La mirada fluida

Educació, societat i noves tecnologies

12 de juliol de 2006
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6 comentaris

Educació i progrés

Feia temps que un article de Félix de Azúa (Vamos mejorando, El País 10.07.06) no em provocava gairebé únicament reaccions contraries.

En la seva millor línia apocalíptica, d?enfonsament del Titànic amb tots nosaltres a bord (la societat no progressa, vindria a dir, únicament millora en qüestions pràctiques mentre es torna més bàrbara), planteja algunes reflexions de fons, profundes diríem,  sobre el sentit del progrés humà i de l?educació que, sense necessitat d?estar-hi d?acord, provoquen a la seva vegada la reflexió en el lector (en aquest lector, si més no).

L?article té molt de suc, i molts punts per comentar o per contraargumentar.  Ara només trec, més o menys a l?atzar, una frase, que tradueixo: ?oeNo crec que en aquest moment existeixi un sol expert capaç de dir quin ha de ser el contingut bàsic d?una educació progressista, …?.

Aterrant en la realitat més propera, allunyada del plantejament genèric, gairebé metafísic, d?Azúa, però d?una necessitat immediata, aquesta pot ser una pregunta pertinent quan estem a les portes d?un nou currículum.

Podeu llegir l’article complet a continuació.

Pongámonos en situación, a comienzos de julio, por ejemplo, en esta playa de la Costa Brava. Para quienes la visitamos desde hace veinte años, es evidente que se ha degradado. Este juicio sólo puede ejercerlo quien conozca su pasado. La mayor parte de los que ahora vienen son recién llegados y no tienen ni idea de lo que ha sucedido en la costa catalana durante la transición.

La masificación tiene un efecto menor sobre la arena, tan sólo una fenomenal agitación de cientos de criaturas en movimiento browniano y los gritos de sus padres, antes infrecuentes. En cambio, los alrededores se han convertido en un infierno. El ayuntamiento cobra por aparcar en toda la colina, los coches se hacinan bajo un sol africano por las estrechas calles que bajan al mar, los vecinos viven enjaulados entre hierros candentes, los forasteros pagan a cambio de nada, las familias cargadas con toneladas de estivalia llegan al agua exhaustas y sudorosas, los muñones de las islas corsarias, visión magnífica en otro tiempo, se esconden ahora tras un chiringuito bullanguero. La degradación sólo es visible para quien conoció el pasado. Los recién llegados deberán regresar muchas veces hasta constatar la inexorable ruina de la explotación. Para entonces serán viejos y cuando hablen de degradación les acusarán de ser unos ancianos catastrofistas.

Como contraste, la masificación ha servido para que algunas familias lugareñas se hayan enriquecido. Abundan los coches aparatosos y en cada pueblo hay una construcción grotesca con la que los munícipes hacen ostentación de su barbarie. A esa parte del proceso, sin duda, los publicistas y los nuevos ricos lo llaman "el progreso". Es abusivo. Varios miles de labriegos cuyos padres llevaron una vida indecentemente esclava, son ahora ricos. Han mejorado, pero eso no significa que se haya producido progreso ninguno. Que algunas capas de la población se enriquezcan no impide que otras se paupericen. En España hay hoy un número infinitamente superior de presos que hace veinte años. El número de presos de un país es el mejor índice para conocer el estado de su pobreza.

A mi entender, en los últimos veinte años ha progresado una parte fundamental de la población, no porque se haya enriquecido sino porque se ha emancipado, me refiero, claro está, a las mujeres, o a muchas mujeres, para ser exactos. Los demás estamos más sujetos que nunca a nuestros tradicionales señores, las grandes compañías, la banca, los que dicen prestar servicios, sus empleados en los parlamentos. Sólo puede hablarse de progreso allí en donde crece la autonomía moral, la emancipación, el acceso al conocimiento. Todo lo demás es mejoramiento. Los romanos vivieron mejor bajo el moderado Marco Aurelio que bajo el vesánico Calígula, pero no por eso progresaron.

Cuando en el siglo XVIII se empezó a hablar de progreso había una razón muy seria para ello: las sociedades se estaban librando de la feroz y secular tutela eclesiástica. El retroceso de la superstición sí es, desde luego, un progreso, aunque no lleve consigo mejora económica alguna. El ciudadano de la Ilustración se estaba sacudiendo de encima a un tirano estéril que se había introducido en todos los ámbitos de su vida para mortificarle con satánica pasión.

La plenitud de la fe en el progreso, sin embargo, no llegó hasta la derrota de Napoleón, con el triunfo de la burguesía conservadora y de un modo muy preciso: mediante la creencia de que la instrucción gratuita y obligatoria transformaría a la humanidad, traería la paz perpetua y la armonía social. Ésta era, por ejemplo, la profunda convicción de Victor Hugo, paradigma del romántico conservador. Y a través de sus libros, ésa fue también la convicción de una enorme masa de ciudadanos que transfiguró la vida sobre la tierra tecnificándola hasta extremos que sólo hoy son alarmantes.

La transformación de millones de campesinos analfabetos expulsados de sus tierras (aquellos "miserables" de Victor Hugo) en proletariado urbano, exigía una reconstrucción anímica sistemática. Y en eso consistió el progreso, en formar ciudadanos capaces de leer y escribir, hábiles para tomar el mando de las nuevas máquinas y con discernimiento para votar en unas elecciones. El estudio, la lectura, fueron las herramientas de la emancipación, tanto para un James Stewart en el papel de futuro senador de EE UU como para los partidos anarquistas y comunistas obsesionados por la formación intelectual de los obreros. La educación, el estudio, la lectura, conducían inexorablemente a la "toma de conciencia". Una utopía que se prolonga hasta Walter Benjamin, persuadido de que las nuevas técnicas, como el cine y la fotografía, conducirían a la autoconciencia proletaria.

Ciertamente, esta concepción de las capacidades transformadoras de la pedagogía no era sino secularización de la salvación del alma mediante el cultivo del espíritu y la oración, pe-

ro alcanzó a todos los órdenes sociales, desde el fascismo hasta la extrema izquierda, con la curiosa excepción de los nazis, más partidarios de la acción que de la reflexión y en consecuencia más acordes con las actuales pautas economicistas aplicadas por todos los gobiernos, sean de derechas o de izquierdas.

El fracaso de la instrucción gratuita y obligatoria, constatado por el tópico "después de Auschwitz", ha desembocado en unas sociedades en las que nadie puede creer seriamente en el progreso. Todo es puro mejoramiento. Unos años mejoran los obreros de la construcción, los camareros y los cocineros; otros años los informáticos, los odontólogos y los funcionarios de partido. Con retrocesos compensatorios en otras bolsas de trabajo, como los registradores de la propiedad, los taxistas o los criadores de pollos, que más bien empeoran. La rueda de la fortuna gira, pero no cambia de lugar.

También pueden mejorar mayorías enormes, cuando llegan inmigrantes también en enormes cantidades para sustituir a los nativos en el ámbito de la miseria. Entonces las mejoras pueden ser espectaculares, sobre todo en el terreno de la sanidad pública. Eso no impide que, en la actualidad, nadie en sus cabales pueda hacer una propuesta de progreso moral universal como la de Victor Hugo. Sólo mejoras parciales, las cuales nada tienen que ver con la palabra "progreso".

El único país europeo que parece mantener su creencia en el progreso educativo, Finlandia, ha obtenido muy buenos resultados, pero no ha sido imitado por ningún otro Estado europeo. De todos modos, aunque el máximo de inversión educativa finlandés haya producido un espectacular avance técnico y económico, ignoro si ese mejoramiento ha traído además un progreso. No sé si los ciudadanos finlandeses actuales son más libres, honrados, críticos y lúcidos que sus padres. Si ha descendido la desesperación, el suicidio y el alcoholismo.

En cualquier caso, siendo España el país que menos invierte en educación de todo el continente, ni siquiera cabe plantearse esa levísima esperanza de progreso. Es más. Aun cuando nuestras autoridades enloquecieran y multiplicaran por mil el presupuesto de educación, es dudoso que se pudiera aplicar algo concreto y general. ¿Qué íbamos a enseñar? No creo que en este momento haya un solo experto capaz de decir cuál ha de ser el contenido básico de una educación progresista, es decir, capaz de emancipar a un grupo social llamado a cambiar el mundo.

Si aparcamos las enseñanzas puramente técnicas (uso del ordenador y su parafernalia), ¿qué otras materias, áreas, disciplinas, contenidos o asignaturas deberíamos ofrecer a los estudiantes? ¿Alguien sabe qué grupo, clase o estrato debe progresar en este momento y hacia donde? ¿Cuál es el equivalente actual del burgués ilustrado o del campesino ochocentista que fueron capaces de progresar y construir un mundo nuevo? ¿Los inmigrantes, quizá? ¿Con sus respectivas religiones y su red eclesiástica incorporada?

Valga un único ejemplo. ¿Elegiríamos como horizonte el marco clásico universalista del socialismo? ¿O el campanario de los neonacionalistas? El empuje de las fuerzas conservadoras, su temor a las sociedades sin estructuras clásicas, su huida de la realidad, la obsesión por lo propio que se ha impuesto en los planes de estudio, hace imposible cualquier proyecto educativo que escape del marco regional y que emancipe de lo local, de la condena identitaria, de la arqueología de lo próximo, del sentimentalismo.

La reacción defensiva contra unas sociedades cada vez más híbridas, menos homogéneas y coherentes, que debería haber impulsado una enseñanza liberadora de los mitos y supersticiones tribales, una enseñanza capaz de inculcar el sentido de la responsabilidad personal, ha conducido al polo opuesto, al colectivismo, la melancolía de las naciones medievalistas, la exaltación del detalle familiar, el narcisismo de lo doméstico. Todo lo cual viene aderezado con entusiastas invitaciones a la solidaridad… con los africanos.

El sueño del progreso ya es sólo un titular de periódico, una frase de publicitario, la infame retórica de los profesionales de la política que conocen la imparable degradación porque llevan años viniendo a esta playa, pero que son impotentes para detener la barbarie. O quizá sus mejores cómplices. Así que cuando oiga usted la palabra "progreso" abróchese la chaqueta y agarre fuerte el billetero.

  1. Parlant en general, trobo que aquest article és molt ambiciós, massa. Pretén pitjar tantes tecles que no aprofundeix en res… Coincideixo amb l’escriptor en què avui en dia s’assimila el progrés amb el progrés econòmic i en la relació progrès-ensenyament (no educació)-professionalització (especialment a les universitats). També en les conseqüències econòmiques de la globalització d’aquests darrers vint anys. Fins aquí, d’acord, sinó en la forma, sí en el fons.  Tanmateix, és una anàlisi parcial que no té en compte les implicacions socials d’aquesta dinàmica: l’homogeneització de la cultura, el que alguns anomenen "pensament únic", un pensament que tendeix a igualar totes les cultures. I quins són els valors que se’ns inculquen? L’individualisme, l’èxit personal, el consumisme, etc. Si m’ho miro així, trobo del tot lògic i justificat la necessitat de retornar al localisme, això que tant critica Azúa. Què té de dolent el "col.lectivisme"? (encara que jo preferiria parlar d’associacionisme) O potser és que la imposició d’un pensament únic per a tothom, sense fronteres, no és una "condena identitaria"? Millor dit, en aquest cas, una falta d’identitat. És aquest un punt de vista conservador? ("el empuje de las fuerzas conservadoras"). Tanmateix, crec que un dels punts que menciona donaria peu a un debat molt interessant: "su huida de la realidad". En la meva opinió, el punt més feble dels nacionalismes extrems.

    Una altra qüestió interessant és la que tu apuntes:

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