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El bloc personal de José Manuel Almerich

20 de desembre de 2010
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LOS MOLINOS DE ARES

Seguimos a pie en ascenso por el mismo camino que pasaron los mulos cargados de trigo hasta el segundo molino, y de ahí al tercero, al cuarto y al quinto. Van ganando en belleza y en autenticidad. Algunos no han sido todavía restaurados y el tiempo transcurrido los ha integrado en las paredes calizas de la muela. Fue como un viaje a la memoria

José Manuel Almerich

Los dedos del molinero están tan oxidados como las llaves que tiene en sus manos. Son manos endurecidas por el tiempo y por la fuerza del trabajo. Manos que son herramientas, máquinas de precisión y firmeza, que reflejan en sus pliegues la dureza de una vida de penurias y años de tesón y sacrificio. También de soledad, como los troncos retorcidos de las sabinas que han sobrevivido a las talas al borde del camino.

 

Como él, y como todos los de su generación que vivieron en un mundo lejano y rural, Fernando supo de pequeño, lo que era ir a la escuela sin zapatos, dormir junto al ganado envuelto en mantas ennegrecidas por el humo del lagar, trabajar de sol a sol en una tierra ingrata y pasar, con el mulo cargado de trigo por el camino que ahora transitamos, para mientras tanto, su padre cruzar campo a través por las colinas. Así, si la Guardia Civil o los maquis, le requisaban las alforjas, con el trigo que su padre llevaba, podían pasar el invierno.

 

Si el trabajo era duro para los hombres, no quiero ni pensar como sería la vida de las mujeres. Rogelia, que se ha encontrado frente a nosotros, va acompañada de un rebaño de cabras y ovejas. En la parte alta del barranco, cerca del manantial cuyas aguas movían los molinos, hay un lavadero abierto con techumbre de madera, donde había que romper la placa de hielo para poder lavar la ropa.

 

-De aquello, no quiero ni acordarme, me repitieron hasta la saciedad las mujeres que quedan viviendo solas en las masías dispersas cuando preparaba el que ha sido uno de los libros más entrañables de mi trayectoria:  “Pobles abandonats. Els paisatges de l’oblit”. Y cuidar del ganado, y mantener limpia la casa y los establos, y traer el agua de la fuente, y preparar la comida, y hacerse cargo de los hijos hasta que el menor se hacía mayor, y acarrear el carbón y la leña talada por los hombres que poco a poco hizo sucumbir bosques enteros empobreciendo aún más una tierra que ya era de por sí pobre de solemnidad. Rogelia se queda en la casa mientras Fernando nos acompaña a visitar los molinos que fueron el escenario de su infancia y el motor de la economía rural: uno de los conjuntos más extraordinarios de arquitectura hidráulica de nuestras montañas.

 

Partimos demasiado tarde de la población de Ares. Circunstancias del grupo, el almuerzo y la lejanía hicieron que comenzásemos a caminar a una hora poco prudencial para salir a la montaña. Eso sí, con el estomago lleno que ya es garantía de éxito en cualquier excursión. Fernando viene de recoger trufas, por eso tiene las manos del color de la turba y el rostro curtido por el frío. Huele a cazalla y a humo de tabaco, pues es allí, en el bar del pueblo, donde se cierran los negocios. Nos enseña un puñado de ellas y su perro, adiestrado para este menester, se lanza al río a beber con desesperación después de una mañana de trabajo hurgando entre las raíces de las viejas encinas. Con una de las llaves nos abre el primer molino, el Sol de la Costa. El más grande y espectacular, el último del conjunto de cinco cuyas aguas pasaban de uno a otro en caída vertical, en uno de los sistemas de aprovechamiento energético más integrados y eficaces que han existido jamás. Los cups permitían que el agua circulase con fuerza gracias a la acumulación de agua en sus balsas, para luego caer con tremenda presión y mover las aspas de la rueda horizontal a fin de que la piedra moliese el grano y convirtiese el trigo en harina, la base alimenticia de la sociedad rural  y aún hoy, de gran parte de la humanidad. Arriba, nos enseña nuestro guía, hay un recinto de madera que quedaba cerrado con candado para que nadie pudiese robar ni un puñado de harina. El hambre era tan acuciante que tan sólo hay que leer las crónicas de las peregrinaciones a las ermitas y santuarios de Els Ports y el Maestrazgo para entender la ansiedad con que devoraban la comida los peregrinos y masoveros pobres, que esperaban este día como algo sagrado. Poder comer una vez al año caliente y abundante, como Dios manda.

 

Seguimos a pie en ascenso por el mismo camino que pasaron los mulos cargados de trigo hasta el segundo molino, y de ahí al tercero, al cuarto y al quinto. Van ganando en belleza y en autenticidad. Algunos no han sido todavía restaurados y el tiempo transcurrido los ha integrado en las paredes calizas de la muela. Cubierto por la hiedra, el Molí de la Roca tiene un trabajo titánico de excavación tanto para la bóveda como para el cacau, un espacio subterráneo también abovedado donde estaba el rodezno, el árbol, el banco o puente y la saetilla junto al aliviadero. Pero es el cup sin dudas, la construcción más importante del conjunto desde el punto de vista de ingeniería, ya que se encuentra en sus dos tercios, excavado en la roca, sobresaliendo de la misma en forma de torre prismática construida con sillar. El de abajo, el Molinet recoge por un azud en el mismo barranco el agua del cacau del Moli de la Roca y ésta a su vez, es recogida por el Molí de Dalt que tiene una balsa que parece un altar precolombino. En las puertas cerradas, todavía siguen clavadas con alfileres garras momificadas de buho real como protección frente a los malos augurios.

 

Comimos en una especie de era, frente a la puerta cubierta por la hiedra del Moli de la Roca, en círculo perfecto, donde el frío se iba calando hasta los huesos a pesar del gore, los guantes, el gorro de lana y los polares. Y por unos instantes sentimos la sensación del verdadero invierno, la que sintieron ellos, cuando molían, lavaban o iban descalzos a la escuela, mientras el cielo, encapotado y gris, no presagiaba nada bueno.

 

Y así transcurrió nuestra excursión, como un viaje a la memoria, a los lugares mágicos de un mundo olvidado, a las fuentes donde se nutría la vida de una sociedad colectiva, pobre pero sabia, donde la montaña parece haber sido construida piedra a piedra por el hombre. Porque en esta comarca no hay rincón ni paraje, ni barranco ni fuente, ni laderas verticales que no hayan sido humanizadas a fin de sacar un pequeño bancal, o contener la erosión que la fuerza del hacha y la ganadería intensiva habían precipitado.

 

La comarca dels Ports es uno de los paisajes más sublimes que tenemos los valencianos. Es de los pocos lugares donde el arte y el medio se combinan con más fuerza. Un territorio fuerte y soberbio donde sus habitantes poseyeron un sentido de la belleza, proporción y medida hoy inexistente. Ares del Maestre es la puerta de entrada a una tierra distinta, armónica, culturalmente enriquecedora y donde generaciones enteras de esforzados hombres y mujeres convirtieron cada masía en un monumento extraordinario. Desde las cabañas de pastor, hasta las ermitas perdidas en las cumbres, pasando por los azagadores, caminos de herradura y los mismos molinos, el viajero contempla un horizonte roto a menudo muelas, ríos y barrancos. Un panorama cultural que pocas veces se repite en entornos tan fríos y alejados. Pero como siempre, no es lo peor el frío, ni la nieve, ni la dureza de esta tierra áspera que nada te regala, sino la propia soledad. La soledad en la que han quedado sus últimos habitantes; Rogelia, Fermín de Sesga, Martín y Sinforosa o el tío Simón de les Alberedes y tantos otros que hemos ido conociendo a lo largo de nuestras excursiones, con su sombrero de paja, su rostro avezado y sus manos oxidadas, como las de Fernando, el molinero. Porque estas gentes y estas montañas, como fósiles vivientes, también forman parte de nuestra historia. Y sufren y lloran, aunque no laven la ropa ni esquilen el ganado como hicieron de pequeños. Y se alegran cuando ven, que quedan personas que se interesan por su vida y todo aquello que quieren olvidar. Como me dijo aquella masovera del mas de las Calzadas.

 

–  Xiquet, i aço a tú t’agrada?

 

 

Aquí van las fotos. Feliz Navidad !!!

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