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El bloc personal de José Manuel Almerich

27 d'agost de 2009
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RUMBO 93

Recostado en la popa, al lado de estribor, cierro los ojos para sentir con mayor intensidad el sosiego tan sólo roto por los golpes de la driza contra el mastil. Un sonido insistente pero confortador, sugerente y evocador de sueños y aventuras, el preludio de un viaje que se adentra en una inmensa y azulada oscuridad.

Una travesía en barco por Ibiza y Formentera 

Son las doce de la noche y ha llegado el momento de zarpar. La luna nos espera impaciente. Seguiremos su estela reflejada en la superficie donde infinidad de luces  sobre el agua guiarán nuestra derrota hacia las islas.

Desde el puerto de Denia orientamos la proa a rumbo 93. Todo está en calma y una leve brisa sopla de levante. En cuanto salgamos a mar abierto habrá que avizorar con atención durante la guardia. El piloto automático mantendrá el rumbo sin desviarse pero incluso con buena visibilidad, se observa a lo lejos mucho tráfico marítimo.

Recostado en la popa, al lado de estribor, cierro los ojos para sentir con mayor intensidad el sosiego tan sólo roto por los golpes de la driza contra el mastil. Un sonido insistente pero confortador, sugerente y evocador de sueños y aventuras, el preludio de un viaje que se adentra en la azulada oscuridad. La paz es infinita. Parece que nos hayan puesto, sólo para nosotros, un pasillo iluminado de antorchas sobre la erizada y vidriada superficie del mar. El barco navega lento, sin viento, con un motor que late como un corazon seducido. No hay prisa, a una velocidad constante de ocho nudos, alcanzaremos Formentera antes del medio día, cuando el sol esté en el cenit y el calor invite a un baño en las cristalinas aguas de Ses Illetes.

Bona travesía
-alcanzamos a oir todavía en la radio momentos después de haber comunicado a la Comandancia de Puerto nuestra partida-

Hace días que tienen todos los datos. El patrón se ha preocupado de informar con antelación; la derrota, los fondeos, la duración prevista y los nombres de la tripulación. Siete en total, no está mal para un Sun Odyssey 42 de 13m de eslora y 4 de manga, botado hace apenas un año. Un velero de altura, de carena potente y elegante silueta, estable y vivo, que será a partir de ahora, nuestro único hogar.

Poco a poco van quedando atrás, como enzarzados al final de la estela, los cabos de la Nao y San Antonio. El Montgó se esconde tras las nubes todavía visibles con la luna. Apenas se distingue el contorno del coloso, el monte Kaon de los árabes, punto de referencia para navegantes desde hace más de cinco siglos. La guardia se prevee tranquila. Para avanzar por los costados y las amuras, de babor o estribor, siempre hay que llevar el arnés sujeto a la linea de vida. Una caída podría ser fatal, ya que nadie de la tripulación detectaría nuestra falta hasta pasado mucho tiempo. De repente un objeto extraño se observa sobre el agua y alguien da la voz de alarma. Parece desde lejos una silueta humana con los brazos extendidos y abiertos hacia el cielo. A medida que se acerca al barco, viramos por proa. Se trata de un enorme sofá de teka y mimbre que flota a la deriva. Cientos de objetos de todo tipo deambulan por el mar. Se calcula que mas de tres mil contenedores, caídos de los barcos mercantes, flotan por todo el mundo. A veces transcurren más de dos semanas hasta que se hunden, pero mientras tanto son icebergs de metal en busca del Titanic. Cabos, aparejos, palangres, plásticos, boyas, y vigas de madera son también un peligro para navegantes y un grave problema en nuestros mares. Solo en las costas gallegas los contenedores a la deriva se cuentan por centenares. Quizás el Mediterráneo no sea tan grande como imaginamos y todo lo que se lanza o cae al mar, éste lo remite de nuevo al hombre de una manera u otra. Pensando en este y otros temas, consigo dormirme unas horas. En estos viajes, parece que el sueño no forme parte de nuestra vida. El día para  navegar, y la noche para vigilar.

El sol emerge con fuerza. Frente a nosotros aparece la isla de Formentera. Si existe el paraíso, hemos dado con él. Ses Illetes es uno de los lugares más extraordinarios del Mediterráneo y las aguas son tan cristalinas que parecen recién surgidas de un manantial, rozando la playa de arena blanca, inmaculada, como si se acabase de crear. Navegamos hacia S’Espalmador con viento de popa y decidimos desplegar el gennaker. Por unos instantes el barco parece volar sobre las olas. Es agradable sentir esta sensación después de una noche de calma, con tan sólo el ruido del motor y el agobiante calor del camarote. Es como resucitar de un averno que se tambalea para volver por un momento a la efímera satisfacción de la vida disfrazada de mar. En la isla de Espalmador pasaremos la noche. Tras desembarcar en la playa, cruzamos a pie la ondulada alfombra que forman las sabinas aferradas a las dunas para alcanzar l’Estanyol, donde sus barros tienen la virtud de “matar las sanguijuelas agarradas a la garganta”, como llegó afirmar el escritor árabe Ibn al-Baytar.  Las propiedades del fango eran ya conocidas por los médicos egipcios, que los utilizaban para cicatrizar, desinfectar y calmar las dolencias producidas por picaduras y la mala circulación. Por su capacidad de absorción, el barro atrae también las toxinas acumuladas debajo de la piel. Como verdaderos marranos nos revolcamos en el barro. Nos sumergimos en esa pasta oscura, maloliente, caldosa y sucia con fuerte hedor a sulfuro. Tardas en acostumbrarte a la hediondez que desprenden los fangos, dejas que se sequen, y convertido en piedra, te arrastras como puedes hasta la orilla de la playa. Como un superviviente de Pompeya tras las cenizas del Vesubio, recuperas la normalidad y una vez limpio, sientes que estrenas una nueva piel.

Esta noche no hará falta hacer guardia aunque Mar, enamorada de los barcos y su propio nombre, se quedará unas horas voluntaria. Marivi la acompañará y hasta bien entrada la madrugada, se las oirá reir. Sujetos a una boya por dos cabos, no hay peligro de que el ancla se suelte o que un golpe de mar pueda llevar a la embarcación a la deriva. Para los vagabundos del viento estas calas son su hogar. Si repentinamente cambiase el viento, cambiaremos también la ubicación de nuestra casa. Por el oeste, luces rojas rasgadas comienzan a aparecer recortando el firmamento y las tonalidades cambian de intensidad por momentos. La ensenada de Tramontana está en quietud absoluta. Apenas sopla una ligera brisa del noroeste pero el lugar ofrece toda la seguridad necesaria para fondear. Señalizamos nuestra posición con una luz blanca en lo alto del mástil. Sumisa, rivaliza con las estrellas mientras el barco bornea buscando enfilar la proa al viento. Hoy podremos por fin, descansar.

A la mañana siguiente, tras hacer aguada en el puerto de Sa Savina, navegaremos bordeando la costa occidental de Formentera. La tercera noche la pasamos en Es Caló, después de timonear todo el día a lo largo de la platga del Migjorn, entre el Cap de Barbària y la Punta Rotja des Far. Cenamos en tierra. Un pequeño restaurante sin pretensiones se convierte en nuestro refugio. Desde allí divisamos el velero meciéndose lentamente mientras bornea con la cadena del ancla. Allí se han quedado Javier y Pilar, condición imprescindible es no dejar nunca el barco sólo, ya que la cala más plácida e inofensiva puede convertirse en un infierno en cuestión de minutos. Por sorteo haremos la guardia cual imaginaria en la vieja mili. A mi hora, somnoliento, subo a la bañera y me envuelvo con la manta. Hace frío. El barco ha rolado bastante, hasta 160 grados. Con la incipiente claridad, escribo las primeras letras de esta crónica. El momento culminante durará unos minutos. Sin sol ni luna, la luz es tan neutra que todo tiene el mismo aspecto plomizo, como un gris lechoso flotando en el vacío. Hasta el mar se esconde tras el velo del instante, y agua y cielo se confunden. El barco apenas se mueve y ya no siento en mis entrañas los crueles síntomas del mareo. Surgen las palabras cuando surgen los momentos. Éste, seguro que se quedará grabado en el disco duro para siempre. Y aparecerá, como un cortometraje, en el instante definitivo de mi vida.

Zarpamos temprano con rumbo a San Antonio. La illa dels Penjats, donde fueron ahorcados decenas de prisioneros durante la guerra de las Germanías, se encuentra a medio camino entre Ibiza y Formentera. Els Freus  son reserva natural, aunque todas las Pitiusas podrían serlo perfectamente. Les Illes Negres, Espalder y Espalmador forman el archipiélago que, como un rosario de islotes, se unen a la punta de la Rama muy cerca de Cap des Falcó. Las rocas velan entre las dos orillas y un grupo de delfines mulares nos acompañan durante un buen trecho mientras nuestro barco danza con con las olas. La mayor se abre y la génova se despliega. El delfin mular es mas grande y mas oscuro que el delfín habitual que conocemos por sus juegos. Aún así, nuestros compañeros se divierten con el barco, brincando y haciendo ostentación de su perfecta adaptación.

En la cala de Porroig decidimos fondear y bucear un rato. Cuando te adentras en la transparencia de sus aguas te das cuenta de la pobreza biológica del Mediterráneo. El agua es tan limpia porque el placton escasea, y el placton es precisamente la base de todas las esepecies. Sin embargo, las praderas de posidonia, la presencia de sargos reales, meros y murenas, los bancos de salpas reflejando la luz entre la sombras, y las manadas de delfines que se acercan al velero,  dan testimonio de que no todo está perdido. Si el ser humano se comporta dignamente, el mar lo superará.

Mañana por la mañana bajaremos a tierra con la zodiac y saldré a correr. Me acompañará Vicen y nos acercaremos, antes de que el calor apriete, a la punta des Jondal. En los pequeños cruceros el espacio es tan reducido que el ejercicio se convierte en una necesidad fundamental. Aunque en el barco siempre hay cosas que hacer, la actividad física que aquí se realiza, no es en absoluto parecida al resto de nuestros viajes.

En Ibiza quedan rincones que te dejan sin aliento. Lugares alejados del bullicio que respiran igual que hace ocho mil años. Las calas y acantilados que sedujeron a los primeros colonos fenicios nos siguen fascinando y todo en la isla tiene proporciones humanas, la conjunción perfecta entre mar y montaña. Tierras de secano con vientos colmados de salitre, romeros y tomillos junto a las rompientes, payeses cultivando viñedos en sus campos con sabor a mar y pescadores que calan palangres al atardecer. En Ibiza pesa mucho la herencia norteafricana; masías blancas de formas cúbicas junto a casas antiguas del color de la tierra. Hippies desdentados y progres trasnochados, glamour y decadencia, mansiones de lujo unidas a la Vila que, amurallada y descuidada, se cae a pedazos, aún siendo Patrimonio de la Humanidad. Las Baleares dieron su azul a la pintura, dijo Alberti, pero la luz en Ibiza es más intensa y acaramelada. Toda la isla es un lugar  hechizado, capricho de los dioses cedida en usufructo a los humanos. Como el gran teatro de la memoria, en ella han convivido las tendencias más extravagantes del mundo, sigue siendo referente de la moda y la libertad, del blanco y del negro, del sombrero de paja, camisa de lino y esclavas de cuero. Bohemia, distendida, cosmopolita, en Ibiza puedes vestir como quieras, pero con gusto. Vayas donde vayas, toda la isla emana sensualidad.

Las previsiones meteorológicas para los próximos días no vaticinan nada bueno, así que hemos de aprovechar el día de hoy para recorrer la costa norte. Con viento del suroeste y con fuerte marejada en el canal de Mallorca, tendremos que pasar en San Antonio de Portmany, al menos un par de noches. Navegamos desde la isla de Es Vedra hasta Cap Nunó. Primero hacia el norte y después hacia el sur. Nada más salir de la bahía de San Antonio, comenzamos a volar sobre las olas. Con fuerte ceñida pasamos junto a Sa Conillera y la punta de Sa Torre, la illa des Bosc i les cales de Comte. Nada más doblar la punta de s’Embarcador entra el viento con más fuerza. El barco tiene una orzada noble, lo habíamos podido comprobar la tarde anterior. Corta las olas con elegancia y busca ir hacia el viento, aunque nosotros le ordenamos lo contrario, forzando el timón, buscando el ángulo justo. Es un barco ardiente, con carácter, pero de suave manejo. Las maniobras hay que hacerlas de forma leve, dócil, anticipándose al viento y cuando viene la orzada, tener controlada la situación y el rumbo corregido. Hay que evitar que el barco escore en exceso, pero es una gozada inmensa ver como surca las olas, como lucha y combina con los elementos para transformarlos en velocidad. Apenas se deja dominar, se resiste a las órdenes del timón como un caballo salvaje al que hay que contener. Tenemos viento de proa vamos entre 14 y 19 nudos, con picos de 21. Calculamos fuerza 5 y pronto, a la altura de la punta del Jueu tendremos que virar. Jose y Javier deciden hacer virada por avante  para evitar el paso brusco de la botavara. El viento es muy fuerte y no podemos arriesgar. Es Vedrá i Es Vedranell tienen un aspecto dramático, el cielo adquiere tonalidades de una belleza sobrecogedora. Ahora puedo entender las leyendas que sobre esta mítico peñon de 381 mts de altura se han contado. De aspecto imponente, como un gran centinela de piedra, los antiguos marineros la consideraban como foco de irradiaciones magnéticas que acumulaba la fuerza de Ibiza y a su vez protegía la isla.

Dotada de una aureola de misterio, Es Vedra no parece pertenecer a este mundo. En ella se han inspirado artistas, escritores y músicos como Mike Oldfiel que llegó a dedicarle uno de sus mejores álbumes,  Voyager compuesto en su casa de Es Cubells. Un anacoreta enigmático, el Pare Palau que fue también misionero carmelita, llegó a vivir en una de sus cuevas un retiro espiritual totalmente incomunicado y en la soledad más absoluta. De su estancia quedaron libres un puñado de cabras que se asilvestraron y ahora sus descencientes, ya salvajes,  pueden verse trepando por las peñas colgadas al vacío.

Volvemos hacia el norte mas alejados de la costa para aprovechar mejor el viento. Acuartelamos la génova colocandolá en la parte opuesta. El barco escora de una forma salvaje, cambiamos de amura la vela y  avanza a gran velocidad, mientras da suaves pantocazos en cuanto alcanza las olas de mar de fondo. Como un cetáceo que se deja caer sobre el agua, hay que sujetarse bien, como dicen los veteranos del mar, una mano para el barco y otra para ti. Vencido el viento, llegamos a buen puerto. Mas al norte han quedado los paisajes más salvajes y solitarios de Ibiza; cala Aubarca, cap Nunó, ses Margarides y els corrals d’en Guillem, donde restos de una antigua masada siguen suspendidos en terrazas frente al mar, aprovechando un exiguo manantial. Los campos abandonados, la balsa de riego oculta por la vegetación, la era de forma circular ya casi totalmente desdibujada y el horno semiderruido evocan una desesperada lucha por la supervivencia cuando las tierras del Pla de Corona estaban totalmente ocupadas y el hambre empujaba al hombre a habitar lo inhabitable. De roca rojiza y aguas transparentes, Aubarca es un lugar escarpado y abrupto, de una belleza estremecedora. Desde sus acantilados, los payeses más necesitados virotaban el cabo, una forma muy arriesgada para recoger huevos de pardela y otras aves marinas para venderlos después. Las torres, también recortadas por el mar, les avisaban de la presencia de piratas.

Tras el recalmón que precede la entrada a la bahía, ponemos rumbo a puerto y entramos a motor. Es el momento del Café del Mar y con un cielo intensamente anaranjado, seremos la silueta que tizna el paisaje para cientos de fotografías cuyos destellos nos llegan desde la costa.

Poco antes de volver a Denia, con viento de ceñida y a toda vela, un barco pesquero nos indica por radio que no lo pasemos por popa, y si lo hacemos, que dejemos al menos milla y media de distancia que es la longitud en superficie de sus redes de arrastre. Así lo hacemos y en apenas unas horas, vemos el Mongó envuelto en su celaje gris. El sonido del barco surcando el mar lo seguiré escuchando en tierra firme durante varios días. Me seguiré tambaleando al andar por tierra firme y seré incapaz de coger la bici durante un tiempo. Pocas sensaciones te ofrecen tanta libertad como navegar. Me he sentido como un marinero errante acompañado de un grupo extraordinario. Surcando las olas y sometido al viento, las costas de Ibiza y Formentera me han enseñado como de intenso puede llegar a ser el azul. Con el cielo como techo y el mar como montaña, aquí os envío las fotos. Son lo mejor que han captado mis retinas, que no tienen por qué ser lo mejor de este viaje. Las sensaciones, aunque lo intento, no se dejan fotografiar.

Ver las fotos de la travesía 

Ver las fotos de Ibiza

Post sobre Ibiza y Cala Martina

 

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  1.  

    Buenos días mis queridos marineros!!!!!!
     
    Esta mañana precisamente he estado desayunando con Jose y hemos estado rememorando nuestro viaje y digo nuestro viaje porque siempre nos pertenecerá, tanto por lo que hemos visto como por todo lo que nos ha hecho sentir. Quiero que sepais que me he emocionado al leer las palabras de Jose Manuel, porque después de estos casí dos meses, este viaje a dejado en mí un poso que cuando lo revuelvo me hace sentir el mismo sol, el mismo viento y el mismo mar que tuvimos las suerte de compartir.
     
    Un besote a todos y muchas gracias por ser tan especiales.
     
    Vuestra amiga,
     
    Mar.
  2. Hola José, 

    Como siempre sorprendiéndome con tus crónicas. 

    He disfrutado muchísimo con el viaje, que aunque yo también lo hice, siempre estoy deseando volver. 

    Cuando tengas viajecitos así (que no sean de bicicleta) ya sabes que yo siempre estoy dispuesta. 

    Espero que nos veamos pronto. 



    Besitos

    Pilar

     

     

     

  3. José Manuel: Muchas gracias por generar en mí, emociones muy agradables, relacionadas con la mar, fruto de tu detallada descripción con términos que aunque en parte me son desconocidos, han estimulado recuerdos lejanos de mi adolescencia (novelas de Salgari) y recuerdos no tan lejanos de mi madurez (cinco días de viaje entre Split y Málaga)
    Y muchas gracias a José Antonio, joven lobo de mar, por haberme facilitado esta experiencia

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