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El bloc personal de José Manuel Almerich

14 de desembre de 2009
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LA GRACIOSA

La isla de la Graciosa es uno de los paraísos que debería visitarse antes de abandonar este mundo. Cuando estás aquí tienes la sensación de haberte perdido otras vidas, de haber dejado pasar la oportunidad de conocer lo poco que nos queda; esa parte de la Europa africana ajena al resto del planeta.

José Manuel Almerich

          Ajenos al mundo, un grupo de niños corren descalzos desde las últimas casas hasta el pequeño embarcadero. Algunos van en bici, semidesnudos, y casi no pueden alcanzar los pedales mientras se esfuerzan en avanzar sobre la escoria de la lava mezclada con la arena. Hace unas horas que hemos llegado y poco antes de volver al puerto ha dejado de verse la isla de Alegranza, pero en cambio, las luces de Famara comienzan a parpadear, nerviosas, como estrellas caídas al agua desde el otro lado del río.
           
         El lugar desde donde escribo este post no tiene las calles asfaltadas, ni existen aceras, ni semáforos, ni altos edificios. No hay tiendas de moda ni grandes supermercados, ni paseos marítimos con hoteles. Las únicas estrellas de sus dos pensiones son las que se observan por la ventana abierta en la oscuridad de la noche. No existen tampoco coches, ni tan siguiera puedes alquilar los desvencijados lands rovers que apenas circulan, mientras la arena cubre todo el pueblo como una alfombra del color de los volcanes. Aquí hace tiempo que el tiempo ya no existe. Se detuvo cuando los corsarios ingleses reparaban sus viejos galeones en la actual Caleta del Sebo, capital de la isla. De las leyendas de tesoros escondidos, han resultado que el verdadero tesoro es ella misma. Porque la sensación que se apodera en cuanto tocas tierra firme es haber desembarcado en una isla perdída del Pacífico. Los seiscientos habitantes que viven todo el año se dedican a la pesca y los más afortunados, regentan algún pequeño restaurante o son dueños de humildes ultramarinos. Las casas blancas, sencillas y dispersas, apenas guardan un pequeño orden y se confunden en la noche al ser todas casi iguales.
           
         La  Isla de la Graciosa es la mayor del archipiélago Chinijo, junto con Montaña Clara, Alegranza y los Roques del Este y del Oeste. Tiene tan sólo 9 kms de longitud por cuatro de anchura, pero en ella se encuentra una de las playas vírgenes más hermosas de la tierra: las Conchas, situada en una amplia ensenada a los pies de la Montaña Bermeja, un volcán dormido al que miran con asombro los turistas y con respeto sus habitantes.  Las olas orilleras alcanzan con facilidad los dos metros de altura y mientras se elevan te enseñan el alma pero si te alcanzan te arrebatan la tuya. Este mar hay que verlo desde lejos y aún así, hay momentos que te rodea por completo.
 
         La Graciosa es uno de los paraísos que debería visitar cualquier ser humano antes de abandonar este mundo. Cuando estás aquí tienes la extraña sensación de haberte perdido otras vidas, de haber dejado pasar la oportunidad de conocer lo poco que nos queda, la parte de esa Europa africana ajena a las luces de Navidad y el sonido de los villancicos. En 1985 les llegó la luz eléctrica y en 1990 el agua corriente. Poco ha cambiado pues desde que los habitantes de Lanzarote se refugiaron en ella, junto con sus ganados, cuando entre las nueve y las diez de la noche del primero de septiembre de 1730 la tierra se abrió de pronto en Timanfaya y ardieron los volcanes durante seis años. Pero esta noche, el calor no nos llega de la tierra, sino de las brasas de madera reseca de barcos desvencijados, a punto  para asar el pescado fresco que nos han preparado para cenar. La paz en el puerto es absoluta y a pesar del mal tiempo en la península, aquí el viento no mueve ni las drizas de los mástiles.
           
         Como nunca duermo, José Catalá me ha dejado su portátil para escribiros estas letras, y todavía he podido colgar algunas fotos. Aquí el concepto del tiempo es diferente, no sólo por ser una hora menos, sino porque todos los sentidos se viven a la vez.
 
         Desde la ventana abierta veo a lo lejos el risco de Famara. Está iluminado por el cielo y parece un gigante flotando indiferente sobre el brazo de mar que nos separa de Lanzarote. Mañana lo recorreremos por su arista y seguiremos la travesía bordeándo la totalidad de la isla. La luz del faro parece recordarnos, con sus intermitentes guiños, lo afortunados que somos, no sólo por estar, sino por sentir. Y aunque no haya más remedio que dormir, siempre podremos aprender a  soñar.
 
       Aquí van unas fotos

                                             www.almerich.net

  1. He leido el post del viaje, como siempre haces que uno sienta que esta pedaleando alli. La foto de Catala en la playa no esta mal, pero me quedo con la de Raquel Welch saliendo del agua. 
    Hoy sabado 26 de diciembre Catalá me dice que teneis una carrera en Siete Aguas al día siguiente,  pero me lo ha dicho con tan poco tiempo que no tengo margen. Si pudieras incluirme en la lista de correo donde informas de estas actividades que haceis, te lo agradecería, ya que Catalá no es muy previsor. Aprovecho estas líneas para desearte lo mejor en estas fiestas, ya se, que con los años la navidad pierde parte de su encanto pero siempre hay algo positivo en ella.

    Saludos y abrazos de Francisco.

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