BiCiCORRiOLS Ciclisme i muntanya

O com atraure arítjols i esbarzers.

IRONMAN DE LANZAROTE 21.05.2010

Per Joan Lladó

Divendres passat es celebrà a Lanzarote el que en diuen l’ironman més dur del món. Hi participà el nostre conegut Josete, amic de l’Albert Viñals, que ja ens deleità amb la seva genial narració de la seva experiència en la darrera Burriac Atac. L’Albert ens ha fet arribar el relat que el seu amic ha fet després de la dura prova a les Canàries.

La idea de inscribirme en el Ironman de Lanzarote surgió pocos segundos después de haber decidido firmemente abandonar la práctica competitiva del triatlón tras cruzar la meta del Ironman de Austria hace ahora casi dos años. Ya sabéis cómo funciona esto. El caso es que hubiéramos querido ir unos cuantos picornelios, pero este año se han cerrado listas antes de lo previsto y me he quedado yo como único representante del club.

La primera decisión importante fue si llevar mi bici o no. Me daba mucha pereza lo del embalaje especial y la facturación. Así que decidí contactar con alguien de la isla que alquilara bicicletas, y por la experiencia que he tenido puedo decir que fue un acierto.

También tuvimos dudas respecto al alojamiento. La organización (chek in, expo, pasta party, ceremonias, etc.) está en un lado de la isla y ofrece apartamentos en el mismo complejo de La Santa, mientras que la salida de la carrera está al otro, a unos cuarenta kilómetros, en Puerto del Carmen. Igual que en la primera decisión, preferimos estar cómodos y que la carrera no condicionara las minivacaciones de cinco días que nos habíamos cogido, así que nos fuimos a un cinco estrellas junto a Puerto Calero, a cuatro kilómetros de la salida en un lugar maravilloso. Segundo acierto.

Por la tarde fuimos a recoger dorsal y primer susto: no salgo en las listas de 35-39. Antes de ir a preguntar a ver qué pasa, Paloma me dice que mire en las de 40-44. ¡Pero si todavía me quedan cinco semanas de treintañero! Tú mira. ¡Y allí estaba! Estos tíos me han convertido en veterano así, como el que no quiere la cosa. Recojo dorsal y bolsa y hacemos tiempo por el recinto hasta la cena. Todo es un poco más cutre que en Austria pero la pasta party está mucho mejor: es una cena de buffet muy variado en una terracita preciosa junto al mar. Muy bien.

El viernes hacemos turismo por Timanfaya y subido a un camello veo pasar a los ciclistas reconociendo el circuito del día siguiente que atraviesa en este punto el mar de lava entre volcanes de una forma realmente espectacular. Siempre he pensado que en estos casos, y en mi nivel, la ignorancia es un grado que vale la pena preservar.

Por la tarde vamos a recoger la bici, un cuadro de aluminio con sus dos ruedas, un sillín y un manillar. Justo lo que esperaba encontrar y lo que necesito para la carrera. Los pedales los he traído yo. Los monto, ajusto sillín, pedaleo unos cincuenta metros y todo funciona a la perfección. Buenas sensaciones. ¡A boxes! Dejamos la bici y las bolsas de bike y run, y para el hotel, que hace buena tarde y todavía podremos ir un ratito a relajarnos en la calita privada del mismo.

Lo que se presumía una plácida tarde de relax se acabó convirtiendo en una auténtica agonía, y todo por el neopreno, ¡el maldito neopreno! Llevaba sin ponérmelo desde Donosti (os acordáis ¿no?). El caso es que me pareció conveniente hacer alguna prueba antes de la carrera. No era imprescindible (había perdido algo de masa corporal desde esa última vez: unos 300 gr., pesados después de una generosa deposición, todo hay que decirlo) pero quise hacerlo para quedarme más tranquilo. El caso es que en el último tirón para acabar de cerrar la cremallera, el traje literalmente reventó. No es que se abriera un poquito por una costura, no. ¡Explotó! causando un boquete de unos cuarenta centímetros en la axila y un honda expansiva que a buen seguro fue la responsable de un pequeño tsuanmi en la costa africana que aún hoy es estudiado con inquietud por los oceanógrafos locales. ¡Horror! ¿Qué hacemos ahora? Pruebo a nadar así pero es incomodísimo. Nado sin neopreno y la temperatura del agua lo permite, pero a las siete de la tarde no será la misma que la de mañana a primerísima hora, y además significa renunciar a la enorme ayuda que el traje supone para los malos nadadores. Es demasiado tarde para ponerse a la desesperada a buscar un neopreno por la isla. Paloma se fija en las costuras que han sobrevivido a la detonación. “Si conseguimos aguja e hilo yo lo coso”. Yo lo veo imposible pero ella insiste en intentarlo. Nos traen a la habitación un par de esos kits de costura que tienen en los hoteles. Después de tres horas y un par de dioptrías más en cada ojo el traje está como nuevo. A Paloma le da miedo que se vuelva a abrir al ponérmelo, y a mí también, pero no por los zurcidos que ella ha hecho con tanto cuidado y cariño, sino por el resto. Habrá que tener precaución al ponérmelo. ¡Muchísimas gracias Paloma! Una gran parte de lo bueno que pueda pasar mañana será gracias a ti.

Con este ánimo bajamos a cenar, tarde para variar, pero con excusa. Son las diez pasadas y mañana hay que estar en pie a las cinco. Veo un mensaje de Manel en el que me dice que disfrute de la isla y que Eolo se comporte. Pedimos pasta y un vinito para invocar a Baco a ver si nos echa una mano llevándose a Eolo de farra y que mañana se pase el día durmiendo la resaca. A las doce en la cama: ¡muy tarde! Pero el vinito ha ayudado a disipar la tensión de última hora de la tarde y el buen ánimo vuelve a estar presente.

A las seis treinta ya he comprobado bici y bolsas en boxes. Esto va a ir bien. Me meto en el neopreno sin dificultad y todo aguanta al subir la cremallera. Incluso me da tiempo de nadar un poco antes de la salida y todo funciona correctamente. Me coloco en la playa ya preparado tras el arco y no parece que seamos más de mil quinientos. A ver si voy a estar demasiado delante, pero ya se sabe que estas no son carreras de nadadores así que no hay miedo de que me pasen por encima. A las siete dan el pistoletazo puntualmente y todos al agua. Se trata de dos vueltas de 1.900 metros saliendo a la arena entre las dos.

El recorrido está bien marcado con boyas gigantes y corcheras. Eso no me favorece pues yo me suelo orientar bien y, sin balizas, hubiera nadado mejor, más cómodo sin la compañía de los que, desorientados, hubieran tirado hacia la Gomera, África o Fuerteventura. Ningún problema con el traje. Tampoco siento esas molestias en el costillar que me han acompañado durante la última semana. Todo bien y disfrutando. Vamos bastante juntos hasta la segunda boya. Aquí las balizas desaparecen y todos se van hacia la playa excepto yo que sigo en línea recta hacia la tercera, que es lo que tocaba hacer. Disfruto de estos setecientos metros en solitario. Se deja la boya a la derecha y se ve el arco de salida por el que se tiene que pasar a pie. Vuelve a ver mucha gente pero con huecos suficientes. Al salir veo a Paloma y se alegra de ver que el traje esté aguantando. De nuevo al agua y a repetir la vuelta. Nunca he visto tantos malos nadadores juntos a mi alrededor y de hecho no creo que existan en ninguna otra parte del mundo. Quizás algunos percebes determinados en la costa de la muerte en Galicia, pero ellos no hacen esos movimientos agónicos, como en convulsiones epilépticas, violentas y frenéticas. Que conste que yo voy a la par con ellos, al mismo ritmo, pero me gustaría creer que con algo más de elegancia. Lo dicho: no es una carrera de nadadores.

Transición tranquila, se nota que esto es larga distancia. Hay gente que incluso aprovecha el arco de duchas para dejar el neopreno bien enjuagadito. ¿? Van a ser muchas horas de bici y hay que acordarse de todo: crema solar, barritas, geles, gafas, casco, …creo que esta todo, pues venga: ¡a pedalear! Parece que el dios Baco escuchó mis plegarias pues no hay ni rastro de Eolo. Calma chicha. Esto puede ayudarme mucho. Kilómetro diez: hay que hacer esto dieciocho veces. Kilómetro dieciocho: hay que hacer esto diez veces. Kilómetro veinte: hay que hacer esto nueve veces. ¡Qué fácil ha sido hacer esta “vez”! Paradojas aritméticas con las que me gusta entretenerme. Me pasan cilcistas a toda velocidad (supongo que esos pésimos nadadores de antes). Con uno sólo de sus muslos se podrían hacer michanas como para estar asando carne una semana. ¡Y esos gemelos! También alguna chica. ¡Qué glúteos! Prefiero volver a mis juegos numéricos.

Paso cerca del hotel y pienso que a esta hora la gente debe estar metiéndose esos desayunos opíparos en cuatro rounds: saladitos, semisaladitos, semidulcecitos y dulcecitos. Y yo aquí pedalenando. Kilómetro treinta: hay que hacer esto seis veces. Llegamos a tierra de fuego, salinas y los hervideros. ¡Qué preciosidad! Pronto en el Timanfaya para ver a los turistas encima de los camellos (se han invertido los puntos de vista respecto al día anterior, pero sin saber del todo bien cuál debería de ser el mío). La carretera se confunde con el mar de lava, lo que llaman “malpaíses” pues es absolutamente intransitable (que sabiduría la del lenguaje). Kilómetro cuarenta y cinco: hay que hacer esto cuatro veces. Los puntos de avituallamiento funcionan bien, aproximadamente cada veinte kilómetros. He salido con un único bidón de agua pero enseguida cojo bebida energética para el porta que llevo vacío y no me falta de nada durante toda la carrera. Llevo además dos barritas de muesli y un par de geles que iré dosificando, y a ver si pillo también algún platanito o naranjas. No sé si los corredores no se han dado cuenta de que estamos dentro de un Parque Nacional, pues se ven algunos bidones y envoltorios de geles y barritas tirados sobre la lava seca. No cuesta nada ir guardando los desperdicios hasta los puntos de control (era una de las cuestiones sobre las que insistía la organización).

Saliendo del Parque viene un tramo muy rápido hasta La Santa. Kilómetro sesenta: hay que hacer esto tres veces. En general todo es un sube baja constante. No se suele rodar enchufado por más de cinco kilómetros. Hacia el setenta y cinco empiezan los dos grandes puertos. El primero me deja muy tocado. Kilómetro noventa: hay que hacer esto dos veces (dudas). Me doy cuenta de que algún ciclista me ha pasado ya cinco veces. Supongo que es porque paran a mear, ¿pero tantas veces? Pienso que yo también tengo ganas pero no me apetece parar por no cambiar la musculatura al descabalgar. Nunca lo he hecho encima de la bici. Viene una bajada larga y sin curvas pronunciadas y decido probar. Levanto pernera, me incorporo un poco y busco el instrumento que permanece escondido, como asustado. Consigo que asome un poco, relajo y.. Prefiero ahorraros los detalles a partir de este punto. Por suerte no ha habido testigos, o eso es lo que pensé en un principio. Me pasa un alemán que no había visto y que me seguía más cerca de lo que imaginaba. Transcribo la conversación íntegra mantenida con él ya que no admite síntesis. ÉL: ¡Bastard! YO: Sorry.

Llego al ciento diez que para mí es un punto psicológico importante, pues este año no he conseguido hacer tiradas más largas (lo sé, lo sé… Intentaré esmerarme más la próxima vez, pero ahora es lo que hay). Al beber noto un gusto saladito en la pipeta del bidón. ¡Uy que asco! ¿Remilgos a estas alturas? ¡Venga hombre, más sales para el coleto! La subida al mirador del río es algo fantástico por su belleza. La carretera discurre por la cumbrera del relive y la imagen es como la de “El séptimo sello” pero con cilcistas. Pienso que soy yo el que cierra el grupo seguido únicamente por el de la guadaña. Empiezo a sentir hambre, ese tipo de vacío que ni los geles ni las barritas son capaces de llenar. ¡Mi reino por un chuetón de camello! Pero ni reino ni camello. Arriba, en el avituallamiento, casi le arranco la mano al voluntario al cogerle todo lo que tenía en la mano: ¡Más barritas! Qué le vamos a hacer… El descenso es muy rápido y enseguida llegamos al ciento cuarenta. Algo mío se ha quedado en ese puerto, pero hay que seguir.

La carrera se hace con tráfico abierto pero controlado por la guardia civil. Algunos coches van siguiendo la carrera animando a los corredores con gritos desde las ventanillas. Como el nombre está escrito en el dorsal es normal que también te griten a ti aunque no te conozcan. Percibo la sombra de un vehículo que se coloca un poco detrás de mí, en paralelo, a la misma velocidad que yo voy, y en silencio. Vamos así por lo menos doscientos metros. Adelanta un poco y veo que es el coche del médico de carrera. “¿Todo bien?” “¿Qué pasa, se me ve mala cara?” “No se te ve buena, mi niño.” Me encanta cómo hablan aquí. Con qué dulzura se ha dirigido a mí esa angelical doctora para expresar lo que en cualquier otro bien hubiera podido sonar: “¡Se te ve bastante jodido, mamón!” Respondo que voy bien y aceleran sin acabar de creérselo del todo. Volverán al poco a verificarlo.

Parecerá absurdo, pero aunque muchos corredores seguían parando a hacer sus cositas, yo no quería parar y decido volver a hacerlo encima de la bici confiando en que irá mejor ahora que ya cuento con una primera experiencia. Algo ha mejorado, pero no tanto como para daros todavía detalles de mis acrobacias mingitorias sobre ruedas. Empiezo a sentirme algo mejor a partir del ciento cincuenta. La bici ha ido muy fina toda la carrera pero ahora comienza a chirriar algo el eje trasero. Entiendo que el efecto corrosivo de los orines no favorecen la lubricidad de la máquina. Tengo que acordarme de pasarle un agua antes de devolverla.

Pasamos por una zona rápida entre campos que no son “malpaíses” pero yo tampoco los llamaría buenos. Ahora hace muchísimo calor y Eolo sigue sin asomar. Son los últimos veinte kilómetros y se han ido definitivamente las malas sensaciones. Tampoco es que hayan vuelto las buenas. Digamos simplemente que vuelvo a sentir. Los puntos kilométricos estaban mal marcados durante toda la carrera. En mi cuentakilómetros marca ciento setenta y tres y los paneles indican ciento sesenta. Estoy convencido de que mi medición es la correcta (lo he ido comprobando durante la carrera con señales fiables en la carretera) pero ¿y si me equivoco? Sería una verdadera faena tener que hacer trece kilómetros más en bici tal como voy. ¿Y qué te parecería hacer cuarenta y dos corriendo?

Me había propuesto empezar a correr antes de que llegara a meta el primero y lo consigo por dos minutitos. Le había dicho a Paloma que llegaría en bici a las 15:30 horas y lo he clavado. El siguiente objetivo es acabar en menos de trece horas. Vamos a ver cómo va. Al bajar de la bici se me han enrampado los pies al caminar descalzo por los boxes. Seguro que se me pasa al ponerme las zapatillas, y así es. Protección solar a tope (que acabará siendo insuficiente), vaselina a tope (algunas zonas la necesitan urgentemente, ya os magináis cuáles son), geles y a correr. Veo que hay unos urinarios al lado de la carpa de transición y decido pasar por ahí, por fin como un señor. Nunca me la había visto tan pequeña. La pobre está absolutamente acojonada pero evacúa generosamente. Esto sí que me alivia y no los malabarismos sobre la bici de antes. Pues venga: ¡que se note!

La carrera a pie no es completamente plana ni mucho menos, y transcurre bajo un sol abrasador. Eolo sigue de resaca. No quiero presionarme con lo de hacer menos de trece horas, pero incluso corriendo por encima de seis el minuto puedo conseguirlo sobradamente, eso si consigo no dejar de correr en ningún momento, lo cual no es tarea fácil en larga distancia cuando el recorrido en bici ha sido tan exigente. Las sensaciones son buenas los primeros diez kilómetros, pero el gemelo derecho será a partir de aquí el primero en practicar el belcantismo. Hasta entoces había mantenido un ritmo constante por debajo incluso de seis minutos el kilómetro, pero aunque cardiovascularmente me sentía fuerte, muscularmente iba tocado y había que bajar.

En el diecisiete me encuentro con Miquel Torres que ha venido a hacer de ojeador para un medio que están organizando en Mallorca. Se alegra (sorprende) de verme y en medio minuto se desfonda tratando de seguir mi ritmo para animarme. Muchas gracias Miquel y mucha suerte en esa carrera que estáis montando. Empiezo a sentir ganas de parar y caminar un poco pero me propongo no hacerlo hasta la primera media. La hago en dos horas. Al llegar a este punto empiezo a caminar. Me propongo no hacerlo por más de dos minutos. Estoy cuatro. Vuelvo a trotar. Tengo la sensación de qe no se puede ir más despacio, pero enseguida compruebo que sí se puede, ¡y tanto que se puede! Cuando te ves así y piensas que te quedan más de veinte kilómetros hay que ser muy fuerte psicológicamente. Es una de mis pocas virtudes en este deporte, junto con la de orientarme bien en el agua, pero esa ahora no sirve de nada.

Recuerdo que en Austria también empecé a caminar después de la media. Los avituallamientos estaban colocados cada dos kilómetros, igual que aquí, y lo que hacía era correr esa distancia y pasar caminando mientras bebía, me refrescaba con esponjas mojadas y comía algún plátano. Allí me funcionó y decidí hacer lo mismo aquí. Como los avituallamientos aquí eran más cortos, me concedía dos minutitos caminando en cada paso. Aceptado ésto, lo único que tienes que hacer es mantenerte fuerte mentalmente y tratar de que el coro de belcantistas sea lo más reducido posible. A partir del treinta eran los dos gemelos, meniscos y los pulgares. Ya no había opciones de bajar de trece siguiendo la estrategia de paradas, pero tampoco había intención de renunciar a esos pequeños descansos. Me sentía vaciado, pero estaría bien no irse más allá de 13:15′, aunque si queréis que os diga la verdad, ya me daba lo mismo y lo único que quería era terminar de una vez. Después del treinta y cinco ya no vuelvo a caminar. Paso al de los muslos michaneros a la barbacoa. Debe ser difícil mover toda esa masa tan voluminosa. Eso mismo debió pensar él de mi panza, pero no le quedó más remedio que mirarla mientras se alejaba. Cruzo meta a las ocho y catorce minutos de la tarde, con enorme satisfacción.

Muchísimas gracias a todos por los ánimos y especialmente a Paloma por estar ahí siempre, y en este caso con un protagonismo muy especial. También a Manel, a Jordi, a Andrés y a Albert por confiar en mí, aunque sé que en esta ocasión mi dorsal no cotizaba al alza en las apuestas. A ver si os lío para Zurich 2012.

Un abrazo fuerte y hasta pronto.

Jose(te).

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