almerich

El bloc personal de José Manuel Almerich

6 de novembre de 2009
Sense categoria
3 comentaris

FUERTEVENTURA

La isla del viento

Durante ocho días recorrimos los valles de Betancuria rodeados de montañas desnudas de vegetación y alcanzamos la solitaria y desguarnecida península de Jandía. En ella, el océano, la arena, el viento y el tiempo se imponen de una forma sobrenatural, casi despiadada.


“Hoy hemos llegado a Betancuria totalmente agotados. Hacía mucho tiempo que no llevábamos al límite nuestras fuerzas y también hacía más de veinte años que no llovía con tanta intensidad en Fuerteventura. Toda nos ha caído encima. La tierra de esta isla que más parece una porción del Sahara desgajada en mitad del Atlántico, no está acostumbrada al agua. Por eso la rechaza y repele. Y crea, con violencia, peligrosas escorrentías de barro cobrizo que buscan la rápida salida al mar.

 

Desde el primer momento de nuestra travesía, el viento nos ha soplado de frente, llegando a alcanzar en el collado inmediato al valle de santa Inés, los cien kilómetros por hora. No se podía continuar, era prácticamente imposible   pedalear contra la fuerza del vendaval que en algunos casos nos llegó, incluso, a tirar de la bici. Hasta en los descensos, era difícil avanzar, ni tan siquiera con todo el desarrollo, y costaba un enorme esfuerzo pedalear en llano. Refugiados entre los frágiles tabiques de una parada de autobús, hemos podido descansar y esperar que alguien, pueda venir a buscarnos desde el hotel. Dos de nuestras compañeras y todo el peso posible se van, en coche hacia la Antigua.   El resto, más recuperados, decidimos continuar.

 

Antigua es una pequeña población en el centro de la isla. Allí había reservado, semanas antes, las habitaciones necesarias en la Era de la Corte, una preciosa casa rural del siglo XVIII. Poco antes de llegar, el viento ha dado paso a la tormenta y en el pueblo no recuerdan aguacero igual. De hecho no tienen ni paraguas porque, dicen, jamás los han utilizado.”

 

Con esta pequeña crónica comunicaba días después a mis amigos   desde un pequeño hotel en Bahía Calma, las incidencias del viaje. El correo electrónico era entonces un medio apenas utilizado, un mensajero valiosísimo que nos tenía unidos milagrosamente con el resto del mundo. Me sentía como un periodista olvidado en el mitad de una contienda, en el último rincón del planeta, que tenía, por vocación, la irresistible necesidad de compartir con los demás todo lo visto y vivido en aquella pequeña porción de tierra rodeada por las brumas y envuelta en el polvo del desierto.        

 

Fuerteventura es la isla del viento. En ella, el océano, la arena y el tiempo se imponen de una forma casi sobrenatural, despiadada.   Estos elementos la han modelado a conciencia hasta el punto que todo el patrimonio del hombre queda reducido a la mínima expresión, a la insignificancia más absoluta. En Fuerteventura fue desterrado Unamuno y aquí escribió, aquello de “ los quejidos del mar añaden a los míos pesadumbre”

 

Recorrimos durante ocho días los valles rodeados de montañas desnudas de vegetación, y alcanzamos la solitaria y desguarnecida península de Jandía. Separada del resto de la isla por un Istmo de arena blanca que cruzamos a pie de norte a sur. Jandía es un lugar desolado y retirado del mundo, donde los jables, saladares, llanuras, barrancos y vaguadas pedregosas tienen su razón de ser por la presencia de acantilados y playas de arena blanca que alcanzan, como en la ensenada de Sotavento, los veintiocho kilómetros de dunas sin interrupción. Todos los ocres posibles se concentran en la isla y nuestras retinas, incapaces de asimilar las miles de tonalidades del   color de la tierra se confunden hasta el límite del mar, mientras en morro Jable tan sólo las olas se atreven a romper el silencio. Cuentan los isleños que, por las costas de Jandía todavía anda el alma errante de Marina de Muxica y quizás por eso, la luz de Mafasca puede verse, en las noches oscuras, acompañando al viajero por los senderos solitarios de la isla.

 

Donde la naturaleza lo permite, los caseríos dan la pincelada verde a un paisaje amarillento, y algunos como la Asomada, la Motilla, Guisguey y Puerto Lajas tienen entre sus tierras, pequeñas terrazas de cultivo donde todavía siembran tomates y alfalfa, aunque todos evocan pobreza y precariedad, en una lucha titánica por recoger, almacenar y canalizar el agua que hoy, nos ha caído en abundancia. Tahonas en funcionamiento, muladares, campos de aloe vera y molinos de Gofio son los elementos que conforman y le dan vida a la isla de la austeridad.

 

El último día, ya de vuelta al aeropuerto, nos volvió a llover. En esta ocasión, Fuerteventura parecía una plataforma ártica en medio del deshielo, un inmenso charco desbordado por los lados donde el agua se precipitaba con fuerza hacia el abismo. Tindaya, la montaña sagrada de la isla majorera vigilaba, desde lo alto, como se alejaban los intrusos que habían osado alterar su paz.

 

Pronto volveremos a Canarias, pero esta vez a Lanzarote. Cruzaremos Timanfaya y convertiremos en fuego nuestras ruedas.   Y mientras tanto, la naturaleza recién estrenada del archipiélago, quedará reservada tan sólo, para los pocos afortunados que sepan descubrirla.

 

Os adjunto unas fotos. Espero que os gusten

José Manuel Almerich
www.almerich.net

  1. Hola José Manuel, 
    No te lo había podido decir nunca. Pero menuda envidia me das con tus crónicas y espectaculares fotos.
    Gracias por ambas cosas.
    Un abrazo muy fuerte!
    Jesús Trelis

  2. Qué suerte tengo de leer tus crónicas. Una vez más, mil gracias.
    ¿Habrá algún rincón del mundo por el que no se te haya visto pasar, montado en bicicleta? Ya sé que sí, pero a veces cuesta creerlo.
    Espero que estés bien. Bueno, en realidad espero que estén bien las tres generaciones de Almerich.
    Un beso.

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *

Aquest lloc està protegit per reCAPTCHA i s’apliquen la política de privadesa i les condicions del servei de Google.

Us ha agradat aquest article? Compartiu-lo!