almerich

El bloc personal de José Manuel Almerich

17 d'agost de 2008
Sense categoria
2 comentaris

PANAMA

La selva de Panamá

El lugar es tan insólito que me he permitido enviaros algunas imágenes. Y por supuesto le dije al taxista que se marchara. Esta vez me quedo. Ya no tengo prisa por volver. La vegetación es exhuberante, lo ha sido durante todo el trayecto, pero aquí supera lo imaginable. 

PANAMA

La selva de Panamá

 

 

            El calor es asfixiante en Panamá. Apenas se puede caminar, el sol inmisericorde abraza y enloquece. Ni las sombras de los viejos edificios coloniales son capaces de proteger a los pocos viandantes que a esa hora del mediodía andan exhaustos por la calle. En el interior de los colegios, talleres, pequeños comercios u oficinas la situación no es mucho mejor.  Pueden verse sus empleados desde las ventanas empapados de sudor y con el rostro agotado por el cansancio. Tan sólo los privilegiados que trabajan en los grandes hoteles, rascacielos o multinacionales disponen de aire acondicionado, y tan sólo unos pocos podrán conducir fastuosos coches entre la miseria y la necesidad que todavía está latente en el país.

 

            Deambulo por la ciudad desierta sin saber muy bien a donde ir. He perdido el avión por el enlace con Honduras y me han condenado a pasar veinticuatro horas en Panamá. Aunque me apetece adentrarme en la selva, no puedo irme de aquí sin ver el Canal. Es difícil imaginar como pudo llevarse a cabo una obra de tal envergadura en estas condiciones de calor y humedad agobiante.  Fue construido en la década de los años veinte del siglo pasado con el objetivo de unir los dos océanos. El proyecto inicial fue realizado por ingenieros franceses que no pudieron finalizar. No existía la tecnología actual y para el corte Gaillard, la inmensa trinchera que se abrió a fin de comunicar las distintas lagunas que se extienden a lo largo del istmo, removieron más de 500  millones de metros cúbicos de tierra. Cincuenta mil personas diarias trabajaban en las obras de construcción del canal de Panamá cuyos constantes corrimientos de tierra las hacían interminables y peligrosas. Veintiséis mil trabajadores murieron víctimas de la malaria y la fiebre amarilla, muchos a las pocas semanas de llegar. Pienso en ello mientras dejo atrás el cargante y siempre desalentador ambiente del puerto, entre la contaminación y el ruido de los grandes buques que intentan atracar. Panamá me recuerda Benidorm. Estoy casi convencido que lo han levantado los mismos arquitectos o al menos, han tomado el mismo modelo urbanístico. Prominentes rascacielos a lo largo de la bahía pegados a la misma orilla del mar, amplias avenidas diseñadas para el transporte rápido, edificios soleados y separados entre ellos, donde el límite a la construcción está tan sólo  entre el suelo y el cielo. No hay más condición que el crecimiento vertical, sin límites. La bahía desde lejos parece un conjunto moderno y cosmopolita, a la altura de las grandes urbes. Una ciudad que desafía a las metrópolis más importantes del mundo pero con grandes carencias, cuatro de cada diez habitantes viven en la pobreza total, a pesar de los ingresos del canal y la riqueza que allí se genera desde que se independizó de Colombia. Una economía en permanente crecimiento basada en el comercio, los servicios y la construcción que apenas tiene incidencia en la población mas desfavorecida. La zona franca y los ingresos del Canal hacen que Panamá tenga la marina mercante más grande del mundo, y una de las zonas de mayor concentración financiera y bancaria de todo el planeta.

 

            Llego por fin al gran canal. Un taxista culto y bien documentado, pero que no para de hablar,  me cuenta que voy a ver uno de los mayores logros de la humanidad, un esfuerzo titánico que ha contribuido al progreso del mundo, un triunfo de la ingeniería que ha mejorado el comercio mundial y que fue posible gracias a visionarios americanos tras el fracaso de los ingenieros franceses, vencidos por las enfermedades y los problemas financieros. Le recuerdo, no obstante, que el primer estudio sobre la creación de un canal que uniese ambos océanos, fue de Carlos V. Ya en 1513 Vasco Núñez de Balboa cruzó el istmo y descubrió que tan sólo una estrecha franja separaba el Pacífico del Atlántico. En 1534 el único monarca que ha tenido España con sentido común y vocación de gobernante universal, mandó levantar unos planos para construir una ruta hacia el Pacífico siguiendo el río Chagres. El gobernador del Nuevo Mundo, en una carta dirigida al rey, dijo entonces que sería del todo imposible realizar tal empresa. Se equivocó, pero los problemas que fueron surgiendo y tuvieron que superar los ingenieros americanos trescientos años después, ratificaron lo inviable de la obra con el nivel tecnológico del siglo XVI. José de Acosta, jesuita, antropólogo y científico español que se anticipó en tres siglos a Darwin, escribió en 1590 un informe sobre las dificultades de unir los dos océanos: “algunas personas han hablado de excavar este terreno de seis leguas y unir un mar con el otro […]. Eso sería inundar la tierra porque un mar está más bajo que el otro”

 

            La esclusa de Miraflores es la última de los tres sistemas de esclusas que permiten bajar el barco hasta el nivel del mar ya que ambos océanos están a distintos niveles. Las compuertas son las más altas de todo el Canal de Panamá debido a las marcadas variaciones de las mareas en el Pacífico. Observo con detenimiento como en la esclusa  el barco desciende y recuerdo las palabras del taxista. Los barcos ascienden en la primera esclusa 26 m. sobre el nivel del mar, después seguirán subiendo a lo largo del corte Gaillard, el punto más alto de su trayecto, luego descienden nueve metros en las esclusas de Pedro Miguel, para volver a bajar en Miraflores. Alucinante. Es un sistema complejo solucionado de forma sencilla: por la gravedad. El agua, para subir y bajar los barcos, circula por una especie de escaleras, cuyos peldaños se llenan o vacían según se circule en una u otra dirección. Los franceses fueron valientes me comenta el taxista que ha subido conmigo al mirador de la esclusa. De haber sabido la complejidad geológica, no hubieran emprendido las obras. Panamá es muy accidentado. Posee junglas impenetrables, profundos pantanos y lluvias torrenciales. Un sol implacable, calor agobiante y elevada humedad que acaban con el ser humano. La cordillera de montañas, valles y colinas que separan ambos mares tienen distintos tipos de roca, esconden hasta seis fallas y cinco volcanes en el corto trecho entre Colón y Panamá. El bosque tropical –continúa el taxista cada vez mas cargado de erudición al ver que le presto atención-  cubre totalmente el terreno montañoso desde la base hasta la cima en condiciones similares al Amazonas. Aquí fueron enviados a los soldados americanos antes de ir a Vietnam, y es el lugar donde entrenan los rangers y el ejército naval. También la guardia civil española estuvo entrenándose aquí –me comenta convencido- mientras le miro atentamente cada vez más sorprendido.

Un barco que salga de Ecuador cargado de mercancías en dirección a Europa se ahorra una distancia de 5000 millas. De la costa occidental de EEUU a Japón unas 3000 o 7872 millas si el barco va de Nueva York a San Francisco. El peaje más caro lo pagó el Crown Princess en 1995, 141.349,97 dólares y como las tarifas van por tonelaje, Richard Halliburton pagó 36 céntimos cuando lo cruzó nadando en 1928. Desde la apertura del Canal los barcos pudieron evitar el peligroso cabo de Hornos y el rodeo por la tierra del Fuego. Tan sólo 80 km. de longitud que cruzarán en apenas 24 horas. Las naves han de ceder el mando a los prácticos del Canal, quienes son los únicos capacitados para llevar a cabo las complejas maniobras. Son estrictas normas de seguridad -concluye orgulloso el taxista-

 

            Le pido por favor que me lleve a la jungla. Dispongo de poco tiempo y me gustaría conocer de cerca como es una selva tropical. Acepta el trato y le invito a comer. Horas mas tarde estamos en la terraza del hotel Gamboa. Ubicado en mitad del extenso e impenetrable bosque que conforma el Soberania National Park, este lugar es punto de partida para su exploración y la inmensidad verde que lo envuelve. La vegetación es exuberante, lo ha sido durante todo el trayecto, pero aquí supera lo imaginable. A lo largo de todos mis viajes he visto como la naturaleza lucha por sobrevivir en un entorno cada vez más humanizado, y es el hombre el que trata de conservarla cuando alcanza el nivel cultural suficiente para comprender que de ella depende su futuro y el de su propia sociedad. Aquí, al igual que en Islandia, Patagonia o los grandes desiertos del planeta es el hombre el que lucha por sobrevivir en ella. Aunque parezca dominada, aunque el Canal permita el paso a los buques, aunque el hotel se instale en mitad de la selva, todo es cedido, provisional, una concesión efímera y transitoria. En cualquier momento la tierra puede reclamar lo que es suyo, puede exigir la devolución de lo prestado, puede sin previo aviso, arrebatarlo todo y  expulsar, sin contemplaciones, al usurpador de su piel y de sus venas. El río Chagres, que observo desde lo alto de un mirador, es su principal arteria. Hacia él se abrió paso el canal que tantas vidas costo y que a su vez ha permitido el desarrollo de los países más desfavorecidos y aumentado el comercio entre los más ricos. La selva de Panamá,  éste extraordinario pulmón, seguirá siendo nuestra fe de vida, sin ella, sin los bosques tropicales, estaremos definitivamente condenados.

 

            El lugar es tan insólito que me he permitido enviaros algunas imágenes. Y por supuesto le dije al taxista que se marchara. Esta vez me quedo. Ya no tengo prisa por volver. Me siento tan afortunado por haber llegado a un lugar como este que no sé cuando regresaré.  Antes de irse, con el motor del coche encendido, vuelve de nuevo -que coñazo- y me dice que pida en recepción la llave de la habitación 204.
– Allí fue –me susurra al oído-  donde Pierce Brosnan,  en la película “el sastre de Panamá”, pegó el polvo de su vida.

 

 

 

José Manuel Almerich

www.almerich.net

  1. Apasionante viaje. Aventura y calor. Gracias, amigo José Manuel, por ilustrarme la tarde de este domingo, 17 de agosto, con tu magnífico relato. Ha sido una gran alegría leer tu detallado texto, narrando tus vivencias por Panamá,   y las fotos. ¡Feliz viaje!. Un abrazo. Luis Gispert

  2. Manolo: Sencillamente, MAGISTRAL;datos históricos, fotos y redacción.
    Después de leer un pliego de cargos y otro de descargos, me ha compensado
    con creces el quedarme esta tarde a trabajar.Me voy a casa con el espíritu
    alto, cosa que después de los pliegos de cargos , sinceramente era muy
    difícil.   
    Muchas gracias.

    Rafa Guillem

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *

Aquest lloc està protegit per reCAPTCHA i s’apliquen la política de privadesa i les condicions del servei de Google.

Us ha agradat aquest article? Compartiu-lo!