atezado, de ningún
adolescente de aquellos que amaba
el poeta cordobés llamado Ibn Quzmán.
Abubéquer al-Turtusí, el gran muftí, el
purísimo,
pensando en ella,
manzana en sazón, corazón de miel, limón
dulcísimo,
observa el firmamento y se aventura a
escribir:
«Sin descanso recorro el cielo con mis
ojos
por si acierto a contemplar la estrella que tu
miras».
Venedor ambulant de catifes
Rua José Garcia, n° 3, Parede
.
Vendedor ambulante de alfombras
Acabo de comprar trece alfombras,
¡cuidado! supuestamente de seda,
a Mario Nel,
«Modas&Confeçoes para senhora e homen,
Rua José Garcia, nº 3, Parede».
Nel ha venido a casa.
Confieso que, por unos instantes,
me he creído un sultán
entre tanta alfombra —multicolor, distinta y
geométrica—
tendida, en la terraza, y a mis pies.
Nel me adulaba
con la actitud sumisa del mercader.
«El señor hace un buen negocio» (¡Yo sabía que
no lo hacía!).
«El señor es generoso» (¡Tal vez no
tanto!).
«El señor tiene buen gusto» (¡No en lo que se
refiere a alfombras!).
Y Nel exageraba, con sonrisa servil.
Era como un juego y yo le creía, quería
creerle.
Lo cierto es que he comprado trece alfombras.
¡Es un placer comprar a domicilio!
Abrasa el sol,
ríen mis hijos, ríe Nel, mi esposa
trae una botella y vasos. El vino
es un topacio helado.
¡Lisboa, Nel!
Aquella mañana llovía
sobre Lisboa, Nel. La ciudad era
(¿cómo te lo explicaría, Nel?)
como una ilustre dama decadente y
digna:
todo muy bello y, a la vez, marchito.
No hablo tan sólo por hablar. No quisiera
ofenderte, Nel.
Como tampoco —y es verdad— quiero
ofender
al taxista del Opel destartalado,
rugiendo
por calles con geranios y olor a musgo
húmedo.
Lisboa o los olores.
¡Lisboa, cómo amo el aroma de la mar,
y los interminables crepúsculos de la
mar,
y el verde oscuro, verde de hoja, de la
mar,
y la infinita espuma de la mar,
y el viento sobre las olas de la mar,
y el rumor profundo de la mar!
Orvallaba. Todo un imperio ultramarino
se iba anegando, como el planeta
Venus.
El Atlántico era inhóspito.
¡Qué aventura, Nel, qué aventura
adentrarse en la mar!
(«Tu silencio es un navío
con las velas henchidas por la
brisa»).
Y Nel, el vendedor ambulante,
de piel morena, con chaleco, seguía elogiando
sus alfombras falsas.
Y, en los vasos, el vino era un
topacio.
Quemaba el sol.
Sin embargo en Lisboa —no sé cuántos años hace
ya— aquella mañana llovía.
(«Llueve un oro empañado. No en la calle, sino
en mi corazón»).
Sobre el castillo, los viejos cañones de
bronce
goteaban: gotas
de agua, de pus, de tiempo, de líquenes, de
humus:
podrido orín insigne.
Pero ahora brilla el sol y Nel sonríe.
Ambos hemos hecho un buen negocio.
Nel vende alfombras. Yo, sin él
saberlo,
compro el recuerdo de su país
bellísimo.
Divendres Sant
Viernes Santo
Hoy, viernes santo, conmemoramos,
según la tradición,
la muerte de Cristo.
Estoy en el jardín de mi casa.
Tarde de sol. Oigo lejanos tambores,
solemnes.
A lo lejos, en la ciudad, Cristo pasa por las
calles
y los verdugos, cruelmente, azotan su
espalda.
Mujeres enlutadas.
Las más devotas lucen los pies descalzos, con
cadenas. Salmodias.
Un día como hoy, siendo yo niño,
no podían cantarse canciones —claro está— de
fiesta.
La gente, esa buena gente que fornica todo el
año y que hoy llora
por Cristo crucificado,
subía a la montaña, a recoger tomillo:
la pequeña flor de terrenal perfume.
Cristo era enterrado en su sepulcro, y en el
mundo reinaban las tinieblas.
No debería fumar. No hay periódicos.
Canta una merla en la enramada.
Eliot, aquel poeta inglés que tanto
admiro,
de un miércoles de ceniza escribió un
libro.
Eliot era banquero,
usaba cuello duro y corbata y caminaba con
sombrero negro por la City.
Yo soy del sur de Europa,
de un mundo solar y antiguo,
un mundo pequeño de viñas y oliveras y tierra
roja y áspera.
(Parece, últimamente, que somos menos pobres con
el euro).
Mas vienen a la memoria los pies
descalzos,
pienso en los tobillos blancos de las
beatas,
como rosas pálidas bajo las largas
túnicas,
acompasada nieve entre las sombras.
Pienso en el correr de los años, no, en su
vuelo,
acumulando abrumadores viernes santos sobre los
hombros.
Y el cielo es azul todavía, y las montañas de un
violeta plácido.
Mientras tanto, Cristo reposa
en el helado silencio del sepulcro.
Y esta noche, en TV-2, una banda
argentina
de un tal Reinaldo Ritz, con pinta de
macarra,
tocará música de jazz, digestiva y
amable.
Y Cristo en el sepulcro.
Y yo cargado de pecados.
Y el mundo gira y, cada vez, soy más viejo. ¿No
lloro?
Mas la merla canta.
Y el almendro ha granado y florecido
el naranjo y el manzano. Verdes
trepan los zarcillos y los pámpanos tiernos de
la parra.
Y suenan las trompetas. No las
bíblicas.
Es Dixieland, en TV-2.
Y Cristo en el sepulcro.
¡Eliot!, estamos perdidos. Semanas
santas
con crepones negros en los balcones.
Abstinencias cuaresmales.
Y Dixieland. Y Cristo en el sepulcro.
¿Qué podemos hacer, Eliot, si a ti y a
mi
nos educaron de una manera tan distinta, en el
respeto y el pavor?
La merla canta, canta Dixieland.
¡Eliot! ¡Eliot! Tú y yo aterrados.
Y ríe la gente.
Y Cristo en el sepulcro.
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No n’hi ha diamants sense pedres.