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El bloc personal de José Manuel Almerich

16 de gener de 2011
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ROJALES

En el interior de esta colina, totalmente perforada como una pequeña capadocia caliza, viven y trabajan los artistas: pintores, escultores, ceramistas y artesanos donde exponen y venden sus obras. La montaña de Rojales, con sus diecisiete grutas, conforma uno de los conjuntos artísticos más originales de Europa

José Manuel Almerich

Carmen pasa la semana con cien euros. Este mes tiene un recibo extra de 160 y no sabe como lo va a pagar, pero no parece excesivamente preocupada. Lo cuenta con toda normalidad, sin agobiarse, segura de que de una forma u otra lo solucionará. Carmen es hippie de verdad, de las que vive de acuerdo con su forma de pensar. En los años sesenta se involucró en una manera distinta de entender la vida. Una etapa que marcó su juventud, y que ha prolongado hasta hoy como una religión de la que ya nunca saldrá y en la que todavía cree que el mundo puede cambiar.

Me cuenta su vida mientras observo con detenimiento los detalles de su taller y suena de fondo, la última canción de Adolfo Cabrales. Con mucha paciencia Carmen pone uno tras otro, los remaches en las piezas de cuero. Apenas quedan artesanos que lo trabajen, y lo que es peor, apenas queda materia prima. Como ya no se fabrica calzado, sino que viene de China totalmente elaborado, no hay retales de cuero sobre los que poder plasmar su creatividad y transformar esta materia tan noble en carteras, cinturones o bolsos de una forma artesanal. 

El trabajo del cuero es una de las profesiones más antiguas de nuestra civilización, junto con la alfarería o la elaboración de cestas con esparto. Nació cuando el hombre aprendió a cazar y de la caza, obtener la piel con la que protegerse del frío. Primero tuvo que aprender a conservarla, y después a transformarla en ropa, armaduras, útiles diversos u objetos de adorno. Carmen, la hippie, es la heredera de esta necesidad vital convertida en arte; Guadameciles, cordobanes, faldoncillos, borrenes o colgantes. Piezas con adornos o con tintes decoran sin orden ni concierto su pequeño taller, una cueva excavada en roca en el barrio del Rodeo, junto al pueblo de Rojales. Su casa, a pesar de todo, es un desorden ordenado de retazos de piel curtida y máquinas de coser y perforar. El olor, penetrante pero agradable, me recuerda las medinas musulmanas y la montaña sobre Rojales, con sus diecisiete grutas convertidas en talleres,  me transporta por unas horas al bullicio artesanal del corazón de Marrakech.

En el interior de esta montaña, totalmente perforada como una pequeña capadocia caliza, viven y trabajan los artistas: pintores, escultores, ceramistas y artesanos donde además, exponen y venden sus obras. Trajes de papel, cerámica con decoración incisa, alfarería, cuadros y exposiciones temporales en la cueva de mayor tamaño, conforman uno de los conjuntos artísticos más originales de Europa.

He descubierto este lugar un poco por casualidad. Conocer el sistema hidráulico de Rojales, la huerta histórica de la ribera del Segura y las lagunas que conforman el paisaje horizontal de la Vega Baja me han traído aquí. Lo curioso es que siempre que viajo solo todo me sale bien. A veces, en compañía también, todo depende, pero cuando se recorren pueblos y parajes en solitario, los sentidos se agudizan y se abren mucho más de lo habitual. Y por ellos el paisaje cultural y humano nos afecta de  de una forma más íntima, más comprometida.

El día ha acabado para mí junto a la laguna de la Mata, cerca de Guardamar. Con la luz mortecina pero necesaria para las fotografías que os voy a pasar, se acaba mi horario laboral y una buena cena en soledad (ésto ya no me gusta tanto) me espera en un hotel frente al mar. Amplio, soleado y bien ubicado, las olas se oyen desde la habitación mientras ordeno mis ideas y dejo escritas, parte de estas letras.

Apenas sin darme cuenta del tiempo transcurrido, el mismo sol que desapareció horas antes, entra al amanecer en la habitación en forma de candil gigantesco y la luz, mi aliada, irrumpe con fuerza por el amplio ventanal. Recojo mis cosas y ordeno, como si fuera mi propia casa, la cama del hotel.

–    Su cuenta está ya pagada señor

–    No puede ser. Debe tratarse de un error

–    No lo es, se lo aseguro. No tiene nada pendiente. Alguien, que no puedo decirle, ha pagado su estancia.

La recepcionista insiste en que no se trata de un error, y tampoco quiere decirme por quién he sido invitado. No hay mucha gente a pesar de ser el puente de la Constitución y ésto me llena de intriga.

Guardamar es la única población de la costa del Bajo Segura que se ha salvado, en parte, de la voracidad constructiva. Quieren seguir siendo el pueblo marinero que siempre fueron y todavía se puede saborear en sus restaurantes el  pescado fresco traído de Santa Pola. Las dunas, la huerta, las lagunas y la dehesa cubierta de pino blanco junto a la desembocadura del rio Segura, son reductos de naturaleza viva en una costa que ha sido víctima de su propia belleza.

Ya en la puerta, y mientras recojo la mochila, Marta, la recepcionista se despide con la mano.

–     Hasta la vista. Nos alegraremos de verle de nuevo. Vienen tan pocos escritores por aquí.

Juzgad vosotros mismos. Por si os apetece pasar unos días. Guardamar y Rojales, las cuevas y las lagunas, la huerta que les queda y los cercanos palmerales de Elche. También los flamencos de color rosa, las salinas y el cuero de Carmen, bien lo merecen.

Ahí van las fotos. Espero que os gusten.

Hotel Guardamar

Entre las dunas y el mar

Los libros de Almerich

Blog BTT Comunitat Valenciana

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  1. Jose Manuel:

    Mi suegro, del que espero hablarte alguna vez con detenimiento, entre muchas virtudes, tenía una que yo le admiraba: el orden. Una de sus frases favoritas era “Guarda el orden y el orden te guardará”.

    Cuando mi mujer y yo éramos novios y los fines de semana iba a verla a Madrid, siempre tenía un momento para enseñarme algo curioso que muchas veces rezumaba historia. Recuerdo que un día apareció con un pliego grueso de papel, perfectamente doblado y que a pesar de haber sido cuidado con esmero, se veía que tenía más de medio siglo. Con la sonrisa giocondesca que ponía, cuando te enseñaba algo que sabía que te iba a gustar, comenzó a desplegarlo lentamente en una gran mesa. Una vez se deshicieron los primeros pliegues y pude ver los trazos de aquel gran papel, me di cuenta que se trataba de un árbol genealógico, su árbol genealógico, que se remontaba 5 generaciones detrás suyo. Con la parsimonia con la que le gustaba contar las cosas y que hacía que se te quedaran grabadas en tu memoria para siempre, empezó a subir los escalones del árbol hacia atrás hasta llegar a quien lo encabezaba. Tenía tal privilegio D. Trinitario Samper, nacido en Rojales.

    Todos los veranos que mi suegro venia a Cullera planificábamos una excursión a Rojales, porque estaba convencido que si hablaba con el párroco, podría acceder al libro de registros de bautismo para encontrar la inscripción de D. Trinitario. Fue una lástima, pero nunca lo hicimos. En el triste reparto de objetos personales que sucede en las familias cuando alguien nos deja, mi mujer y yo, tuvimos mucho interés en quedarnos con el árbol genealógico. Quizá para no olvidarnos que tenemos una deuda pendiente con mi suegro de visitar algún día Rojales y encontrar lo que tanta ilusión le hacía.

    Al leer hoy tu última crónica, que como siempre me ha fascinado, no he podido evitar que se me humedecieran los ojos al recordarle. Has hecho que volvieran a cobrar actualidad bonitos recuerdos de tiempos pasados, que forman parte de mi vida y son parte de mi historia, al fin y al cabo ¡qué sería de la vida sin los recuerdos!.

    Gracias amigo, una vez más.

    Jose Asturiano

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