BALANCES OKTOBERFEST

Barrobés & Borges

#AgurETA

Publicat el 21 d'octubre de 2011 per aniol

Aquesta entrada que segueix és la reproducció d’un magnífic article aparegut en el blog Profesor en la secundaria i que ens mostra les contradiccions del penós i lamentable final de la banda terrorista ETA.

Enverinats com estem pel neofranquisme i la neoxenofobia que arrassa moltes parts d’Espanya –aquells que coneixem com la caverna mediàtica, mil milions de vegades pitjors que ETA–, convé llegir articles com aquest, un article valent, sincer i reflexiu,  i alhora representatiu d’un final, insisteixo, miserable.

sergi borges


Diario íntimo de un abertzale

Hoy ETA ha anunciado su final. Tengo cincuenta y cinco
años y he seguido su origen, su lucha y hoy su cese definitivo de la lucha armada. Me embargan
sentimientos contradictorios porque yo apoyé con mi alma su combate contra la
dictadura franquista y su defensa radical de los derechos del pueblo vasco.
Tuvimos que matar, primero a torturadores como Melitón Manzanas, a enemigos del
pueblo vasco que se dedicaban a oprimir a nuestras gentes. Iniciamos nuestra
andadura con la lucha del Che y tuvimos la idea de pueblo como raíz de nuestra
acción política y militar. El pueblo inspiraba nuestra acción, una idea
romántica del pueblo en la que nos sumergíamos y nos hacía vivir una especie de
hipnosis colectiva. Matamos a guardias civiles asesinos, matamos a
colaboradores, matamos a taxistas delatores, matamos y matamos… y nunca sentí
que hiciéramos algo que contradijera la moral del pueblo. Nuestra lucha estaba
justificada en sí misma. La justicia revolucionaria nos asistía ya que no
teníamos un estado y una justicia propios. Ajusticiamos a Carrero Blanco en una
acción que inspiró películas y levantó la moral de todos los que luchaban
contra la dictadura. Vino la democracia y sentimos que nada había cambiado. Los
enemigos del pueblo vasco seguían en el mismo sitio. Vino la amnistía y
pensamos que era el momento de intensificar nuestra lucha contra la dictadura
reconvertida. Eran los mismos que querían humillar al pueblo vasco y tuvimos
que matarlos, perseguirlos, acosarlos… La voz del pueblo se hacía oír desde
cualquier esquina. Lo nuestro no era violencia sino justicia. Las masas
luchaban por su libertad y los enemigos reconvertidos en socialistas, en
nacionalistas traidores, en izquierdistas falsos vinieron a enfrentarse a la
razón del pueblo que elevaba la ikurriña como símbolo de nuestra libertad.
Tuvimos que matar. Matar no era un placer pero sentíamos que
era un precio inevitable ante el destino tan glorioso que  tenía reservado
la historia para el pueblo vasco. Nuestros luchadores, nuestros gudaris,
pegaban tiros en la nuca, nuestros gudaris ponían bombas en Hipercor o en el
cuartel de Vic o en la casa cuartel de Zaragoza, en cafeterías concurridas…
El sistema acentuaba sus contradicciones y terminó enfrentándose con nosotros
con las mismas armas que utilizábamos nosotros, pero veíamos un atisbo de épica
en todo lo que pasaba. Sabíamos que cada uno que dudaba, cada uno que miraba
con miedo lo que pasaba allí, cada uno que callaba era una presa fácil para
nosotros. El pueblo vasco escudriñaba a todos y cada uno de los que vivían en
nuestros pueblos. Las miradas eran elocuentes. Muchos tuvieron que huir de
Euskalherría y refugiarse en otras tierras. Los traidores y los tibios no nos
servían. Tuvimos que seguir matando porque la historia estaba de nuestro lado,
y tarde o temprano nos justificaría. Nuestro pueblo era el eje de la historia
más potente, ni siquiera los romanos o los árabes consiguieron doblegarnos.
Nuestra lengua era ancentral. Éramos nosotros los que íbamos a conquistar la
última explicación de la historia.
Matamos, claro que matamos, porque no quedaba otro remedio. Por cada
gudari encarcelado se levantaban veinte nuevos gudaris en los pueblos
de nuestra tierra. Las paredes gritaban y reproducían nuestro emblema.
Allí
estábamos nosotros, en cada calle, en cada plaza, en cada pueblo
alentando la
rebelión contra España y todo lo que significaba… Cuando se fueron sus
guardias civiles llegaron los otros, los colaboracionistas de rojo, y los
gobiernos que intentaban contentarnos pero pactaban con el enemigo…
Nunca dudé. Nunca dudé. Me lo repito una y otra vez y sé que
todo lo que hicimos tuvo sentido. La sangre debió correr porque nuestra lucha
era sagrada como nuestra amada ikurriña.
Hoy, sin embargo, cuando ETA anuncia su final siento un
amargo poso de derrota y empiezo a pensar si todo lo que hicimos mereció la
pena, si cada muerto añadido a la lista y los que tuvimos propios  justificaban este magro resultado. Empiezo a
pensar que fuimos sujetos de una alucinación colectiva, que aquellos muertos
que nos enorgullecían eran en realidad crímenes sin ninguna justificación, que
todo lo que hicimos y que pensábamos que merecía la pena revelaba nuestro
error, nuestro trágico error, ese error que nos llevó a matar sin compasión
pensando que el pueblo algún día nos exoneraría.
Hoy estoy confuso. Yo no he matado pero he contribuido a que
otros lo hicieran y ya no sé muy bien si aquello estaba justificado por la
historia. Hoy reconocemos nuestra derrota, pero no sé muy bien si sentir algo
por lo que hemos hecho, por lo que creíamos que era nuestro destino.

Tengo que pensar sobre ello.


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