19 de març de 2010
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La dansa del vetlatori des d?Argentina

La revista “Espéculo, Revista  de Estudios Literarios” es publica per la “Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense de Madrid”. En el nº 30 de 2005 hi ha un treball de Maricel Pelegrín (Licenciada en Ciencia Antropológica, Universidad El Salvador. Doctorada en Filosofia y Letras). És molt interessant i us recomane que el llegiu ací o en Espéculo “Desde el Mediterráneo a tierras de quebrachos. Cal dir que aquest treball jo no el coneixia, va ser Salva qui em va parlar de la seua existència, i el meu interès és simplement el de fer-vos arribar informació del tema que ens interessa.

Desde el Mediterráneo a tierras de quebrachos.
El Vetlatori del Albaet en Valencia y su correlato
en el Velorio del Angelito en Santiago del Estero, Argentina

Lic. Maricel Pelegrín


 

Buscando los orígenes

El ritual fúnebre que se desarrollaba en áreas rurales de la Argentina cuando moría una criatura se extendía, con leves variantes, por toda la superficie del país. En la actualidad su celebración fue espaciándose, pero mantiene plena vigencia en la provincia de Santiago del Estero, en donde se sigue desarrollando dentro del marco de las comunidades campesinas en las cuales realizamos nuestra investigación. Se lo designa con el nombre de velorio del angelito y con idéntica denominación , también se advierte su presencia en toda la América hispana. Su extensa dispersión territorial nos llevó a indagar acerca de su área de origen y difusión.

Al respecto se prestó a una interpretación errónea, la observación de esta ceremonia entre la población negra de Puerto Rico, Venezuela, Colombia y otros países, especulándose en consecuencia, que habían sido los esclavos africanos los portadores de ella en América. Del mismo modo ocurrió, al relevar el ritual entre indígenas de Bolivia, Perú, Guatemala y México inclinándose a pensar en su origen prehispánico [1].

Altamira [2] comenta que se realizaba en épocas recientes un baile de los angelitos, al fallecer un niño, en la costa del Mediterráneo español, desde Castellón hasta Murcia, extendiéndose también a Extremadura y las islas Canarias. Por otra parte, Vergara [3] cita que este baile existió en tiempos más lejanos también, en el centro y sur de España, ofreciendo el ejemplo de aldeas de Segovia, en que las exequias de un niño menor de siete años se acompañaba con música de tono alegre ejecutada con tambor y flauta.

La documentación nos indica que el primitivo origen de este funeral de párvulos, tiene relación con la presencia de los árabes en territorio español, desde los comienzos de la conquista a partir del siglo VIII. De la mano de los conquistadores pasa a América. Acá su gran dispersión espacial desde México a la Argentina, dentro del marco de culturas etnográficas autóctonas, de pueblos de negros, como así también de sociedades criollas y mestizas, nos conduce a pensar que se aceptó, dentro de tan amplio espectro de pobladores, al fusionarse con un cúmulo de creencias preexistentes que coincidían en una mentalidad análoga a la hispánica. En este sentido, no debemos soslayar que la España del momento del descubrimiento del Nuevo Mundo, no se había desprendido aún de la cosmovisión medieval, contrariamente a los aires de cambio que arribaron de la mano del Renacimiento en el resto de la Europa del siglo XV.

En relación a la herencia española en Hispanoamérica dentro de lo que se refiere a los temas mortuorios, se cristalizan con más fuerza aquellos provenientes de Extremadura, oeste de Andalucía y Castilla la Nueva, teniendo escasa presencia las rígidas costumbres del noroeste y las del Levante. El vetlatori y la dansa del albaet, cuya existencia se registra hasta la Guerra Civil Española en toda la región valenciana, constituye una excepción [4]. El registro de nuestro velorio del angelito americano con el clásico componente del baile de pareja, se constituye en el correlato en tierras americanas del ritual.

Conviene aclarar en este punto, el significado semántico de estas expresiones en lengua valenciana. Vetlatori o velatori es el velorio y albaet es el diminutivo del albat con el que se denomina al infante muerto cuya edad puede estar comprendida desde su nacimiento hasta los siete u ocho años.

Proceder a describir e interpretar los diferentes testimonios hallados, acerca de este rito dentro de la comunidad valenciana, colaborará en el sentido de ir buscando los puntos de coincidencia y divergencia entre esta versión y la santiagueña.

 

El vetlatori o Velatori y la Dansa del albaet

Según nos refiere Lisard Arlandis, cuyas referencias seguiremos en esta primera parte [5], cuando moría un albaet en la región valenciana de España la iglesia de la aldea lo comunicaba con un toc a mort. Como prevalecía la creencia que los niños morían sin haber pecado por su corta edad, la idea era que se iban directamente al cielo convirtiéndose en angelitos que intercederían por todos los parientes y amigos. De ahí que el toc a mort era un tañido de alegría y no el característico redoble de campanas como cuando desaparecía un adulto. En relación directa con este concepto, todo lo que rodeaba a su velorio y posterior entierro, era objeto de cuidadosos pasos para honrarlo, propiciando de ese modo su poder mediador

En la cámara en donde se procedía a velar al infante el color blanco predominaba en los adornos como símbolo de su pureza. Se lo vestía con una túnica blanca y en la cabeza se le colocaban una corona de flores. El ataúd y el catafalco también eran blancos como también lo era la sábana que cubría el muro que se ponía a la cabecera del cadáver. En el centro de dicha tela se adosaban estampas de la Virgen con el Niño o una imagen del Ángel de la Guarda. Se cubría el cuerpo con flores blancas y los labios y mejillas eran pintados con carmín. Cuatro velas ardían en los ángulos del cajón. En un momento se daba comienzo a la dansa del velatori con música de guitarra o bandurria, realizada por tres parejas danzantes y con el canto de las siguientes coplas:

La danza del velatori
Dones vingau a ballar
Que és dansa que sempre es balla
Quan s’ ha mort algú albat.
 
En esta casa s’ ha mort
Un angelet molt polit;
Ploreu, xiquets per ell,
Que ja ha acabat de patir

  

La danza del velatorio
mujeres venid a bailar
que es danza que siempre se baila
Cuando se ha muerto un angelito.
 
En esta casa se ha muerto
un angelito muy bien vestido
/no/ lloren, chicos por él,
que ya ha acabado de sufrir.
[6]

Son varios los testimonios de autores que refieren este ritual, fuente inspiradora tanto en la literatura como en la pintura . Uno es el dibujante francés Gustavo Doré y de su compañero de viaje, el Barón Ch. Davillier, quien en 1872 escribe sus vivencias del ritual en Jijona, donde se topa con él de manera casual.. Otro es el del pintor valenciano José Benlliure que tiene a su cargo la ilustración del libro de Vicente Blasco Ibañez, La Barraca, editado en 1929 en donde describe del siguiente modo las exequias de un albaet:

Cuatro muchachas con hueca falda, mantilla de seda caida sobre sus ojos y aire pudoroso y monjil, agarraron las patas de la mesilla, levantando todo el blanco catafalco (…). Los músicos preparaban sus instrumentos para saludar al albaet apenas transpusiese la puerta, y entre el desorden y el griterío con que se iba formando la procesión, gorjeaba el clarinete, hacía escalas el cornetín y el trombón bufaba como un viejo gordo y asmático (…). Después, rompiendo el gentío, aparecieron las cuatro doncellas sosteniendo el blanco y ligero altar sobre el cual iba el pobre albaet, acostado en su ataúd, moviendo la cabeza con ligero vaivén, como si se despidiese de la barraca. Los músicos rompieron a tocar un vals juguetón y alegre, colocándose detrás del féretro y después de ellos, abalanzándose por el camino, formando apretados grupos, todos los curiosos (…). [7]

El velatori del albaet también es estudiado por Pilar García Latorre [8] quien aclara que en la actualidad, ya no queda el mismo ni en la memoria de los más ancianos. Menciona a E. Durán y Tortajada quien evoca esta costumbre en Benimodo en los primeros años del siglo XX y al Profesor López Chávarri (1871-1970) quien confirma su presencia en el distrito de Denia. Al respecto contamos con el recuerdo de primera mano de una mujer de ochenta años, residente en la actualidad en Rosario, natural de La Xara, un pueblecito cercano a Denia. Nos menciona que oyó de labios de su abuela el siguiente relato: la señora había tenido ocho hijos pero sólo sobrevivieron tres. Regresaba uno de sus pequeños hijos en un carro cargado de cueros. Los cueros, como siempre, estaban húmedos. El niño tenía mucho sueño y quería dormir y le decían que esperara hasta llegar a su casa. Pero en un descuido se quedó dormido encima de los cueros y enfermó, muriendo poco después. La abuela preparó una mesa vestida de blanco y colocó sobre el ella al albaet. Por la noche llegaron dos hombres con sendas guitarras y dos parejas de balladors (bailadores), comunicándole que su intención era acompañarla. Ella les agradeció pero se rehusó, diciéndoles que se le acababa de morir un hijo y “no estaba para bailes[9].

La descripción es casi análoga a la que se registra ut supra. El albaet yace en un féretro blanco iluminado por cuatro velas. Se lo velaba alegremente toda la noche con el ritmo marcado por castañuelas, guitarras, bandurrias o acordeón. La dansa del albaet era un baile ceremonial de movimientos lentos y suaves. Una pareja de bailadores luego iba siendo reemplazada por otra y así se alternaban hasta el amanecer. Finalmente todas las parejas juntas bailaban formando cuadros y un círculo. Los padres convidaban a los asistentes cacau y tramusos, pasas, higos, porrón o bota de vino. Los versaors improvisaban coplas con el fin de consolar a los padres. Muchas, al ser parte de la oralidad propia de estas culturas campesinas, se perdieron al no quedar registradas. María Teresa Oller recoge estas coplas en Montechelvo:

La dansa del velatori
dones vingau a ballar
que és dansa que sempre és dansa
quan s’ ha mort algún albat.
 
En este poble s’ ha mort
un angelet molt polit,
pero no ploreu per ell,
que ja ha acabat de patir.
 
La mare i el pare ploren;
no ploren pel xic, no;
que s’ ha mort la criatura
sense saber lo que és el món.
 
Qin goig més gran que deu tindre
la mare d’este xiquet,
perque s’ha pujat al cel,
i s’ha tornat angelet.
[10]

   

La danza del velatorio
mujeres venid a bailar
que es danza que siempre es danza
cuando se ha muerto un albat.
 
En este pueblo se ha muerto
un angelito muy bien vestido,
pero no lloren por él
porque ha acabado de sufrir.
 
La madre y el padre lloran;
no lloren por el pequeño, no;
que la criatura se ha muerto
sin saber lo que es el mundo.
 
Qué gozo más grande debe tener
la madre de este pequeño,
porque ha subido al cielo,
y se ha convertido en angelito.
[11]

Llosa de Ranes recopila con leves variantes estas coplas:

La dansa del Velatori
señores va a comensar
que és un ball que
sempre es dansa
quan és mort algun albat.

És un ball que es balla
En molta paz y armonia
Menjant cacau i tramús
[12]
I brindant ab alegría.

La dansa del Velatori
Señores ya va acabar
¡que elegant i que bonica!
A tots ha de agradar.
[13]

De la huerta de Murcia, José Francés Pasionaria extrae estas coplas:

Aunque la madre “yora”
con na encuentra consuelo
é la pobre muy dichosa
porque el hijo está en el “sielo”
. [14]

Dentro de la región valenciana, donde el vetlatori y dansa del albaet, tenían mayor presencia estaba la región costera central para ir paulatinamente decreciendo hacia el norte, sur e interior del área. La conformación geográfica condicionaba la expansión del ritual. Así, la vía natural del río Turia actuó como un elemento de apoyo en este sentido y las regiones montañosas del interior lo frenaron. En el sur de la provincia de Alicante existió otro centro difusor que irradió el ritual hacia Almería y algunas otras zonas de Andalucía. Por el norte se extendía hacia la provincia de Tarragona. A pesar de la escasez de documentación al respecto, se conoce que se hacía en las comarcas más próximas al mar en Castellón, Valencia y Alicante. Dentro de esta última provincia está la comarca de Orihuela, allí la elevada mortalidad infantil, condujo a su obispo, Don Josef Tormo, a prohibir las fiestas de mortichuelos o morticholets, palabras que en esta comarca tenían idéntico significado que las de albat y albaet. Tormo acude a la Audiencia de Valencia la que finalmente se pronuncia a su favor. La epístola enviada era de este tenor:

“(…)En número considerable de estos pueblos se ha introducido la bárbara costumbre de los bayles nocturnos con motivo de los niños que se mueren, llamados vulgarmente “mortichuelos”, no habiendo bastado para exterminar los daños espirituales y temporales que de ello resultan, el desvelo de mis Antecesores y mío, y excomuniones fulminadas para desterrarlo. Por dos, y aún tres noches, y hasta que tal vez el hedor del cadáver les obliga a avisar al Cura, suelen juntarse hombres y mugeres, la mayor parte mozos y doncellas en las casas de los padres de los difuntos, y contra las leyes de la humanidad se gastan chanzas, invectivas y bufonadas contrarias a la modestia, y consideraciones cristianas que presentan la muerte de un hijo; y después se bayla hasta las dos o tres de la mañana, en que se retiran, alborotando las calles con gritería, relinchos y carcajadas, y muchas veces no dejando fruta en los campos, con no pocas quejas y sentimiento de sus dueños. La grande población de aquel territorio hace mui frecuentes estas funciones, por los muchos niños que se mueren, lo que ocasiona que se pierdan muchos jornales, pues como el retirarse a sus casas es a hora en que es mui difícil logren el descanso correspondiente de la noche para trabajar entre el día, se aumenta su infelicidad y miseria y se perjudican los expresados fines. (…)[15].

La Real Audiencia de Valencia le responde así en lo que atañe a nuestro tema de interés a los seis días del mes de noviembre de 1775:

“Que en conformidad de lo resuelto por el Consejo en veinte y siete de marzo deste año, y de lo expuesto por el Fiscal de su Magestad, mandavan y// mandaron: Que en ninguno de los pueblos del Obispado de Orihuela, que existen dentro de este Reyno; con pretexto de Fiestas, Cofradías, Hermandades, Terceras Ordenes, Clavarías, Mayordomías, Imágenes de Santos colocadas en Iglesias, calles y plazas, hallazgos de ellas, Capillas, Retablos, Hermitas, Oratorios públicos y privados, Octavarios y Novenarios, no ocho días antes, ni otros ocho después de la fiesta, se corran toros, novillos y bacas, tanto con soga como sin ella, representen comedias o autos, se tengan bayles ni otros festejos profanos, y que cuando se hayan de tener dichas diversiones de novillos, bacas, comedias, autos, bayles u otros juegos profanos, sin aquellos motivos, y sólo por causa de entretenimiento, desahogo, u otras semejantes en tiempos en que sean necesarias las labores del campo, sólo se permitan y toleren en los días en que no se pueda trabajar, y en los parages o sitios de menos inconvenientes para el comercio público, y mayor seguridad de las Gentes, dejando libre el tránsito de las calles públicas; y se prohiben absolutamente las máscaras, y tanto de día como de noche los bayles con motivo de los Mortichuelos y las funciones tituladas de Aguinaldo (…)”. /Se acompaña la firma de Don Pedro Luis Sánchez/. [16]

En la búsqueda de hacer inteligible todo el contexto histórico junto al contenido de conciencia que emergen del vetlatori y la dansa del albaet, se examinarán el modo en que pueden engarzarse en España dentro de una concepción religiosa campesina y popular, con presencia de elementos precristianos, que convergen con aquellos aportados por la invasión de los moros, articulándose ambos con el lenguaje que la evangelización católica va introduciendo como principios éticos. Esta amalgama de influencias da como resultado formas de acercarse a lo sagrado que entran en pugna con las posturas hegemónicas y ortodoxas de la Iglesia. Así se producen formas religiosas que tienen relación con una mentalidad ligada a lo mítico, claramente visible en el mundo rural y etnográfico al que nos estamos refiriendo. El pedido del Obispo de Orihuela a la Audiencia de Valencia promediando el último cuarto del siglo XVIII, es un elocuente ejemplo que arroja luz sobre esta trama de significados divergente, entre lo que siente el pueblo y lo que la autoridad religiosa quiere que sienta. A nivel institucional se oponen a que durante los velorios de niños tengan lugar “chanzas, invectivas, bufonadas y bailes”, como que se retiren del lugar en medio de “gritería, relinchos y carcajadas”. No solamente lo consideran inapropiado para el momento de dolor que debería emerger frente a esta pérdida, sino que además conciben que esta conducta “ocasiona que se pierdan muchos jornales” al no permitir el necesario descanso a los trabajadores que participan del vetlatori . Ven como un espacio de diversión festiva allí donde debería haber lágrimas, escapándoseles aquellos signos que comunican estructuras irracionales que otorgan sentido a estos comportamientos. Acá entra a jugar el concepto antropológico de fiesta que elabora Joseph Pieper [17]. La fiesta es vista no como un acontecimiento de mero entretenimiento sino como un encuentro con lo sagrado. Una forma de escindir la vida cotidiana, de aliarse con la potencia para que me ofrezca seguridad y confianza frente a la que nos deja sin palabras, la muerte, máxime cuando esta involucra a un pequeño. En el caso del vetlatori del albaet como en el baile ceremonial que lo acompaña, es imprescindible cumplir con el rigor ceremonial, realizar las ofrendas correspondientes, preparar el cadáver según indica la tradición, de esta manera estaremos conjurando a la muerte, preservándonos de su temida influencia, y colaborando para que el albaet se desprenda del mundo terrenal y ascienda a los cielos como aliado y mediador de sus padres, padrinos y amigos. Pero también en estas ideas, la muerte es vista como un tránsito, y los muertos presentan idénticas afinidades y necesidades a las que tenían en vida. Por eso cabe una relación cercana con ella y existe un lugar para el baile, la comida, la música y los juegos [18]. El vetlatori se encuadra como espacio de contención y encuentro, favoreciendo así las relaciones sociales, colaborando en la construcción de una identidad como sociedad. Contra el argumento de la Iglesia que lo ve desde un punto de vista positivista, como pérdida de horas de trabajo, es decir como lucro cesante, diremos que las culturas folklóricas lo viven como una retribución a la divinidad. Un don que alienta la renovación cíclica de la vida humana [19].

Las imágenes que deben estar presentes durante el vetlatori están asociadas con la protección que deben ofrecer al albaet según la representación que forma de ellas la Iglesia Católica: la Virgen con el Niño Jesús y el Ángel de la Guarda.

Que el ritual haya sido fuente inspiradora de pintores, novelistas, dramaturgos y poetas nos comunica acerca de su trascendencia y vigencia hasta las primeras décadas del siglo XX.

 

El velorio del Angelito en Santiago del Estero

INTRODUCCIÓN

Con la intención de ir acercándonos a esta celebración, dentro de la provincia argentina a donde más pervivencia mantiene en el tiempo presente, daremos un rápida mirada que recaiga en México y en el interior de nuestro país. De acuerdo a lo que ya expresamos, el velorio del angelito existe en toda la América hispana. Es el caso de la tradición que el Día de los Muertos tiene en México, adquiriendo allí una relevancia dentro de un contexto popular. Y justamente, en lo que conformó durante la época colonial la Nueva España, esta costumbre sigue persistiendo actualmente. Antiguamente los entierros de angelitos, tenían peculiares características. El cura vestía ropas blancas, se decía el Gloria Patri y se difundía la noticia con un repique de campanas en lugar del doble de los adultos. Al infante muerto se lo vestía con ropa corriente, colocándosele en la cabeza una guirnalda de flores o de hierbas aromáticas como señal de virginidad. Era frecuente que se decorara el ataúd con colores y tafetán. En todo el ritual estaba ominipresente un clima festivo, de alegría que se manifestaba en la explosión de cohetes, los repiques de campanas y la música [20]. La fecha cristiana para honrar a los muertos el 2 de noviembre, sufrió una modificación en tierras aztecas, celebrándose el día 31 de octubre la de los angelitos, el día 1º de noviembre la de los adultos y el 2 la de los Fieles Difuntos. Esta influencia también se registra entre los mayas de Yucatán [21].

Refiriéndonos directamente a la Argentina son muchos los autores que citan en diferentes provincias el velorio que se hacía en las zonas rurales cuando fallecía un párvulo. Juan Bautista Ambrosetti lo menciona para la región misionera con su trasfondo festivo [22]. Adán Quiroga lo sitúa en el oeste de Catamarca y Salta como un velorio alegre en el que se danza, bebe aloja y come algarroba [23]. Vicente Agüero Blanch describe los observados en el departamento de Malargüe, al sur de Mendoza. Allí el angelito es transportado al cementerio a caballo, colocándolo por delante de la montura, mientras el jinete lo va sosteniendo. Durante la novena que sigue al entierro, pesa sobre los padres un tabú de abstinencia sexual, en la creencia que si la mujer quedara embarazada el hijo se moriría en el vientre [24]. Alicia Q.de Kussrow releva la información aportada por la encuesta folklórica de 1921 para la provincia de Córdoba, registrando la existencia del ritual en un sesenta por ciento de los testimonios [25]. Por su parte Daniel Granada refiere la ceremonia dentro del área del Río de la Plata. Los concurrentes bailaban, cantaban, realizaban juegos de prendas como las aves nocturnas, el pulpero, la cortina del amor, acotando que muchas veces el velorio del angelito era ocasión de pendencias y muchos terminaban de manera escandalosa debido a la abundante ingesta de aguardiente o caña. “Decir velorio es casi decir bochinche o jarana (…)” [26].

El VELORIO

En las regiones más alejadas de la influencia de los centros urbano-industriales contemporáneos aún perduran ideas acerca de la muerte que nos ponen frente a una cosmovisión que le otorgan a esta un valor diferente. En el caso de Santiago del Estero la ritualización de todo lo que gira alrededor de la desaparición física de una persona permite aceptarla encontrándole un significado. Concebida la muerte, como tránsito o rito de pasaje hacia la otra vida, se hace necesario colaborar en el desprendimiento del muerto del mundo terreno y en su inserción en el otro. Se cree en su potencia para influir negativa o positivamente sobre los vivos, de acuerdo a como se establezca el trato del hombre con él. Desde el punto de vista ontológico sus necesidades son análogas a las de los humanos. Por tal motivo todas las ceremonias fúnebres están orientadas a aplacar su voluntad, logrando así tenerlo como aliado. Esto es lo que se persigue al realizar el velorio del angelito. En la creencia que un niño desde que nace y hasta aproximadamente los ocho años no ha tenido ocasión de pecar, al morir en este estado asciende a los cielos, convirtiéndose en un mediador. Pero mejor dejemos que hablen los protagonistas:

“(…)Cuando muere un chiquitito se lo prepara con papel crep, se le hace un flor, se hace una flor y se le pone en la boquita, la madrina, por ejemplo. La mamá le tiene que echar la leche en la boquita. La madrina le tiene que poner la flor. Después se hacen en forma de alas que se le cose en la ropita aquí, por sobre los bracitos, este para que vuele dicen. Después un hilo colorado, hilado, teñido, hilo que lo hacemos nosotros, se lo ata un cordón en la cinturita, a veces, aquí en el cuellito, como una bufanda, ¿vio?. Se le pone así todo el que quiera. Dicen que eso es que para que algún día, cuando nosotros nos morimos, ese bebé, ese ángel, venga y nos encuentre, entonces que nosotros, que nosotros nos agarramos detrás de ese nudo que hicimos y llegamos al cielo. (…) Como siempre tiene por costumbre de toda la ropa, por más que sea nueva de poner en el cajón. Si no cabe en el cajón este, se hace un pocito cerca de la casa, por ejemplo, y se entierra ahí. Se pone una cruz, entonces vos no puedes ir al cementerio porque es lejos, entonces ahí tienes la ropa y ahí prendes velas. (…) La madrina ayuda (…) en pagar los gastos que se organiza. (…) A la mañana /del velorio/ se acostumbra hacer el asado para todos los que han amanecido, el asado y la sopa eso es tradiconal (…).” [27]

El testimonio de nuestra entrevistada trasluce los pensamientos que condensa este ritual. El cuerpo del pequeño difunto es objeto de una cuidadosa preparación al igual que la habitación en donde se realiza el velorio:

“/Preparan/ el cielo, le ponen flores o forman palomitas de papel, lo cuelgan del medio, anda volando, como ser que sea la palomita así del lomito (…) y lo cuelgan (…). Forman el cielo de una sábana blanca (…) Esa es una pared, el cielo.)”. [28]

Se procede con él como si tuviera aún aliento vital, satisfaciendo sus necesidades de ropa, adorno, y leche. En estos actos subyace la representación escatológica de una vida post-mortem semejante a la terrena. El cielo, como espacio teológico, siempre implica una ascención que entraña cierta dificultad. De la incorporporación de alas y del cordón con nudos emergen construcciones mentales propias tanto de las culturas etnográficas como de las campesinas; moviéndose en un mundo donde los actos son concretos, sin abstracciones.

Para subir se precisan alas o asirse de los nudos hechos en el cordón. Así nos decía Doña Rufina, una rezadora:

“/Al angelito se le colocan/ las alitas para que pueda volar así y la madre no tiene que llorar mucho porque áhi dice cantando /estos versos/: -Madrecita de mi vida no me hagas tanto llanto, si no no hei de poder volar-. Porque cuando le moja las alitas, porque no puedo volar no no. No puede irse al cielo.” [29]

Tampoco está ausente del desarrollo del velorio las comidas y bebidas y el banquete ritual que tiene lugar en la mañana, antes de ir al cementerio: “A la mañana se acostumbra hacer el asado para todos los que han amanecido. El asado y la sopa eso es tradicional.” “Se usa mucho el mate” “Nos invitan café, mate, asadito”. También nos decían que la noche del velorio suele ofrecerse guiso de arroz, bebidas blancas como ginebra, whisky, café al cognac, cinzano, o jugo. Los velorios se transforman en lugares de socialización, solidaridad, donde los dolientes demuestran su hospitalidad.

A pesar de adscribir al infante difunto en la categoría de ángel, debido a que por su corta edad no ha tenido ocasión de pecar, si se encuentra muy grave o ya ha muerto las rezadoras deben hacer una suerte de ceremonia de bautismo que se conoce como agüita de socorro como rito purificatorio. En este aspecto existe el temor cristiano acerca de los niños que fallecen sin el bautismo:

“Antes éramos todos bautizados por las rezadoras. Te reza un Padrenuestro, Un Ave María, un Gloria, esas cosas y bueno, después dice: -Bueno, yo te bendigo en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo-, así y le echa agua bendita que siempre tenemos y pregunta a la madrina, por ejemplo: -¿Mónica, quieres que María Inés sea bautizada?-. -Sí, quiero-, dices. El padrino, por ejemplo: -¿Quiéres que fulano sea bautizado?-. -Sí, quiero-, responde. (…) Después hacen pedir la bendición al padrino, la madrina, al padre y a la madre, y bueno, los demás que están también le hacen pedir la bendición del chiquito y si habla, pide el chiquito, y si es muy chiquito, ellos le ponen la manito y dice: -demelé la bendición-. Bueno, los padrinos responden: -¡Qué Dios lo bendiga!- o -¡Qué Dios te de su gracia!.- [30]

Por otra parte otra informante, cuya madre era rezadora, nos contaba que correspondía hacer cuando la criatura ya estaba muerta:

“Jesús se llama el chico. No le ponen el nombre que ellos le quieren poner. Tiene que /ser/ Jesús Nazareno. Nazareno o Jesús esos nombres se ponen cuando está ya muerto el chiquito. Pero siempre lo bautizan. (…) La bendice el agua o si no, si tiene, a veces ella tenía porque a veces, cuando iba a las misas, ella traía agua bendita. (…) Ya no es de acá. Es de otro mundo ya el angelito.” [31]

Las rezadoras fueron siempre personajes paradigmáticos dentro de la sociedad santiagueña. Generalmente asociada a la figura femenina, aunque algunos evocan el recuerdo de rezadores. En zonas de difícil acceso, con escasas comunicaciones y población dispersa, la presencia de ministros de la Iglesia Católica que impartan los sacramentos no se da con asiduidad. Razón que lleva a que las rezadoras oficien bautismos en casos de necesidad, dirijan los rezos y cánticos en los velorios, novenas, fiestas del santoral y en las alumbradas que se hacen para el Día de los Muertos en la noche que va del 1º al de 2 de noviembre, con motivo de recordar a los que se fueron.. Es común la retribución monetaria por la labor de las rezadoras durante el velorio, novena, alumbradas o aniversarios. Sin embargo, algunas ofrecen su trabajo voluntariamente, aunque este gesto lleva implícito un reconocimiento. Doña Aurelia, hija de una rezadora, nos decía: “Siempre dicen que hay que pagar para que le valga a la persona que está /al muerto/ (…), por ejemplo, yo le hago rezar a mi mamá con una rezadora, esa rezadora yo no le pago, yo no le hago rezar. (…)Por eso siempre hay que darle una monedita. Siempre hay que pagar (…)” [32]. Hay casos en que el valor de la participación de la rezadora suele complementarse con mercadería. Mientras que es muy frecuente que para los adultos durante velorios, novenas y alumbradas, las rezadoras entonen alabanzas, cánticos religiosos antifonados; en el caso de los angelitos antes se le dedicaban trisagios y ahora se les cantan versos. [33]

Desde mi casa he salido
con una luz encendida
a velarlo a este angelito
que el señor lo ha recogido.
 
La madre de este angelito
se me hace que está de duelo
voy a cantarle este verso
que le sirva de consuelo.
 
Angelito del señor
llorando gotas de sangre
en el cielo y en la gloria
rogarás por tu padrino.
 
Angelito del señor
Con esta mi letra digna
En el cielo y en la gloria
Rogarás por tu madrina.
 
Angelito del Señor
llorando gotas de sangre
en el cielo y en la gloria
rogarás por tu padre y madre.
 
Angelito del Señor
lleva tu ramo en la mano
en el cielo y en la gloria
rogarás por tus parientes.
 
Angelito del Señor
lleva tu ramo en la frente
en el cielo y en la gloria
rogarás por tus parientes.
 

   

Adiós padre y mi madre
mi padrino y mi madrina
echenmé sus bendiciones
voy a la gloria divina.
 
Dios se lo pague a mi madre
que Dios se lo ha de pagar
por la leche que me ha dado
con tan fina voluntad.
 
Madrecita de mi vida
no me hagas tanto llanto
que me has de mojar mis alitas
y no he de poder volar.
 
La madre de este angelito
que dichosa no sería
que el Señor lo ha recogido
a su hijito en buena edad.
 
Angelito del Señor
confieso en la cabecera
en el cielo y en la gloria
rogarás por quien te vela.
 
Angelito del Señor
piedra blanca y piedra azul
la Virgen dé su gracia
el Señor sus bendiciones. [34]

La novena que comienza la misma tarde en que se realizó el entierro no se cumple en el caso de los angelitos en los que la ceremonia fúnebre concluye luego del entierro. Con respecto a los gastos que se desprenden de la comida que se convida en el velorio, la preparación del angelito y de la habitación, es su madrina la que debe asumir el costo. Su presencia es considerada valiosa y en sus manos queda la organización de las pompas fúnebres. Esto demuestra una vez más, la importancia que adquiere el compadrazgo en estas sociedades, excediendo la función sacramental, para constituir un lazo indisoluble de sangre que se establece en este suceso, entre la madrina y su ahijado. El luto, frecuente ante el fallecimiento de los adultos como señal de duelo, no se mantiene para el caso de los deudos de angelitos. No existe ninguna evidencia externa que denote la pérdida que ha sufrido la familia.

Mientras que las visitas a las tumbas de los adultos se hacen los días lunes en los cementerios, las de los angelitos tienen lugar los sábados. “Se dice aquí que es día de las ánimas”, nos contaba Doña Noemí. Se acude para alumbrar [35], llevar algún ramito de flores de papel y rezar. Puede mingarse [36] a una rezadora para que lo haga. También se establecen diferencias en la orientación de los sepulcros. La cruz de aquellos de adultos mira hacia el Naciente y las de angelitos hacia el Poniente. Aunque la mayoría de las tumbas lo respetan se observan algunas excepciones.

El cadáver habla y ejerce su voluntad por medio de ciertos signos que transmiten presagios. A los angelitos que fallecen con los ojos abiertos se les colocan monedas sobre los ojos para facilitar su cierre; en la creencia que el que “muere con los ojos abiertos va llamando a otros parientes”. Del mismo modo nos contaba Doña Ruperta que cuando al tranportar el cajón al cementerio se nota que pesa demasiado “parece que va llamando otro de los parientes.”.

 

CERRANDO IDEAS

La confluencia de componentes semejantes entre el vetlatori del albaet en Valencia y el velorio del angelito santiagueño es notable. El espíritu festivo que rodea al ritual manifestado en la presencia de la danza, la música y la explosión de cohetes. Los elementos simbólicos comunes como las alas, la sábana representando al cielo, las flores, la corona que tienen como color predominante el blanco, asociado a la pureza del angelito. También la creencia común en el poder de intercesión que tiene el párvulo muerto, mediador entre las potencias y los seres humanos, siempre y cuando se ejecute el ritual mortuorio que el ethos les indica. Existencia de coplas y versos que aluden a las circunstancias de la muerte del angelito, comunicando desde un lenguaje poético, las ideas que tienen sobre la vida, la muerte y el más allá; organizando el nivel axiológico que tienen estos temas en ambas culturas.

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